El mejor momento para hacer un viaje es a finales de primavera o principios de verano
Viajar con nuestro caballo es posible, a pesar de todas las trabas e inconvenientes que plantea la forma de vida moderna. Se trata de elegir el destino que nos apetezca, conseguir los mapas necesarios, un hueco en el calendario y algunas cosas no muy habituales en los paseos y excursiones cotidianos. Nos lo contó todo, para la revista Galope nº 19, un viajero incansable y gerente de un pequeño club hípico.
CONOCIMIENTOS E ILUSIÓN
La red de carreteras y autopistas, la actual configuración de las poblaciones, la degradación de las aguas y campos, el estado de abandono o desaparición de muchas vías pecuarias, caminos vecinales, locales y comarcales cortados de forma inexplicable por fincas privadas, así como la invasión de algunas zonas de cañadas y cordeles de trashumancia –tanto unos como otros son públicos y no de uso particular– son, según mi experiencia, los principales obstáculos a los que nos enfrentamos durante un viaje con nuestro caballo. Son muchos y muy variados, pero con un poco de imaginación, muchas ganas e ilusión, nos podemos dar el gustazo de llegar desde casa –poniendo como ejemplo la provincia de Madrid– en un paseo, más largo de lo normal, hasta por ejemplo la playa de Finisterre.
EL EQUIPO
Para ello solo necesitamos un caballo que confíe plenamente en nosotros y un ligero equipamiento. Describiré el mío:
- Una silla cómoda y lo más ligera posible.
- Alforjas y maleta grupera, en las que meto el siguiente equipaje:
- Tienda de campaña.
- Saco de dormir.
- Colchoneta autohinchable.
- Chubasquero.
- Libreta y lápiz.
- Ropa limpia, una muda de quita y pon es suficiente.
- Algo de abrigo según la época.
- Artículos de higiene personal: una pastilla de jabón natural (que también vale para lavar la ropa), cepillo, pasta de dientes y una toalla.
- Los mapas pertinentes.
- Una bruza o almohaza para limpiar y masajear al caballo.
- Botiquín.
- Para sujetar al caballo en los descansos, tengo un cercado eléctrico de viaje, que permite al caballo moverse a sus anchas.
Para los que están acostumbrados a los trabones o a estar estacados, estos medios están bien. Todo esto lo complemento con un chaleco multibolsillos, donde llevo un limpiacascos plegable, brújula, linterna, mechero, navaja, teléfono, pastillas potabilizadoras, documentación, algo de dinero y tarjeta de crédito. Al cinturón cuelgo unos pequeños prismáticos y la cámara de fotos, mientras que fuera de las alforjas sujeto una esterilla aislante.
La boca del caballo la dejo libre utilizando una jáquima, que resulta muy cómoda tanto para el jinete como para el caballo, que pasaría muchas horas con el bocado puesto y da la posibilidad de dejar comer al caballo en cualquier momento.
Llevar una cabezada de cuadra y ramal ligeros es también muy práctico; por si alguna herradura se remueve o se suelta, llevo tenazas, martillo y algunos clavos. Contado así puede parecer mucho equipaje pero, una vez acoplado todo, en la báscula marca algo más de nueve kilos, que sumados a la silla española son más o menos veinte kilos.
En el mercado se pueden encontrar diferentes modelos de alforjas y gruperas, pero lo mejor es hacerlas a la medida de nuestras necesidades.
La época también es importante a la hora de organizar el viaje. El mejor momento es a finales de primavera o principios de verano, los días son muy largos, la temperatura normalmente agradable, las fuentes y arroyos tienen toda vía mucha agua y tenemos pasto abundante por todas partes. En otras épocas también se puede hacer, pero si hace frío el equipaje aumenta. Además, en otoño y en invierno contamos con menos horas de luz y en pleno verano nos podemos encontrar con escasez de agua y pastos, y nos veremos en la necesidad de, aparte de conseguir pienso, buscar forraje par a el caballo. También tendremos que acortar la jornada en las horas de más calor.
COMIENZA EL VIAJE
Ya tenemos todo lo necesario y llega el momento de iniciar el viaje. Previamente habremos calculado los kilómetros que recorreremos cada día, teniendo en cuenta la orografía del terreno, la distancia entre abrevaderos y poblaciones. Una media de 50 kilómetros diarios nos da la posibilidad de disfrutar plenamente del viaje a la vez que avanzamos una distancia considerable. Salimos con el rumbo fijado, no es raro encontrarnos con que el camino que llevamos esté cortado por una puerta o valla; si tenemos la seguridad de estar en una vía pública, solo tenemos que abrir y pasar. Normalmente estas puertas están para que el ganado no escape de las fincas por las cuales atraviesa el camino, por eso siempre las dejaremos cerradas. Respetaremos sembrados, animales y otras cosas que encontremos en esas fincas, así contaremos con la hospitalidad y el respeto de la gente que hallemos en el camino. A veces, las llamadas puertas finlandesas no tienen el paso para animales justamente al lado, entonces nos serviremos de los prismáticos para localizarlos. También nos serán útiles para, en determinados puntos, cerciorarnos de que el camino es el correcto.
Hablar con la gente del campo, además de ser generalmente muy agradable, nos sirve para no perdernos y conseguir comida para el caballo. Muchas veces, incluso, nos ofrecen sitio para pasar la noche.
