La organización de los pueblos europeos y la formación de civilizaciones fue posterior al amanecer que hemos presenciado hasta el momento. Su nacimiento coincidió con la decadencia de estas primeras civilizaciones que en grandes batallas fueron cayendo bajo el nuevo poder llegando a formar el imperio más extenso del mundo antiguo: Roma.
Roma fue, pues, etrusca por lo menos durante el siglo VI a.C. Son etruscos los últimos reyes que la tradición asigna a Roma: Tarquinio, Prisco, Servio Tulio y Tarquinio el Soberbio. Hacia el norte colonizaron buena parte de Italia, casi hasta los Alpes. En el siglo VI a.C. parecía que toda Italia acabaría bajo su dominio.
Desfile y escena de caza. Detalle de la jarra de Chigi, protocorintio, mediados del siglo VII a.C. Museo Villa Julia, Roma
El centro más importante de esta nueva vida se estableció en Grecia y el desarrollo de las artes marcó, sin duda, el milagro del siglo VII a.C. de Atenas. La influencia griega se extendió y ayudó a inspirar una nueva creatividad con mayor éxito entre los etruscos, otra civilización incipiente situada algo más al este.
Los romanos fueron derrotados por los partos en Carrhae (Harran), y millares de soldados murieron: el peor estrago lo produjeron las flechas de la caballería ligera disparadas, sin duda, cuando los jinetes partos parecían huir del enemigo.
Bajorrelieve romano que representa al emperador Justiniano, el defensor de la fe que triunfa sobre los barbaros. Marfil de Barberini, Museo Louvre, Paris
Roma
En Roma, los jinetes no buscaban más allá del volteo y las carreras que servían para entretener a las masas en el circo.
A pesar de que las sillas, estribos e hiposandalias -ya conocidos por los chinos antes de la era cristiana- fueron usados en Europa desde el siglo segundo al décimo, el arte de la equitación progresó escasamente durante este periodo; por el contrario, durante los periodos de las migraciones en masa de la población, muchas yeguadas establecidas de caballos desaparecieron junto con el conocimiento inherente del caballo.
El arte de la equitación no fue más que una caricatura del arte griego. Fue practicada en festejos y circos de Alejandría y más tarde en el Imperio Romano de Oriente.
Aunque los circenses jinetes del Imperio Romano de Oriente hicieron muy poco por el desarrollo de la equitación clásica, tras la caída de Constantinopla (1453) algunos de ellos se establecieron en Italia donde fueron protegidos por algunos nobles y ricos. Estos refugiados dejaron atrás sus trucos de circo y revivieron el interés por la equitación.
En el espíritu del Renacimiento, los principios clásicos, que habían sobrevivido en los escritos de Jenofonte, fueron redescubiertos y desarrollados junto con las modernas sillas de montar y los bocados más suaves.
La aportación romana, si así puede considerársela, fue en las carreras de caballos con cuadrigas que fueron exportadas a Hispania. Estas carreras las corrían en el circo y, en el último periodo, también se celebraron carreras de caballos montados, aunque estas no tuvieron la misma repercusión ni aceptación por parte del público.
En estas carreras destacaremos las apuestas; la distinción de los equipos por los colores de la ropa que llevaba el auriga, el nombre de cada «factio» era el nombre del caballo más famoso de entre los enganchados en la cuadriga; en la meta había un árbitro que proclamaba la victoria por medio de la ruptura de un ánfora.
Detalle ecuestre de Ia Crátera de Vix, detalle del cuello. Fines del siglo VI a.C. Châtillon-sur-Seine, Museo Arqueológico
Siguiendo la herencia etrusca
El pueblo romano, siguiendo la herencia etrusca en cuanto al desarrollo de sus calzadas como medio de apoyo expansionista, fue un gran impulsor del desarrollo viario. Sus vías son mundialmente famosas, algunas de las cuales se conservan todavía en nuestros días.
