A veces hay que ignorar un fallo obvio porque se está trabajando otro y sin atajar el primero no podemos solucionar al segundo
Caramelos como este he conocido unos cuantos: castaño de 3 sangres, fuerte, con posibilidades de ser guapo si no tuviera la musculatura tan mal puesta; con ojos enloquecidos y solo dos aires, retrote y desbocado. Quizás haya buenos Caramelos también, pero no han llegado a mis manos.
Caramelos
Conozcamos a este caballo de nombre Caramelo, que fue un regalo. No sabemos nada de su historia antes de que viviera en un jardín en una urbanización madrileña, pero la va revelando; es una historia de confusión y terror, de “dominación vaquera” hecha a lo bruto por un ignorante que no debía haber tenido herramientas de tortura en sus manos o sus pies.
Cuando lo suelto con los míos, está claro que no sabe nada de compañía ni de campo. Es un caballo de cuadra y pista y probablemente criado así. ¿Cómo se reconstruye un caballo desde esta chapuza equina? El cuerpo invertido, la mente descompuesta, la falta completa de la naturaleza equina pacífica, gregaria y cooperativa. Lo mejor sería echarle al monte con otros durante un año para que aprenda a ser caballo y re-domarle con riendas largas, pero no tengo tiempo, me lo han prestado para buscar pottokas en la sierra y tengo que solucionarlo sobre la marcha.
Ya que estos Caramelos abundan, quizás es interesante ver cómo se hace. Es cuestión de prioridades. Por norma, hay que deshacer antes que reconstruir desde una nueva base sólida, como al levantar una parte caída de una pared de piedras. A veces hay que ignorar un fallo obvio porque se está trabajando otro y sin solución del primero no se puede solucionar el segundo. Exige la exactitud y la atención minuciosa a los detalles. ¿Cuáles son las prioridades?
Primero, cogerle, ya que tiene que vivir suelto. No quería arrinconarle, eso solo serviría para reforzar su hábito de alejarse a la vista de una persona y resentir su presencia. Usé un ritual y un cubo con muy poca comida. Cuando Caramelo se orientaba hacia mí desde lejos, levantaba el cubo y le daba palmadas gritando: “Caramelo, ven”. Ponía el cubo en el suelo y me retiraba lejos. Venía a comer. Cuando terminaba la comida y se iba, recargaba el cubo. Repetía exactamente lo mismo, alejándome cada vez menos hasta que venía al cubo a mis pies. No me movía, no intentaba tocarle. Es la forma más sencilla de aprender: señal-respuesta-recompensa. No tiene nada que ver con confianza, actitud o comprensión; es formar una conexión automática, pero sin esta, no existen las condiciones para fomentar la confianza. El éxito depende de la exactitud con la cual se repite la señal, como al buscar una palabra en el ordenador: el automatismo no reconoce la mala ortografía.
Al día siguiente, repetía mi señal, no me retiraba tan lejos y con paciencia venía al cubo en mis brazos. Desde aquí (por suerte, estaba muy delgado y hambriento) podía pasar el cubo a mi lado y hacia atrás hasta que me tocara. Cuando por fin puse el brazo alrededor de su cuello, no lo pudo ver: a menudo el estímulo que reconocía y evitaba en la experiencia de estar cogido, no era el tacto sino la vista de la mano acercándose. Enseguida, le solté y repetí. Me costó quizás una hora en total, en sesiones cortas, pero me ahorrará horas en el futuro tener este ritual para cogerle.
Noté que había que hacerle la boca.
Su delgadez presupone problemas con una montura, entonces al ensillarle usé muchos sudaderos y una vieja manta suave para acolchonarla bien. No protestó a la montura ligera, pero cuando me doblé para agarrar la cincha, me mordió con ferocidad. No dije nada: solté la cincha y lo intenté de nuevo, ofreciéndole mi espalda bien protegida (era invierno), hasta que se hartó de morderme sin tener reacción y me dejó tocar la cincha sin protestar. Entones le felicité. Es más repetición, tocar la cincha colgada, felicitar; tocar la cincha y atraerla hacia mí hasta que toca su piel, soltarla, felicitarle; agarrar la cincha y atraerla hasta que le toque la barriga, soltarla, felicitarle y así poco a poco lo tienes cinchado, aunque muy suelto. Tenía mucha confianza en esta cincha, es una Marjoman tan ancha, forrada y elástica que se iba a dar cuenta de que no le molestaba. Anduvimos un poco, le dejé comer hierba y lo cinché cada vez más.
Levantar mi pie hacia el estribo produjo tanto rechazo que me dirigí hacia unas rocas hasta encontrar unas que hacían un pasillo donde pude montarle desde encima de una roca. Caramelo parecía sólido, no temblaba ni arqueaba su dorso: avanzó precipitado hasta pasar las rocas, dio una vuelta rápida a la derecha y se lanzó hacia el prado. Conseguí pararle y girarle de nuevo hacia donde quería ir. Hizo lo mismo, era un movimiento bien practicado, pero esta vez estaba preparada, con mi mano izquierda fuera y rígida, la rienda suelta pero bastante corta. Así, cuando se giró de nuevo, se choóa contra la rienda, bloqueado.
