¿Cómo ha de actuar la mano del jinete?, ¿mano blanda o mano dura?, ¿activa o pasiva?, ¿abierta o cerrada?
Ante una resistencia, la mano se pondrá firme, que no dura, y en la medida que vayamos descontrayendo se tornará blanda y suave. Y digo que no dura, porque si a una resistencia (el caballo) opone otra resistencia (la mano dura) es cuando empezamos a hacer fuerza, y es entonces cuando no podremos obtener nunca la ligereza. No hay bocas buenas ni malas. Hay manos buenas y manos malas.
La resistencia que nos opone el caballo por medio de su boca obedece a una contracción cualquiera de algunos de sus músculos, bien sean el cuello, dorso, etc. La boca es el reflejo a donde ha ido a parar dicha contracción. Esta resistencia se vence descontrayendo los músculos contraídos con ejercicios tales como la espalda adentro, apoyos, etc. En el momento de la resistencia, la mano se hará firme, pero sobre todo lo que tiene que estar es muy activa. Esto no quiere decir que se muevan por separadas. Las manos han de estar lo más cercanas una de otra y no se moverán por separado una de otra tirando de las riendas, lo que nos daría el mando directo más propio de potros en desbrave o caballos de deporte, sino que juntas, girarán hacia un lado u otro, al igual que el manillar de una bicicleta o el volante de un coche.
Pero estas manos, que aparentemente están pasivas, pueden ser al mismo tiempo muy activas en la medida que actúen nuestros dedos. En Viena dicen que el jinete tiene que tocar mucho “el piano”. Aquí podemos decir que el jinete tiene que tocar mucho la guitarra.
Solamente tiene que ser la mano pasiva cuando el grado de ligereza sea absoluto, cuando las riendas se tornan en banda y el contacto con la boca del caballo es mínimo. Porque entonces, ¿para qué actuar? La buena mano apta conforme se esté desarrollando el trabajo de nuestro caballo. Cuando tiene que ser firme, no dura, pues firme. Activando con los dedos a fin de aligerar el tercio delantero del caballo. Entonces será cuando el cuello del caballo se nos irá apareciendo ante nosotros, libre y ligero, conservando el perfil de su cara en total verticalidad, ni por encima ni por debajo de esta.
El contacto que mantenemos con la boca del caballo por medio de las riendas no puede ser fijo ni constante porque es entonces cuando el caballo se nos duerme en la mano y poco a poco se nos irá cayendo hacia abajo, perderá la verticalidad del perfil de su cara, echará su peso sobre las espaldas, y a ponérsenos cada vez más pesado en la mano.
Con nuestros dedos tenemos que conseguir aligerar el tercio delantero del caballo, que ya, las ayudas necesarias de asiento y piernas harán que no se pierda la impulsión deseada. Se puede correr el peligro que se nos ponga el caballo en falso. Pero siempre que esté obediente y presto a las ayudas de piernas y asiento, ya pueden estar las riendas totalmente en banda, que si el caballo te responde hacia delante, estará por encima de la mano. Las riendas son para guiar al caballo, pero no para tirarle de la boca. La buena mano hace que el caballo tenga confianza en nosotros, y que se nos vuelva agradable y que empiece a trabajar relajado y con gusto. Por esto es por lo que la mano, la pierna y el asiento, tienen que estar sincronizados. Es el famoso, tan llevado y traído “tacto ecuestre”, que tantos dolores de cabeza produce a los jinetes.
El caballo tiene que tener confianza en la mano de su jinete. De aquí que caballos de los llamados duros se lleven mejor con niños y señoras. No porque sus manos sean más sabias que las del hombre, sino porque están más carentes de fuerza y se sienten más cómodos con ellos. Confían más en la acción de sus manos.
El caballo que siente confianza en la mano del jinete es aquel que en los aires reunidos, con el perfil de su cara en la vertical y las riendas sin tensión apta con una ligereza absoluta. Pero también es aquel que en los aires alargados, extiende su cuello hacia delante, consiguiendo en ese instante apoyarse más en la mano, pero sin llegar a ofrecernos resistencia alguna. Para, al volver a la reunión, seguir con absoluta ligereza.
Texto: Luis Ramos Paúl in memoriam