Aunque existen teorías contrapuestas y se han establecido diversas polémicas al respecto, es posible que la influencia de otros pueblos interviniera en la utilización del caballo en Egipto.
Movimientos incesantes de pueblos de diverso origen procedentes del Norte y Noroeste -posiblemente del otro lado del Cáucaso- penetraron en Asia y África. En Asia, el proceso fue más rápido y esos movimientos arrojaron sobre Mesopotamia al pueblo que conocemos como los casitas.
Tutmosis III, hijastro de Hatshepsut, quien le tomó el relevo en el trono faraónico y más tarde intentó borrar todo vestigio de la reina-faraón
En África, en el siglo XVIII a. C. penetró en Egipto otra corriente que hemos denominado los hicsos (nómadas semitas y amorritas). Allí se establecieron hasta su expulsión definitiva por Ahmosis (1575 a. C.).
El grado de civilización de los hicsos era inferior al de los egipcios, pero, aquellos llegaron a controlar el poder y se proclamaron reyes, adoptando lengua y religión, si bien conservaron algunas divinidades propias que, más tarde, se incorporarían al panteón egipcio. No obstante, los hicsos importaron al país nuevos elementos de poder, de entre los que destacaremos el carro y el caballo.
Se trataba, según datos recopilados por los historiadores, de un caballo grande, de perfil arqueado, delgado y seco de cuello y grupa, con una cola abundante y de capa oscura, probablemente castaña. No obstante, los artistas contemporáneos a la invasión hicsa los reprodujeron en sus monumentos como unos animales estilizados que hubieran valido mucho más por la elegancia de sus líneas que por la funcionalidad que puede deducirse de sus representaciones.
Tras la expulsión de este pueblo, en tiempos de la nueva dinastía faraónica, el caballo tuvo un lugar destacado en las ceremonias religiosas, desfiles triunfales, cacerías y, por supuesto, también en los combates, sin olvidar que su verdadero valor bélico estaba siempre unido a los carros.
Formación del ejército egipcio
La primera novedad que aporta la dinastía XVIII es la creación de un ejército. En el Imperio Medio, las unidades militares se hicieron permanentes y bien organizadas y, cuando las necesidades lo requerían, podían, además, completarse con una milicia local. El núcleo de esta fuerza era la infantería, a la que se añadía la marina.
Ya en el II Periodo Intermedio, la XVIII dinastía fue testigo de un avance considerable en el desarrollo de las armas y la organización militar. La principal novedad es la formación de un ejército que tiende ya a ser profesional. La incorporación del carro de guerra tirado por caballos exige un adiestramiento superior al que requería antes la infantería. A juzgar por los títulos especiales, los carros formaban un cuerpo separado del resto del ejército egipcio ya desde el tiempo de Amenofis III (1391-1353).
Urserhet, escriba real de Amenofis II, cazando gacelas y otros animales del desierto con su carro. Pintura de la tumba de Userhet, Sheikh Abd el-Qurna. Rebas Occidental. XVIII dinastía
El carro de guerra, tirado por cuatro o dos caballos, era un vehículo ligero, hecho principalmente de madera con algunos elementos de cuero y metal. Su contribución principal a la guerra fue la movilidad, reforzada con el elemento sorpresa de su velocidad; los guerreros disparaban sus arcos al tiempo que el carro atravesaba las filas enemigas. Como el carro no iba reforzado no era adecuado para un ataque directo, pero una vez rotas las líneas enemigas éstos eran ideales para perseguir a los soldados de a pie dispersos.
La expansión militar tuvo su época dorada con Tutmosis I (1504-1492) que llegó hasta el Eúfrates y estableció un imperio permanente en Palestina y Siria. En la época de Tutmosis II (1492-1474) y Hatshepsut (1473-1458) se detuvo la expansión, pero se consolidó lo adquirido y el ejército se mantuvo en forma. El impulso decisivo se produjo con Tutmosis III (1479-1425), uno de los grandes faraones, militar brillante y gran organizador. En la estela que construyó en la Gran Esfinge, tras haberla restaurado, se escribió una larga inscripción que lo ensalza como «…guerrero, jinete, arquero, corredor y remero…». Su hijo, Amenofis II (1427-1401), fue el prototipo de faraón deportista y cazador y, también, un gran aficionado al caballo. La literatura nos ha dejado fiel reflejo de ello en la estela erigida cerca de la esfinge que cuenta de él, antes de que los cuidados del estado lo convirtieran en faraón: «…cuando era muchacho, amaba sus caballos, se deleitaba en ellos, era perseverante en ejercitarlos y conocer sus mañas, hábil en adiestrarlos, y sabía penetrar sus designios. Cuando su padre (Tutmosis) lo oyó (…) dijo a su séquito: «Que le den los mejores caballos del establo de su majestad que está en Menfis. Decidle que los cuide, que los haga obedientes, y que los trate con rudeza si se rebelan contra él» (…). No tenía igual en adiestrar caballos. Cuando él tomaba las riendas, no se cansaban. No sudaban (ni aún) a galope tendido…». Cuando Amenofis II fue faraón no desdeñó sus cualidades atléticas, además, era conocedor de todas las artes de la guerra y no tenía igual en el campo de batalla. Hacia 1250 a. C., Ramsés II (1290-1224), en la famosa batalla de Quadehs contra los hititas, utilizó unos 3.500 carros de combate en una sola batalla en la que, según representaciones pictóricas, incluso había amazonas.
Un carro tirado de las riendas y su caballo. Fragmento de la tumba de Neferhabef, primer profeta del ká Real bajo Seti I, de la XIX dinastía
Ya en la época de los Ptolomeos (siglo IV a. C.) era corriente utilizar en masa la caballería. Estos faraones desarrollaron la cría caballar, así como cierto proceso selectivo, comprando sementales en Siria y creando yeguadas en Tebas y Menfis e incluso, algo más tarde, exportando algunos de sus productos.
Texto y Fotos: Julia García Rafols – Experta en Historia del caballo