Juan Llamas es coronel interventor de caballería, juez internacional de PRE, escritor y conferenciante de la doma y raza del caballo más representativo de España.
¿Cuándo, dónde y cómo empieza su afición al mundo del caballo?
A los ocho años, en Melilla. En mi niñez estaba muy militarizada, y el Arma de Caballería aún funcionaba a caballo. Mi padre era médico militar. Era fácil poder montar a caballo si había afición y yo, evidentemente, la tenía.
¿Ha sido jinete? ¿Qué disciplina ha practicado?
Tuve la posibilidad de montar toda clase de caballos: purasangres, cruzados y hasta algún español, como Manolo, un tordo del hierro de Domecq. Incluso hice mis pinitos jugando al Polo. Ya me gustaba la doma, fundamental para cualquier tipo de equitación. El Salto era entonces la moda. Conservo como una joya la primera copa que gané en un concurso de Salto para juveniles montando a Frisar, un caballo argentino que luego fue internacional y ganó multitud de pruebas en toda Europa. Con el paso del tiempo he montado casi a diario hasta hace poco. No lo he hecho mal, y siempre he tenido fama de poseer unas manos de seda.
A Sancho Gracia le vendí un caballo mío, Redondo, negro y muy bien domado, con el que hizo casi toda la serie de “Curro Jiménez”. En otra época me volví loco con las liebres. Por cierto, me llevaba a montar conmigo al cabo Pepe Fuentes, que por entonces estaba haciendo la mili en Madrid. Allí el cabo Fuentes se codeaba con los generales y con la Infanta Pilar, una gran aficionada.
Durante sus años en el Ejército, ¿qué funciones realizaba en relación con el caballo?
Como interventor militar, busqué destinos relacionados con caballos. Estuve muchos años interviniendo los centros militares más emblemáticos: la Unidad de Equitación y Remonta, la Jefatura de Cría Caballar y el Centro Militar de Veterinaria. Durante esos años formé parte del equipo de compra. Éramos cuatro comprando caballos para el Ejército, para los Depósitos de Sementales y hasta para la Policía Armada. Pueblo a pueblo, de finca en finca, por toda España. Para un aficionado era un sueño, y además me pagaban.
En un entorno militar, la predilección por la Vaquera no es usual. ¿De dónde procede su interés por esta disciplina?
Mi maestro fue Don José Llamas. Aunque el apellido coincide no éramos familia. Era de Puebla de Cazalla, y me infundió el gusto por la Vaquera. Desde los doce años el premio que me daba mi padre por mis buenas notas era montar a caballo en la Feria de Sevilla.
Desde su perspectiva de juez de Doma Vaquera, ¿cómo percibe la situación actual?
Los tiempos cambian. Antes era más romántica. En la época de Rafael Jurado, Luis Ramos Paúl y Luis Mahíllo, los jinetes se gastaban sus premios en vino. Hoy, la Hoja de Ejercicios n.º 2 es tan difícil que casi todos los grandes jinetes son profesionales. Si en el mismo día hay dos concursos en dos pueblos diferentes van al que tenga mejores premios. Podría pensarse que se están “metalizando”, pero hay que pensar que es su oficio y viven de él. En lo que va de siglo han aparecido buenísimos jinetes jóvenes, que se están subiendo a las barbas de nuestros ídolos de finales del XX.
La Doma Vaquera crecerá y mejorará si aparecen más y mejores profesionales, porque a los aficionados les falta la práctica y el tiempo necesarios para preparar un caballo con método. El caso de Joaquín Olivera es la excepción que confirma la regla.
¿Es usted más del “pellizco” o de la técnica?
La técnica es fundamental, sin ella no puede haber pellizco; pero sí, soy más del pellizco. El pellizco está ligado al aire vaquero. Lo consigue un jinete de gesto brioso que huele a campo, que saca el pecho, mira por encima de las orejas del caballo, arriesga y se la juega. Sólo ése conseguirá que nuestro corazón se acelere y que nuestras manos se rompan aplaudiéndole, y no esos otros que van doblados con la cabeza baja, mirando al suelo como si estuvieran envueltos en una pena negra.
Como gran conocedor del PRE, ¿lo considera un caballo adecuado para la Doma Vaquera?
Hoy no vale. Algún español ha llegado a ser campeón de España de Acoso y Derribo, pero la raza está sufriendo las consecuencias de una mala selección. Desde hace 50 años viene siendo el caballo para la feria, el caballo para el ejecutivo, que no quiere facultades, sino buen carácter y crines. El caballo español apto para la Vaquera necesita un cuello más delgado, una cruz más prominente y unos posteriores más rectos, con ángulos articulares más abiertos. Son las características de los caballos galopadores, pero para conseguirlas sin introducción de otras sangres hace falta un proceso de selección de 25 o 30 años. Parece mucho, pero la mejor virtud del criador siempre fue la paciencia.
Entrando en doma, ¿cuál le parece el ejercicio más representativo de la Vaquera?
Las medias vueltas al paso es el más difícil, y no lo hay en ninguna otra disciplina.
A lo largo de su experiencia como juez ha tenido la oportunidad de juzgar a muchos jinetes. ¿quién es el que mejor ha realizado este ejercicio y por qué?
