La nariz en la doma

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Puede parecer que soy contrario a dicha manera de desbrave y que recomiendo el uso del filete o de un bocado articulado vaquero, con las falsas riendas en los farolillos. No, lo que pienso y he llegado a la conclusión por experiencia, es que es muy difícil saber manejar la nariz de un caballo. Mejor dicho, lo difícil es saber alternar cuándo y cómo la nariz con la boca del caballo. Al igual que es difícil alternar el filete y el bocado. Solo que en este último caso no se llega a deformaciones físicas tales como el desarrollo muscular del cuello del caballo, como es frecuente en un abuso exhaustivo de la nariz.

Con un uso indebido de la nariz nos podemos encontrar que, a base de querer continuamente llevarnos hacia arriba la cabeza, hemos desarrollado más los músculos de la base del cuello que los de la cresta, y se nos quedará para siempre el caballo con la cara por encima de la vertical, siendo dificilísimo, y también lo digo por experiencia, volvérsela a poner en su sitio. Aparte de que, si solo usamos la nariz, como es frecuente ver, no hacemos para nada la boca y, por tanto, al quitar las falsas riendas nos encontramos con el caballo completamente serrero.

No es lo mismo “sacarle” las cosas al caballo por la fuerza que poner a este en predisposición de hacerlas

El objeto continuo del uso de la nariz en la Doma Vaquera obedece principalmente a dos cosas:

1- Evitar que el potro se lleve la cara abajo en el momento de quererse botar. En este primer caso, se olvida que con un filete podemos muy bien llevarnos la cara arriba, que tendríamos ante todo que evitar a toda costa que el potro se bote pidiéndole cosas para las que no está preparado, y que, cuando un potro se bota, lo hace igual con el filete que con serreta en la nariz.

2- Querer colocar la cara en una posición correcta antes de tiempo. En el segundo caso, querer colocar la cara de un caballo antes de tiempo es descolocarla para toda su vida. El caballo tiene que llegar a dicha posición por equilibrio, solo por el remetimiento de su tercio posterior. A medida que sus pies vayan entrando bajo la masa, su tercio delantero irá apareciendo ante nosotros, nos lo iremos encontrando, lo sentiremos en nuestro asiento, nuestras piernas y nuestras manos.

Las falsas riendas a la nariz solo nos deben servir para guiar a nuestro caballo

La serreta en la nariz debe ser un uso, pero un uso muy pensado, y alternado con la boca. Al caballo hay que domarlo de la boca, que es donde presenta todas sus dificultades y complicaciones.Las falsas riendas a la nariz solo nos deben servir para, en un momento dado, guiar a nuestro caballo hacia un lado u otro a donde lo queramos girar. No olvidemos, de todos modos, que esto lo podemos hacer muy bien sin métodos brutales basados en la fuerza, porque, por la fuerza, nos ganará siempre el caballo, nosotros hemos de usar lo que él no tiene, la inteligencia.

La finura

Todo jinete que se precie de serlo, ha de tener finura. Finura en su asiento, piernas y manos. En su trato con el caballo, finura en sus ayudas y, finalmente, ser fino de cabeza: pensar con precisión matemática lo que el caballo está pidiendo de ti en determinado momento de su trabajo.

Un caballo que tenga la suerte de trabajar con un jinete fino, siempre estará fresco y dispuesto a lo que se le pida.

¿Violencia? En un picadero nunca. En determinadas faenas, tales como el Acoso y el Rejoneo, en que hay que empujar al caballo sobre un tercer elemento que siempre está contra él, entonces, y si hace falta, se puede usar, más teniendo siempre aquella máxima de que cuando presentes batalla a un caballo tengas siempre la certeza de que vas a ganarla, porque si no, ahórratela, ya que te pesará siempre.

Esto no quiere decir que el jinete haya de comportarse en un picadero como una monja que está dando clases. Por supuesto, el hombre tiene que dominar siempre al caballo, usando, eso sí, métodos racionales frente a la violencia y la fuerza.

Esto exige que el jinete deba ser fino y sensible; sin ello todas las fórmulas y “habilidades” son nada. Solo un hombre que quiera de verdad a los caballos y que sea capaz de sentirlos puede llegar a ser un jinete fino, capaz de conseguir de sus caballos aires ecuestres de un sumo grado. Por tanto, cuando hablo de un jinete fino, no me estoy refiriendo para nada a esos señores que no dan impulsión ni brillantez ni ligereza a sus caballos por miedo. Esos ya los vemos de sobra en competiciones que por imperativos federativos tienen que mecanizar sus caballos a cierto movimiento. Cualquiera de estos señores que crea estar haciendo doma está totalmente equivocado, que saque el caballo del rectángulo y veremos lo que sucede.

Aparte de la finura hace falta una gran dosis de arte, ya que sin él, la Vaquera solo sería doma

El jinete que tenga un asiento fino tendrá más piernas y manos, sus ayudas son finas y solo con el peso del cuerpo dominará a su caballo, obteniendo equilibrio y estabilidad en su silla sin que tenga que descomponerse por fuerza o contracción alguna.

Aparte de esta finura, junto a ella diría yo, hace falta una gran dosis de arte, porque precisamente esta variante de la doma, la vaquera, necesita de él, ya que sin arte solo sería doma. Esto es difícil de explicar; el arte ni se mide ni se puede descifrar, solo se puede sentir.

Ese toque de arte que solo algunos, muy pocos de nuestros jinetes supieron inferirle a la manera de presentar un caballo, es difícil de copiar, ni ellos mismos pudieron ni pueden enseñarlo a sus discípulos. Nacieron con él y morirán con él. Saldrán otros, pero que no lo aprenderán porque ya nacieron también con él.

Sin finura ni arte no hay Doma Vaquera. Aunque tampoco se puede generalizar, ya que determinados métodos pueden dar resultados positivos en determinados caballos, mas en pocos solo, porque en la mayoría, solo la delicadeza, la inteligencia del jinete y una gran dosis de paciencia dan los resultados apetecidos.

No es lo mismo “sacarle” las cosas al caballo por la fuerza que poner a este en predisposición de hacerlas y, una vez en esta postura, acompañarle con las ayudas necesarias a ejecutarlas. Solo así conseguiremos de nuestro caballo una brillantez y soltura en sus movimientos como si estuvieran en libertad. A un caballo por el temor no se le doma, sino que se le atemoriza. Y no olvidéis nunca que la memoria del caballo es prodigiosa y por tanto es, en este caso, peligrosa.

Texto y Fotos: Luis Ramos Paúl in memoriam

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