Las placenteras son: la de BUSCAR, la motivación positiva de engancharse con la vida, saber lo que hay en el mundo y dónde descubrir refuerzos; CUIDAR, el afecto tierno materno y paterno, el cariño, que también actúa en cualquier amistad en la que no queremos ver nuestros amigos pasándolo mal; y JUEGO, la de tener placer en compañía, que es imprescindible para el desarrollo de la comunicación.
Otro circuito placentero es el DESEO SEXUAL, lo que se activa a través de las hormonas y las feromonas. Está ayudado por el circuito CUIDAR, como a veces notamos cuando tocamos un caballo entero con ternura: le encanta y le excita sexualmente, mientras el semental sabio usa elementos del CUIDAR y JUEGO en su cortejo. Como los demás circuitos que gobiernan las emociones positivas, está inhibido por el circuito negativo del MIEDO, como vemos a menudo al intentar cubrir una yegua con un potro sin experiencia: el miedo natural de la yegua le inhibe y no parece interesado. Pero sí ha hecho Flehmen, lo que le permite apreciar la feromona del celo de la yegua. Es inevitable que su DESEO SEXUAL ya esté estimulado. Su problema no es falta de interés, es miedo. Cuanto más se intenta forzarle a mostrar interés, peor su miedo. La solución es la de relajarse, dejar a los dos moverse con calma, olerse y tocarse y cuando el potro pierde su miedo, todo funciona.
El semental experimentado sabe templar su deseo sexual con toques cariñosos para calentar a la yegua durante el cortejo
El circuito del MIEDO es particularmente fácil de activar en el caballo, ya que está siempre consciente de su vulnerabilidad; el dolor le hace sentirse más vulnerable y también la confusión, el no saber qué hacer. El caballo con miedo, como sabemos, suele intentar escapar, lo que a menudo impedimos por aplicar presiones tan fuertes que duelen y producen más miedo. Quizá conseguimos controlar al caballo, pero pagamos un precio enorme porque no hemos eliminado su miedo. Queda ansioso, nervioso, se espanta al más mínimo. En fin, con la conducta que solemos asociar con los potros en la primera doma. Hay mejores maneras de tratar con el miedo. El circuito está inhibido por lo del CUIDAR, el cariño, la sensación de estar protegido. En los primeros ejercicios que hacemos en el picadero redondo con el potro libre, empezamos por mostrarle que estamos allí para cuidarle y le invitamos a caminar con nosotros; luego le atamos una cuerda alrededor del cuello, ponemos el resto de la cuerda sobre su dorso y de nuevo le invitamos a seguirnos. Si se espanta y sale corriendo, viene la cuerda. No se soluciona el problema así. Es solo cuando se queda quieto porque la cuerda no le persigue. Le felicitamos, le mostramos nuestro cariño, le calmamos y reemplazamos la cuerda en su dorso de nuevo, invitándole a seguirnos. Descubre que cuando queda con nosotros, anulamos su miedo con nuestro CUIDAR. Es una lección que les impresiona de manera profunda: cambiar su emoción negativa a una positiva es mucho más efectivo que intentar impedir su huida por la presión incómoda. Así los potros domados, de esta manera, no intentan huir cuando tienen miedo. Quedan con nosotros buscando su seguridad en nuestra protección.
El atleta infeliz. La imposición de tanta presión y dolor al caballo le provoca miedo y las tensiones musculares que no le permiten moverse de manera coordinada.
Estos circuitos estan en las partes más profundas y antiguas del cerebro, muy por debajo del nivel de la consciencia. Pero informan del nivel más arriba, el sistema límbico, lo que incluye el hipocampo, la puerta a la memoria y sobre todo a la memoria espacial. Entonces es posible afectar las emociones por el aprendizaje. Vemos este efecto muy bien con el miedo, cuando los caballos aprenden a tener miedo de las cosas, la gente o los sitios que les han dado miedo antes. Los llamados “resabios” a menudo son el resultado del castigo del miedo, lo que les da más miedo. Aprenden a reconocer las primeras señales que están entrando, la misma situación de nuevo, intentan escapar, se les castiga de nuevo. Así nos complicamos la vida.