Las distancias de estas vías eran marcadas por medio de unas columnas, «mil.liaris», donde constaba el nombre de quien las había hecho construir o reparar. Cuando las distancias entre pueblos eran muy largas se establecieron estaciones de diferentes categorías según su importancia y servicios: civitates, mutationes o mansiones, las cuales incluían cuadras, almacén de forrajes para los caballos, así como servicios para los viajeros.
Placa arquitectónica del siglo VII-VI a.C. Procedente de la plaza de Armas de Veyes. Roma, Museo Villa Julia
Para reglamentar los transportes debemos a los romanos el Cursus Publicus o el Código de Teodosio (Codi de Teodosio) del siglo V d.C, por medio del cual se regían los transportes y correos imperiales. Además, por otra parte, gracias a la estandarización que se establece en los vehículos de entonces, hoy conocemos cómo enganchaban los romanos: distinguían entre vehículos ligeros y pesados y dentro de cada categoría había también distinciones según las ruedas, el número de caballos y la carga, veámoslo:
1. Vehículos ligeros:
– Birota: dos ruedas, 2 o 3 caballos y entre 66 y 99 kg. de carga.
– Vereda: dos ruedas, 2 o 3 caballos y entre 66 y 99 kg. de carga.
2.Vehiculos pesados:
-Currus: 198 kg. de carga.
-Rheda o Carpentum: en verano llevaban ocho mulas y en invierno 10 y podían arrastrar hasta 330 kg. de carga.
-Agraria o Clabula: iba arrastrada por ocho bueyes o mulas y admitía una carga de 492 kg.
Sorprende la poca capacidad de carga que se le adjudicaba a cada caballo, matiz que encontraremos más riguroso si observamos que no seguir la normativa estaba penado.
La hiposandalia
Uno de los grandes problemas en la utilización del caballo era el desgaste del casco sobre todo en terrenos húmedos o pedregosos.
La herradura clavada con clavos en el casco del animal supuso una verdadera revolución tanto desde el punto de vista económico como social.
En realidad, el invento resolvió uno de los grandes problemas que, durante milenios, impidió que el hombre aprovechara en su totalidad la fuerza del caballo y del mulo con vistas a la tracción de cualquier tipo de vehículo o, incluso, su aprovechamiento montado.
La hiposandalia de los romanos, que todavía no conocían la herradura clavada, se fijaba al casco del caballo por medio de correas
Determinar el momento y el autor del invento es conflictivo, imposible. Hay autores que sitúan su invención en la época de los metales, pero admiten que ni griegos ni romanos conocieron la herradura. Pero si bien sabemos que los romanos no conocían la herradura clavada, por el contrario, se sabe que protegían los cascos de los caballos y mulos por medio de la hiposandalia, que eran unas placas de hierro con ganchos que, por medio de unas correas, se fijaban en los pies de los caballos. Es muy probable que no las utilizaran siempre sino solo cuando tenían que circular por terrenos húmedos o excesivamente pedregosos.
En el templo jónico de Marsá, en Locria (Italia) se encontraron estatuas de mármol colocadas en el frontón a finales del siglo V a.C. Las laterales representan los Dioscuros, con desnudez heroica, en el acto de apearse de los caballos, sostenidos por tritones
La diferencia entre la herradura sin clavos —que se utilizaría posteriormente- y la hiposandalia radica en la suela: la primera tiene la misma forma que las herraduras mientras que en la hiposandalia la suela era toda una placa de hierro. Parece que todas las hipótesis conducen a pensar que la herradura clavada fue un invento de la Alta Edad Media. Hay historiadores que la referencian al reinado de Carlomagno, otros al emperador León el filósofo, pues en su tratado sobre el arte militar del año 900 aproximadamente, habla del estribo y de la herradura clavada en el equipo del caballero bizantino.
Texto y Fotos: Julia García Rafols – Experta en Historia del caballo