Conoció las mieles del éxito en competición a lo largo de la década de los 80 y 90, cuando desempeñó una gran labor en las citas olímpicas de Seúl (1988), Barcelona (1992) y Atlanta (1996) y que mantuvo en no pocas pruebas de Doma Clásica hasta su retirada como deportista hace cinco años.
Desde entonces, Mónica Theodorescu redirigió su talento y disciplina hacia el universo del “coaching”, siguiendo los pasos de su padre, George Theodorescu, que se reinventó como entrenador tras competir por Rumanía en los JJ.OO. de 1956, y al que nunca ha dudado en identificar como la persona más influyente en su carrera.
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