Este miedo aprendido es difícil de tratar. Hay un centro en el sistema límbico, la amígdala, que procesa el miedo. Tiene su propia memoria, la que nunca se borra. Un miedo fuerte aprendido, lo encontramos imposible de eliminar por la habituación de manera normal, por presentar el estímulo reducido, esperar que lo tolere con calma, aumentar el estímulo, etc. Podemos pasar meses intentándolo, pero avanzamos poco, porque a la primera sugerencia del estímulo, la amígdala se activa provocando el miedo. Lo que funciona es otra forma del aprendizaje: asociar el estímulo reducido con un premio y cuando vemos que el caballo lo ve con buen ojo, aumentarlo un poco y avanzar así. Cuando la asociación está bastante confirmada, supera esta memoria de la amígdala. Esta técnica funciona aún mejor si podemos pensar de otra manera de llegar a nuestro objetivo, porque a menudo no es el objetivo lo que da miedo al caballo sino el reconocimiento de las señales que precedieron su desgracia: tienen miedo de tener miedo. Así, por ejemplo, el caballo que teme colocarle la cabezada, la montura o nuestro cuerpo, podemos re-empezar desde el lado derecho y con tacto y premios: sin las señales previas, no anticipa el miedo o dolor, es para él una experiencia nueva.
Este caballo rescatado del abandono estaba muy agresivo con adultos, pero no percibe razón de defenderse contra el niño, que le encanta.
Los caballos odian y temen su propio miedo, entonces intentan quitarse de ello por investigar y experimentar qué hacer. A menudo la gente está tan preocupada de tener control absoluto que no les da la libertad de encontrar su confianza así.
Otro circuito negativo es lo de la RABIA, lo que incluye la frustración. Por naturaleza los caballos son poco agresivos, buscan la paz y la armonía con los que les rodean. Es verdad que amenazan a otro que les irrita alejándole, pero estas ocasiones son breves y puntuales: el caballo que está siempre de mala leche tiene sus razones, porque la emoción no es placentera, no les gusta para nada y quieren quitarse de ella o su fuente. La rabia se procesa en la amígdala, entonces el miedo puede activar este circuito. Es decir, el caballo no agrede, se defiende. Ya que el semental es el defensor en la vida social, es más fácil provocar esta defensa en el entero que el capado o la yegua. Cuanto más le amenazamos o castigamos, más se defiende sobre todo cuando no puede escapar, como en la cuadra.
En nosotros también el miedo suele provocar la agresión: los que ven los caballos como peligrosos o que temen perder el control son a los que más maltratan o usan herramientas fuertes. Pues es un juicio que se auto-justifica porque el caballo no quiere estar con ellos sino escapar o defenderse.
Hay muchos estudios recientes que demuestran que el dolor es gran provocador de la RABIA: de nuevo, el caballo está intentando defenderse. El caballo al cual le duele la montura o el dorso por estar mal montado, puede acabar agrediéndonos cuando aparecemos. Por desgracia, solemos no tener mucho ojo para las señales del dolor, por lo que el caballo intenta esconderse si puede. Se enseña a los jinetes que tienen que aumentar la presión cuando el caballo demuestra su desagrado o rechazo, para superar su “resistencia”, así empeorando su dolor y sus lesiones. Los caballos de carácter más dulce o “noble”, no recurren a la agresión sino se deprimen, como tantos caballos de hípica usados para principiantes, pero tampoco son de buen humor. Otros tipos, como muchos PSI, algunas líneas lusitanas y árabes, son menos tolerantes al dolor y nos avisan pronto. La confusión también enfada a estos caballos de sangre caliente e inteligencia.
En mi experiencia, la mala interpretación y mal tratamiento del miedo y el enfado son las causas más frecuentes del fracaso con los caballos “difíciles”, que demasiado a menudo acaban en el matadero o abandonados. La identificación de la agresión con la dominancia es falsa, una idea humana no equina.
Finalmente, el último circuito negativo se llama PÁNICO, pero lo que significa es el terror del potrito abandonado: la ansiedad de separación, también la soledad, la tristeza. En otros animales se ha mostrado que la separación temprana de la madre y el aislamiento afectan tanto a la amígdala que esta crece, con el resultado de que el animal suele activar el MIEDO y la RABIA con más facilidad. No se han hecho tales estudios en los caballos, pero me ocurre que el mal destete dé alto estrés, con el potrito encerrado solo, puede tener efectos duraderos sobre su carácter: por cierto, se ha demostrado que el “imprinting” en que el potrito está sujeto a las manipulaciones forzosas y aterrorizantes sin recurso al cariño de su madre, tiene tales efectos nefastos.
Después de examinar estas emociones básicas, tiene que quedar claro que, si queremos un caballo feliz, hay que activar cuanto podemos las emociones positivas e intentar evitar las negativas. Así conseguimos su placer en la vida con nosotros y su cooperación voluntaria. Quiero continuar con este tema de las emociones en mi próximo artículo, pero mientras tanto os dejo con las palabras del maestro Nuno Oliveira, que sin saber toda esta ciencia la entendía por intuición:
“Es imprescindible amar al caballo.”
Texto y Fotos: Lucy Rees – Especialista en Etología