Habiendo estado tan arraigado el concepto de “por la fuerza” en la Doma Vaquera a través de los tiempos, es de ley decir que al jinete precisamente a la edad de tres años no llegaba “una hermanita de la caridad”.
Joaquín Olivera Peña recibiendo un premio de manos de Juan Mª Maestre, de quien dice que era una persona preparadísima, con una calidad como jinete extraordinaria
Creo que lejos quedó aquella filosofía de: “hierro delante, hierro detrás y dos cojo… en medio”, pero todavía quedan rincones en los que este sistema no se ha erradicado del todo, va unido a la cultura ecuestre de la zona en la mayoría de los casos. Indudablemente se deben tener las cosas claras. Ganarse la confianza de un caballo debe ser primordial para cualquier disciplina, incluida la vaquera, pero doblegar su voluntad también es lo más importante en cualquier disciplina, y en vaquera me atrevo a decir de prioridad extrema, por el entorno en que se desenvuelve y para los compromisos a la que está destinada, en el campo, en la pista y en la plaza. Por lo tanto, y como en otros órdenes de la vida, en el término medio está la virtud, ni arre que trotes ni choo que te pares.
Pero estamos hablando de confianza y esta no solo empieza con las primeras relaciones entre potro y jinete. Los caballos destinados a la ganadería, nacían la mayoría, dentro de las propias ganaderías, o fincas de las mismas características, fincas grandes, con cercados grandes, donde las yeguas campeaban a sus anchas criando potros no solo para el destino ganadero sino también para la remonta (fines militares) y labores agrícolas.
Se cogían una vez al año en la mayoría de los casos, se arreaban a los corrales para el destete y atusarlas e igualmente a sus potros y herrarlos. Ahí queda con acierto, como mantenimiento de las tradiciones “LA SACA DE LAS YEGUAS” del pueblo de Almonte. Pero esto queda solo como eso, mantener las tradiciones. Poca utilidad tienen esos potros para la práctica deportiva moderna. Aunque como no hay regla sin excepción el caballo “Trapero”, marismeño, montado por Alfonso Martín fue Campeón de España en Doma Vaquera en 1992. A menor escala, se procedía en las fincas ganaderas, eso sí, con mejor selección… ¡ya parió la Careta! Pero no se sabía de momento si macho o hembra. La madre con el afán de protección, su instinto natural, corría y corría ante la presencia del vaquero. Era la primera lección que la yegua daba a su potro, ponerse fuera del peligro ante la presencia del hombre; malos comienzos.
Los potros se recogían del campo después de dos años y medio o tres. Debido a la agresividad con que se trataba a los animales, se les provocaba heridas de consideración, por lo que se convertía en un animal que no dejaba que el hombre se le acercara
Con tanto “chisme” encima el potro no sabe lo que hacer; su única salida era obedecer. Aprovechando las dolencias físicas, se le colocaba el cabezón de serreta y se decía “hay que hacerle la nariz”
Cuando desterremos las malas prácticas de estas tradiciones, avanzaremos hacia la mejor doma del mundo
Imposición de autoridad
A esto le seguían las voces para cambiarlo de cercado por aquello del aprovechamiento de los pastos. Y a la edad de seis o siete meses destetado en los corrales no con poco forcejeo, enjaquimados y tirados al suelo para herrarlos. Unos pocos tirones del ronzal para imponerles la autoridad. Eran los primeros contactos. Dos o tres meses con el ronzal suelto para que se los pisen y en algunos casos se amarraban al pesebre. Luego al campo que la otoñada promete…
Después de dos años, hacia la edad de dos años y medio o tres, se recogían del campo. La impresión para el potro no era menos traumatizante. Se metían en la mangá y se les colocaba la cabezada de cuadra. De ahí al pesebre amarrado, “ahora ya empezaba la doma en serio”. La cabezada se clavaba en la nuca muchas veces y provocaba en la mayoría de los casos heridas de difícil cura en esa zona… el potro se convertía en un animal que no dejaba que el hombre se acercara, estamos más o menos condenados a ser enemigos por mucho tiempo. Pero ahí no terminaba lo peor, sin tranquilizante en la mayoría de los casos, amarrándoles las patas se les tiraban al suelo para castrarlos. ¿Qué pensaría el potro de nosotros, se amansaría como síntoma de entrega ante el dominio del hombre o se pondría a la defensiva por mucho tiempo como consecuencia de un trato descompasado? Yo me inclino por lo segundo.
Cuando pasaban algunos días había que comenzar el trabajo. Aprovechando las dolencias físicas y psíquicas se les colocaba el cabezón de serreta, y a dar cuerda, eso sí, “hay que hacerle la nariz” se decía, y no quiero ni contar cómo se ponía el hocico en algunos casos ¡este caballo es muy agrio de la cara! Expresión que era muy común con caballos adultos.
Había que ponerle la montura, ahí es nada. El caballo en posición de prevengan acechaba con la pata para cazarte, había que coger la cincha desde lejos con un alambre a modo de bastoncillo por muchos días, para evitar la patada estilo vaca cuando la ordeñan. Las relaciones se avinagraban por momento. Al sentirse la cincha, se hinchaban produciéndole una sensación de sofoco que por naturaleza después de lo vivido desde que nació, había que desembarazarse de ella “y allá va eso”, se arrancaba a botar en la mayoría de los casos. La respuesta era casi siempre la misma: “déjalo, ya se cansará”.
La serreta por un lado, la tralla por otro, las voces… Sinceramente, no creo que aprendieran ninguna buena lección aquellos potros, esto es lo que se llama a nivel internacional desbrave.
La confianza jinete-caballo es esencial para la comunicación y el buen hacer entre ambos
Anclados en el pasado
Pienso que junto con la selección genética es lo que nos ha situado en desventaja con otros países centroeuropeos. Hemos estado atascados en el pasado demasiado tiempo, quizás era inevitable, no lo sé, pero estoy seguro de que cuando desterremos de una vez por todas cada una de estas prácticas, de estas tradiciones, avanzaremos hacía la Gloria, que ya lo hacemos, siendo nuestra doma admirada y reconocida como lo que es: la mejor del mundo. La que da las mejores sensaciones a un jinete. La que da mejores garantías en exteriores, más seguridad y a la vez crearemos un binomio capaz de desarrollar las actuaciones artísticas-deportivas más brillantes. Cargada de fuerza y sumisión. Siempre desde la relación caballo jinete basada en la confianza, porque él nos entregará su capacidad física y nosotros no la utilizaremos como una herramienta. Él nos entregará su voluntad y nosotros respetaremos su personalidad así mantendrá su expresividad y brillantez. Es lo que requiere la práctica deportiva, que no confundamos disciplina, obediencia y sumisión con humillación.
Texto y Fotos: Joaquín Olivera Peña In Memoriam