Joaquín Olivera. Tiene un asiento extraordinario, que le ayuda a rozar la perfección en los tres cambios de equilibrio que exige la media vuelta al paso.
¿Podría decirnos cuál es su ejercicio preferido en Doma Vaquera?
El parón haciendo raya, el más espectacular, el que el público está esperando desde que el jinete entra en pista, para ver si lo hace arriesgando o con reservas. La longitud de las rayas no es lo más importante, porque influye el estado del terreno. Con más arena las rayas son más cortas. En México, heredero de nuestra doma, se hace también, y las rayas pueden ser de seis metros, pero el terreno está especialmente preparado. A pesar de la longitud de las rayas, no suelen ser buenas porque los caballos despapan y dan hachazos. Otra cosa es la Doma Western en los Estados Unidos, donde también se hace este ejercicio. Da gusto ver al caballo doblando al máximo sus riñones, con los pies resbalando muy debajo de la masa y un jinete que ayuda con su asiento atrás y unas riendas que sin tirar mantienen un suave contacto. Lo hacen mejor que nosotros.
El doping está de moda, ¿existe en la Doma Vaquera?
Me consta que hace años más de un jinete dopaba a su caballo, y lo sabemos todos. El cuerpo del delito eran las jeringuillas abandonadas alrededor de las cuadras. Actualmente, el doping, muy sofisticado, está en todos los deportes, y sería de panoli pensar que en Vaquera no lo hay.
En su opinión, ¿cuál sería la raza y la morfología adecuadas para un caballo de Vaquera?
La morfología ya la he explicado, y la raza da igual, aunque siempre va bien un poco o mucho de inglés. Puede valer un Pura Sangre Inglés, un Anglo-árabe, un Hispano-árabe o un Silla Francés. Nuestros profesionales suelen emplear estos porque hay más donde elegir.
¿Saben ya vestir los jinetes de Vaquera?
En general ya van bien, aunque han tenido que pasar 20 años para llegar a la corrección. El atuendo vaquero tomó carta de naturaleza entre 1900 y 1920. En el semanario “Sol y Sombra” de esa época se puede observar la evolución desde el traje rondeño, barroco y caro, a la sencillez franciscana del traje corto, propio de una España que se volvió pobre al perder sus colonias.
La guayabera –palabra caribeña- era allá la guerrera de nuestros soldados. Volvieron con ella. Era fresca y cómoda para montar porque no tenía faldones. Era también barata de hacer, y su uso se generalizó.
El pantalón redondo –se llama así porque no se le plancha la raya- era un pantalón normal que se recogía en el campo para que no se manchara con el barro. Entonces dejaba ver las morcillas, es decir, las vueltas blancas, porque todo el pantalón iba forrado de una especie de muselina de color crudo que protegía del sudor del caballo, y que con sucesivos lavados se volvía blanca.
Otro detalle puede ser el reloj de pulsera, ¿por qué no se admite? Porque apareció después de la I Guerra Mundial, y todo el atuendo vaquero quedó fijado en 1920. Queremos que siga así, sin que vaya adaptándose a las modas. En otro caso ya hubiéramos aceptado los pantalones vaqueros. No está lejos el día en que todos los jinetes, al menos en España, vistan correctamente. Sería el momento de eliminar la nota con la que los jueces calificamos atuendo y arreos, aunque prefiero que se mantenga para evitar las sorpresas de la barba, los pendientes, la coleta y hasta los “piercings”, pues todo ha ocurrido ya y todo se puede repetir.
¿Qué le parece la forma de juzgar actual?
Es la misma de siempre, aunque sigo echando en falta una mayor preocupación por la impulsión. Por otra parte, los nombres pesan demasiado, pero estas cosas son generales y se observan hasta en las olimpiadas.
¿Han sido estos motivos los que le han llevado a escribir su libro “La Doma Vaquera actual”?
De ninguna manera. Yo no tengo el derecho de criticar públicamente a nadie. Es un libro que siempre quise escribir, y por circunstancias personales no pude hacerlo antes. Las fuentes, además de mis experiencias, han sido las mejores de la equitación universal, como Decarpentry, Saint Phalle, Jousseaume, Podhajsky… y otros españoles del XVIII y XIX, desgraciadamente ignorados por el gran público, como el Conde de Grajal, Francisco Pasqual y Francisco de Laiglesia. Las fotos ayudan mucho y elegí 100 a todo color entre las cuatro mil que sacó Rafael Lemos.
Por edades y conocimiento, ¿a qué público va dirigido?
Los profesionales no leen y además no lo necesitan. Los jóvenes leen poco… La mayor aceptación puede estar en los aficionados que sin haber nacido aquí abajo llevan a la Doma Vaquera y a Andalucía en su corazón.
Díganos, para terminar, un consejo práctico sobre la Doma Vaquera que se nos quede grabado y nos recuerde a usted, Don Juan.
Consejo… los romanos decían que “consejos ni aunque te los pidan”, pero más de uno va en esta copla con la que comienzo el libro:
“Mu pegao en el asiento,
las espuelas preocupás,
en la mano mucho tiento
y calma pa los demás”.
Texto y Fotos: Redacción Revista Galope