Aquí estamos con el número 100 de Galope, una ocasión única para dar nuestras felicitaciones y gracias a Joaquín, María José, Macarena y los demás miembros del equipo editorial por lograr una revista con una información siempre interesante y fiable. Por mi parte quiero dar especialmente las gracias por ofrecerme la oportunidad de compartir los conocimientos de la etología equina y cómo estos pueden ayudarnos en el mantenimiento, manejo y doma del caballo.
En estas celebraciones es normal que echemos un vistazo hacia atrás, a los años que hemos pasado y también hacia delante, hacia donde vamos, ya que estamos continuamente en proceso de cambio. Hemos visto cambios importantes no solo en el mundo ecuestre sino también en la sociedad moderna española. Es serendipia, en esta sociedad más democrática y de derechos, el descubrimiento etológico de los caballos en su vida natural, los cuales también son democráticos en sus decisiones, igualitarios en sus derechos sociales y con la falta de una estructura jerárquica y autoritaria, que llega en un momento histórico en el que muchos españoles están más preparados para revisar sus actitudes y técnicas para ponerse de acuerdo con el hallazgo.
El caballo bien iniciado nos busca cuando tiene dudas o miedo
Los jóvenes y principiantes de ahora son más propensos a rechazar lo que ven como la “vieja escuela”, la de imponer cada vez más presión sobre un caballo hasta que es sometido por el dolor. Evidentemente, esta visión de la “vieja escuela” no tiene nada que ver con los grandes maestros del pasado: ninguno de ellos nunca aconsejó la obligación y la fuerza como camino hacia el arte ecuestre o cualquier otra actividad con el caballo. Pero fueron las excepciones a la norma donde encontraron la necesidad de dar los mismos mensajes una y otra vez a los no tan avanzados: es un animal sensible, trátale con delicadeza, piensa el porqué cuando no está saliendo como quieres, paciencia. Para la gran masa de gente, que por desgracia formaron muchas de las actitudes tradicionales o de la “vieja escuela”, la bestia estaba allí para hacer lo que dictaran y si no lo hacía, peor para él: la letra con sangre entra. Los que han aprendido este modo de acercamiento de aquellos a los cuales admiraron -sus padres, sus maestros, sus amigos- pueden encontrar difícil admitir que hay mejores maneras, aunque aquellos de mente abierta siempre reflexionan, experimentan y mejoran.
El caballo naturalmente quiere investigar y busca su zona de escape, hasta perder su miedo a lo desconocido
Los jóvenes, nuestro futuro, lo tienen más fácil porque se han criado en una sociedad donde no se admite la opresión ni la esclavitud, tampoco el “bullying”. Quieren llegar a un acuerdo mutuo con su caballo, complaciéndose los dos. Así las actitudes de los grandes maestros, a menudo escondidas por debajo de consejos sobre técnicas exactas de la doma avanzada, están compartidas por una masa creciente de aficionados que nunca leen los textos clásicos porque no les interesan. Lo que quieren es un entendimiento mutuo con el caballo, con su compañero.
En estos cambios hay optimismo, pero hay notas negras como la degradación de la doma “clásica” en la competición moderna, donde se han olvidado de los fundamentos básicos: de la mandíbula relajada, del contacto ligero y de la cabeza nunca por detrás de la vertical. Al ver el sufrimiento, ahora bien, comprobado por numerosos experimentos científicos, los caballos en hiperflexión, con muserolas apretadas, con las espuelas pegando en sus costados a cada tranco, se acaban deprimiendo. Pero hay todavía una ráfaga de luz en los cientos de miles de firmas que se suman en las protestas contra estas prácticas. Ojalá los jueces lo tengan en cuenta.
En esta sociedad cada vez más alejada de la naturaleza y consciente de esta carencia, está creciendo la fascinación y el respecto por ella además de las ganas de involucrarse en su interacción, como por ejemplo con el caballo. Pero es precisamente la falta de familiaridad con el mundo natural lo que crea una nueva serie de problemas: la ignorancia de cómo presentarse y de cómo interpretar las expresiones del caballo, la torpeza física y el miedo a un animal tan potente. Por eso, hemos desarrollado nuevas formas de enseñar a los principiantes, encontrando que estos aprenden más rápido y mejor que los experimentados, que aprendieron con la expectación de que estos problemas no existían. Piensa cuántas frases, ahora comunes y entendidas, hemos ido incorporando a nuestro idioma ecuestre en estos últimos años: el lenguaje corporal, el espacio individual del caballo y de uno mismo, los refuerzos positivos o negativos, la confianza mutua. No es que estos conceptos no existieran antes, es que hemos encontrado que tenemos que identificarlos y enseñarlos hoy en día porque la gente no se cría ni se rodea de animales.
