¡Arriba!
La etóloga galesa Lucy Rees nos trae una historia basada en una de las yeguas por las que más ha sentido cariño y con la que empezó a estudiar el comportamiento de los pottokas, Gau, que significa ‘Noche’ y que vamos a conocer su historia en este artículo de nuestra colaboradora
Gau (Noche) fue una de las yeguas fundadoras de mi proyecto de tener caballos viviendo en estado salvaje para estudiar el comportamiento natural equino. Una pottoka negra, fuerte, buena criadora, siempre sabía lo que quería: vivir lo más alto posible, a 1.500 metros donde nuestro cercado limita con el acceso a la sierra – a la cual llevo toda su banda cada vez que alguien deja abierta la puerta. Cada inverno, cuando el resto de la banda baja al abrigo de los bosques, Gau siempre se queda allí arriba con su potro. Se vinculó más al sitio, lo que llamamos el ‘Fin del Mundo’, que a una banda o semental en particular.
![](https://galopedigital.com/wp-content/uploads/2025/02/1.-Fin-del-mundo-scaled.jpg)
En septiembre me asustó encontrarla delgada de repente, porque siempre goza de una salud impresionante. Perdió peso a tope, aunque su potra de seis meses estaba bien fuerte, ya que la ‘amamantó de su dorso’, como se dice en mi tierra, liquidando así su cuerpo en favor de su potra. Allí arriba, hay brezo alto y es difícil encontrar a los pottokas, siendo los buitres los que me informaron de su muerte. Cuando por fin encontré sus huesos, entre los canchos que adoraba por los panoramas inmensos que ofrecen, vi que había perdido dos molares y roto otro, quizás por morder una piedra. Tenía solo 20 años.
La potra, que llamé Gora (Arriba, para animarla), rechazó abandonar los huesos en los canchos aún sin tener nada de comer por allí, mientras que el resto de la banda había ido al otro lado de la montaña. Solita y triste, no comía, aunque tenía la edad de ser capaz de alimentarse por sí misma, parecía estar superada por su miseria y muy nerviosa por su aislamiento. Intenté varias veces atraerla con un caballo hacia las zonas más bajas donde la podría ayudar, pero siempre se negó a seguirme más allá de los 100 metros que la separasen de los huesos. Intenté alimentarla in situ, pero no reconoció la comida. No lo dejé de intentar, porque temía por su vida, estaba tan débil por su gran pérdida de peso y tan aterrorizada por todo.
Después de tres semanas, su banda volvió y enseguida se pegó a su padre Ekain, siguiéndole y mostrándole su afecto como si fuera su mamá. Ekain la trató con ternura y cariño, consiguiendo que Gora volviese a comer. Poco a poco ganó peso y fuerza. Hizo una amistad con el otro potro de la banda, al que siguió incluso hasta el otro lado de la montaña, pero si iban más lejos, ella siempre volvía al ‘Fin del Mundo’, como su madre ¡Arriba ante todo!
Ahora después de 3 meses parece casi normal en aspecto y comportamiento. Aunque ha quedado pequeña, juega con su amigo, hace excursiones con él y corre con gran entusiasmo a saludar a su padre. Normalmente, una yegua desiste de amamantar un potro a los 8-9 meses, pero se mantendrán vinculados como fuente de seguridad mientras el potro se va independizando hasta dejar la banda natal al llegar a la madurez sexual. Para Gora, Ekain y su amigo juegan este papel. La vida natural tiene sus tragedias, pero a la vez suele tener remedios y consuelos. Los vínculos que hace un joven con otros de la banda pueden recompensar una pérdida tan importante como la de la madre. Si están ya en vía de formación antes de la desgracia, es cuestión de fortalecerlos; formarlos desde cero cuando el potro está tan trastornado sería casi imposible. Sin embargo, el trauma evidente que pasó durante las primeras semanas nos angustió a todos, testigos de su luto y dolor.
Texto y fotos: Lucy Rees. Etóloga. Lucyrees5@gmail.com