Al contrario de lo que parece, está muy bien pasar por los pueblos e incluso ciudades –si el caballo lo soporta-– que estén en nuestro camino, ya que es aquí donde más fácilmente conseguiremos el pienso del caballo, solución para cualquier problema que podamos tener con el equipo y, lógicamente, nuestra comida.
Para evitar llevar un recogedor pala y un cepillo para limpiar las “gracias” que nuestro compañero de viaje haga dentro de las poblaciones, lo podemos improvisar con una caja de cartón, usando un trozo como empujador.
En los pueblos pequeños la entrada no suele ser problemática, pues aunque lo hagamos por asfalto, normalmente hay poco tráfico y este está acostumbrado a respetar a los animales. En las grandes ciudades la cosa cambia, las entradas son en su mayoría autovías o vías rápidas en las que, si bien se puede caminar por sus márgenes, a la hora de cruzarlas es complicado encontrar un sitio adecuado. Además, los conductores, en general, no distinguen un caballo de una moto o una bici. Una vez dentro no suelen plantearse problemas, nos movemos con precaución y tranquilidad. Aparte de sentirnos como marcianos (todo el mundo te mira como un bicho raro), no son normales los contratiempos. ¡Mucho cuidado con los pavimentos pulidos de ciertas calles y aceras!
EL CAMPAMENTO
Consultando los mapas, elegiremos con antelación la zona donde pernoctaremos y, en el pueblo anterior a esta, compraremos el pienso de la cena y desayuno para caballo y jinete.
Podemos repartir el pienso como queramos (vivimos con el caballo 24 horas) y no compraremos comida para más de dos días, por razones de peso y conservación; lo ideal es hacerlo a diario, si el itinerario lo permite.
Es conveniente hacer el campamento lo más cerca posible del agua, para que nunca le falte al caballo. Normalmente se hace a media tarde, aunque es bueno inspeccionar los alrededores por si se pudiera mejorar. Muchas veces el paisanaje ofrece sus tierras que, normalmente, reúnen buenas condiciones. Procuraremos dejarlo todo en el mejor estado posible de limpieza y orden, tanto en un caso como en otro.
No tendremos muchas oportunidades de recargar la batería del móvil, por eso estará siempre apagado, para usarlo en caso de emergencia y, si acaso, llamar a casa al final de la jornada.
Al principio, al final del trabajo y cada vez que se le quite la silla al caballo, es bueno darle un masaje en el dorso con la almohaza, lo agradece mucho.
Si no disponemos de un medio para volver a casa desde nuestro destino, propio o alquilado, podemos optar por hacer un recorrido “circular”, no llegaremos tan lejos, pero tendremos la satisfacción de volver a casa cabalgando.
En caso de que hagamos el viaje en grupo, este debe ser lo más pequeño posible. Lógicamente será más fácil que, en los pueblos donde no haya tienda de piensos, un pastor o ganadero nos proporcione comida para dos o tres caballos que para diez o doce, aparte de que el espacio necesario para acampar se multiplica, así como el riesgo de contratiempos.
En cuanto al herraje, si salimos con este recién hecho y a la herradura se le ha aplicado un cordón de soldadura, aguantará perfectamente un viaje de 20 o 25 días, más o menos 1.000 kilómetros. De todas formas, suele ser bastante fácil localizar herradores.
Hasta aquí mi experiencia y opinión personal en viajes a caballo. Quisiera animar a quienes tengan experiencia en el tema a contarnos su visión, problemas planteados, soluciones y trucos que emplean, para hacer que quienes piensan en ello y no terminan por decidirse, por fin lo hagan. Así, si sumáramos un número considerable de practicantes de esta modalidad de turismo, podríamos pedir (igual que los ciclistas con el carril bici) que se recuperaran cañadas, cordeles y demás vías pecuarias que hoy están perdidas, abandonadas o cortadas. También se fomentaría la creación de establecimientos preparados par a recibirnos en cualquier momento.
Foto de Inicio: La actual configuración de las poblaciones es uno de los obstáculos con los que hay que enfrentarse durante un viaje a caballo.
Texto y fotografías: Rafael Herranz. Fuente: Redacción Revista Galope nº 19.
Me parece muy interesante el artículo. Y sería de gran ayuda quien tenga experiencia lo contase. Para quien se anime le resulte más fácil iniciar el viaje.
Saludos
Me ha encantado el artículo, muchas gracias. Me encuentro ahora documentándome sobre travesías a caballo para un proyecto y me encantaría poder consultar algunas cuestiones. Sería posible? Gracias de antemano.
Después de haber hecho el Camino a Santiago a caballo, afirmo que lo más compliaco es encontrar lugares donde los caballos puedan descansar. Esta aventura la hicimos dos amigos a caballo con un vehículo de apoyo para llevar pienso y tener la posibilidad de resolver imprevistos.
Una aventura, que repetiríamos, pero que terminó haciéndose dura. A pesar de apalabrar lugares de descanso, nos encontramos en varias ocasiones que lo que nos ofrecían era un pesebre con una cadena, de los que se usan para las vacas. Inpensable dejar allí un caballo.
La mejor experiencia fue cuando dejamos pernoctando los caballos en una hípica, en la que nos tenían preparados dos «paddock» de área suficiente, con agua y hierba seca suficiente.
siguiendo la idea de Rafael Herranz, estaría bonito una asociación entre establecimientos hípicos que posibilitaran la realización de estas rutas y donde el descanso del caballo estuviera garantizada.