De este modo, nuestro inicio o reinicio, tanto para el caballo como para la persona, es la interacción en libertad, donde se tiene que aprender a cómo tratar con el caballo de manera que quiera estar con la persona, pues si este no quiere estar con nosotros, nunca llegaremos a un acuerdo mutuo.
Las riendas largas enseñan la confianza y las ayudas; son de gran utilidad con los caballos resabiados
La consciencia de que estamos destruyendo el mundo y su belleza ha dado como resultado una mayor preocupación por el bienestar de los animales que nos restan. Por ejemplo, cuando llegué a España, los dueños estaban a menudo consternados por la información de que la cuadra no es un sitio para el caballo, este animal de las planicies abiertas en movimiento casi constante. Mantener a un caballo en el pasto fue para los “sin clase”. Hoy en día, los mejores competidores tienen paddocks para sus caballos (por eso son los mejores, porque sus caballos están más sanos) y hay cada vez más hípicas con caballos en corrales o paddocks, aunque todavía hay resistencia por parte de los perezosos.
Así está creciendo la convicción de que, para llegar a una cooperación sin obligación, es decir, la cual sea voluntaria, el caballo debe de ser feliz igual que su dueño: no meramente bien cuidado en cuanto a su estado físico sino también a su estado mental y emocional. Y esta tendencia tiene su paralelismo en los avances científicos recientes que han mostrado que muchos animales tienen capacidades emocionales y cognitivas mucho más desarrolladas de lo que se pensaba. Lejos de ser mecánico como dijo Descartes, el caballo es consciente, siente, es capaz e incluso tiene deseos naturales de evaluar situaciones y llegar a sus propias decisiones de cómo actuar.
El caballo aprende las ayudas muy rápido cuando se le demuestra la respuesta adecuada
Su larga evolución como animal de presa le ha dotado de una percepción exagerada del peligro de cualquier cosa que no haya examinado y encontrado segura, un proceso de investigación, análisis, habituación y discriminación. No dejarle nunca la oportunidad de realizar estas facultades es quitarle su herencia, su ethos o manera de ser. Y si se deprime, cae en la apatía a veces mal llamada “nobleza”, le falta interés o ánimo.
En los tiempos en los que el caballo fue una herramienta de trabajo y nada más, incluso en las actividades modernas donde la falta de reacción está vista como una seguridad –en la hipoterapia o las clases de principiantes, por ejemplo– la indefensión aprendida puede pasar por algo normal y no por el resultado de malos tratos, que es lo que es. Pero se ve también un incremento impresionante de actividades donde el caballo tiene que pensar por sí mismo y hacer sus propios cálculos para que el binomio funcione: la equitación de trabajo, el “team penning”, el Trec, el “agility”, o incluso el Horseball y los juegos que la gente inventa para pasárselo bien con un caballo con todas sus facultades funcionando. Es este aspecto, es la doma la que marca más que todo las capacidades cognitivas del caballo, intentando dejarle examinar una situación y decidir por sí mismo qué hacer. Si hemos organizado la situación con inteligencia, el caballo llega a las conclusiones que queremos, lo que le convence más que cuando intentamos imponérselas. Así, por ejemplo, un ejercicio fundamental es dejarle descubrir que huir nunca soluciona sus problemas, es ir hacia nosotros y buscar nuestro consejo lo que funciona. Es impresionante ver cómo aplican las conclusiones a las que han llegado durante los ejercicios de pista pie a tierra y libre, a las situaciones montadas en el campo, lo que da a ambos mucha mayor seguridad.
Se fortalece con ganas cuando encuentra retos naturales
Durante estos años en los que colaboro con Galope, he aprendido mucho, no solo de los cientos de caballos que han pasado por mis manos y de los avances científicos sino también de la gente: de lo que enseño, lo que hay que enseñar como base firme para que avancen sin tener que desaprender y reaprender; y de los demás colaboradores, las joyas de sabiduría que sueltan en estas páginas.
¡Viva un Galope con 100 ediciones más, para el beneficio de nuestros caballos!
Texto y Fotos: Lucy Rees