Debemos distinguir con claridad la diferencia entre el bloqueo y el tirón, porque para el caballo está clarísimo. El bloqueo no hace nada hasta que el caballo tira contra ello, como si fuera atado a un árbol. Entiende que es su propia acción la que le produce el choque, entonces sabe cómo evitarlo. El tirón está impuesto por nosotros y, ya que según la experiencia de estos caballos somos muy imprevisibles, se sienten atacados. El caballo tiene más apreciación de los nanosegundos que nosotros, sobre todo cuando conecta su acción con las consecuencias. Con Caramelo costó varios intentos de girar hasta que lo entendió, pero al final miramos hacia donde quería ir, parados y con las riendas sueltas. De inmediato se lanza adelante con la cabeza arriba, retrotando.
No vale para nada. La base de la reconstrucción de su cuerpo y mente es el paso libre, con el dorso y cuello estirados y sin tensión. Solo así, cuando los pies pueden avanzar, podemos empezar a ponerle el músculo dorsal que le falta por completo, cambiar este cuello tan feo e invertido y tener el caballo cómodo mientras nos lleve. Costará meses andando arriba y abajo en la sierra, pero primero tengo que encontrar el paso. Mi manera normal de tratar con este problema es la de parar al caballo enseguida, calmarle y echarle las riendas. Normalmente el caballo anda dos trancos bien antes de levantar el cuello de nuevo, cuando le paro enseguida. Poco a poco entiende que está más cómodo con el cuello estirado y es la única manera de avanzar, pues empieza a cambiar su manera habitual de andar. Con Caramelo, conseguí que anduviera al paso, pero le ocurrió lo que a una mujer con tacones y falda de tubo que va con prisas, no es el tranco ondulante y elástico de un león. No se le ocurre bajar la cabeza y estirarse.
Al final encontré la solución: la de evitar el camino fácil y seguir las sendas de las cabras, donde hay piedras bastante grandes o han cortado una sección del robledo y hay árboles tumbados. Con su cabeza arriba, Caramelo no podía ver dónde pisaba y se tropezaba, pero también percibía el peligro y se paraba. Empujé su nuca hacia abajo poco a poco, felicitándole. Sentí su sorpresa: “vaya, ¡ahora puedo ver dónde piso!”. Avanzamos unos trancos así, antes de levantar la cabeza y tropezar de nuevo, asustándose hasta pararse, cuando repetimos lo mismo.
No sé cuántas veces Caramelo tuvo que hacer el mismo descubrimiento, cada vez con este aire de iluminación nueva, quizás cientos. Parece que no aprendió la lección. Esta estupidez aparente es típica de un cierto tipo de carácter y sobretodo del animal que ha aprendido solo por miedo o imposición. En la secuencia estímulo-respuesta-consecuencia; no es capaz de cambiar su respuesta al ver que las consecuencias han cambiado. Para él, tenerme encima presuponía levantar la cabeza e invertir su dorso incómodamente. Aunque las consecuencias de bajar la cabeza fueron mejores –estaba más cómodo y podía ver dónde pisar– le costó meses hasta que ir así le fue más obvio que ir invertido.
Mientras tanto, tenía que ir buscando estos caminos difíciles y evitando dónde podía ir invertido.
Por la forma de su musculatura y su desconfianza general, anticipé su miedo de una embocadura, pues le había puesto un hackamore. Pero no le iba bien, en parte porque tenía que usar la mano izquierda fuera cuando intentaba dar la vuelta y el hackamore no está hecho para la rienda abierta. Tampoco podía guiarle bien cuando, al encontrar pottokas escapados, estos se arrancaron y tuvimos que ir a galope extendido por detrás entre los canchos y árboles. Entonces lo cambié por mi embocadura favorita para la re-educación: el Pelham de goma o plástico. Es la embocadura más suave que hay con la rienda de arriba, un filete que no puede doler las barras, mientras la rienda de abajo actúa a la cadena y tienes un freno contundente si hace falta. No cruzo mis riendas, es decir, tengo la del filete entre el dedo corazón y el anular y la del bocado entre el anular y el meñique, algo más suelta. Así no toco la del bocado si no hace falta y la activo con el meñique o giro mi mano hacia abajo. Es la manera más original de llevar doble riendas y, para mí y los caballos, la más clara.
Costó convencer a Caramelo al ponerla en su boca, pero los higos de mi pueblo ayudan. Y claro, tenía miedo de ella como tenía de mis piernas. En el próximo artículo veremos cómo hemos superado este problema. Por el momento, dejadnos vagando entre las piedras con Caramelo, escogiendo su camino, cuello estirado y abajo, con las riendas completamente sueltas, guiado por mi cuerpo y a veces más peso en el estribo en el lado donde quiero ir, como hicimos durante meses sin intentar nada más.
Texto y fotografías: Lucy Rees | lucyrees5@gmail.com