La doma del caballo se basa en la facultad de sentir sus reacciones y en el cuidado puesto en el buen trato
Decía Bernard, príncipe de los Países Bajos, antiguo presidente de la FEI: “Yo creo que todos los jinetes que quieran adiestrar sus caballos y conseguir algún resultado en el adiestramiento, leerán esta obra con la misma alegría. Ellos aprenderán mucho y como no, permanecerán siempre infinitamente reconocidos al coronel Podhajsky por su enseñanza”
La Equitación Clásica. Primera Parte
RESUMEN HISTÓRICO Y PRINCIPIOS
Desde la Antigüedad, la equitación había sido tenida en alta estima y alcanzó un grado elevado de desarrollo, como podemos comprobar gracias a las obras del hombre de estado y jefe militar griego Jenofonte (400 años antes de Jesucristo). Antes que él, ya Simón de Atenas había escrito sobre la equitación un libro extraordinariamente profundo y detallado, que Jenofonte cita en varios párrafos.
Desgraciadamente, los escritos de Simón de Atenas han desaparecido completamente, como los de Plinio “El Viejo”.
La importante obra de Jenofonte, escrita hace casi dos mil cuatrocientos años, produce, sobre todo conocedor de la equitación, una profunda impresión por la forma precisa mediante la cual nos introduce en el dominio de sensaciones que experimenta el caballo, y nos hace medir el alto grado de desarrollo del arte ecuestre entre los griegos. La doma del caballo ha estado basada en la facultad de sentir las reacciones y en el cuidado puesto en el buen trato, conducta que por desgracia no encontraremos posteriormente en los practicantes de este arte tan noble. Lo que caracteriza a los mejores es la maravillosa frase del gran escritor griego: “Lo que es arrancado por la fuerza y sin comprensión no es jamás bello”.
Y -tal como diría Simón- eso sería como si, por la fusta y la espuela, se quisiera forzar a un bailarín a moverse. El efecto así producido, tanto en el hombre como en el caballo, es más bien feo que bello.
Con el declive del mundo griego y, más tarde, con la invasión de los bárbaros, numerosos valores se perdieron irremisiblemente. La equitación también cae de más en más bajo y, finalmente, deja de ser un “arte”. Si los conceptos ecuestres de la antigüedad clásica han llegado a nosotros, es gracias a Jenofonte, cuya obra constituye los fundamentos sobre los cuales este noble arte puede renacer.
Casi dos mil años más tarde, hacia el siglo XVI, con el renacimiento de las Bellas Artes, la equitación, caída en el olvido, toma un nuevo impulso. Bajo el brillante sol de Italia y el cielo siempre sereno del mediodía, apareció, al lado de los grandes maestros de la pintura y de la escultura, el primer maestro de la resucitada equitación: el noble napolitano Federico Grisone, a quien sus contemporáneos le han dado el sobrenombre de “Padre de la equitación”. Grisone estudió a fondo la obra de Jenofonte. Ante todo, estudió las prescripciones del escritor griego concernientes a la posición y a las ayudas, que él casi literalmente adoptó. Mientras tanto, su trabajo culminaba sobre todo en la sumisión del caballo obtenida por la fuerza, así mismo atestiguaba la cantidad de “bocados” inventados por él.
Entre los numerosos alumnos de Grisone, el más notable fue Pignatelli. Él dirigió la célebre Academia de Equitación de Nápoles, de la cual fue alumno el francés Pluvinel.
Pluvinel, futuro profesor de equitación de Luis XIII, adopta seguramente las enseñanzas de Pignatelli, pero las completa en seguida por sus propias experiencias. Él llevó al primer plano el principio del tratamiento individual apropiado a cada caballo, lo que le diferencia esencialmente de su maestro y de sus predecesores, la renuncia de los métodos violentos empleados hasta entonces -renuncia que él formula, en particular, en su obra aparecida en 1623: “El Picadero Real”- fue en seguida ridiculizada por sus compañeros. Pero, con el tiempo, sus ideas prevalecieron y allanaron el camino que debía recibir al más grande profesor de equitación de Francia: François Robichon de La Guérinière.
Esta evolución se encontraba en oposición con los medios preconizados por el Duque de Newcastle que, a pesar de su magnífica obra publicada en 1657 sobre la equitación renaciente en Inglaterra -puede ser a causa de sus métodos brutales-, no tuvo más que una autoridad pasajera. Pasó lo mismo en Alemania con Georg Engelhart von Löhneysen, que había escrito en 1588 su libro “La Escuela” recientemente abierta para la Equitación en la Corte y para el Ejército. Sus tesis se resisten a ceder el paso a las de los profetas ecuestres más diversos aparecidos en el extranjero. A su alrededor, los maestros caballistas italianos volvieron a perder pronto, sobre el resto de Europa, la influencia que habían tenido desde la brillante entrada en escena de Grisone, después de Pignatelli y de sus alumnos.
Al principio del siglo XVIII, la equitación europea estuvo casi únicamente influenciada por la equitación francesa. El gran jinete La Guérinière escribió una obra de equitación que se puede calificar como el libro base de todos los tiempos y que tuvo un efecto revolucionario. Esta obra se distingue de las de sus predecesores por una claridad particular. Afirma el autor que se limita a lo que es verdadero y sencillo, a fn de ser perfectamente comprendido por sus lectores. No es necesario insistir aquí más sobre los métodos de La Guérinière. No porque éstos carezcan de interés, ya que hoy todavía persisten en la Escuela Española de Equitación, incambiables y siempre vivos, en el curso de doma que practicamos.
En efecto, en tanto que las enseñanzas de este gran maestro en su propio país se encontraban batallando otra vez por la Revolución Francesa, los elevados círculos de la equitación clásica y los cursos principescos dejaban de existir de resultas de los efectos de la Revolución y más tarde como consecuencia de las campañas napoleónicas; mientras esto ocurría, los métodos del gran caballista francés eran mantenidos en la Escuela Española de Viena. El arte volvió con un jinete genial: el caballista Max von Weyrother.
Su personalidad radia más allá de las fronteras de su patria. Ejercerá su influencia en particular sobre el desarrollo de la equitación en Alemania, donde encontró en Seidler un digno representante.
Más poderosa aún fue la infuencia de Weyrother sobre Seeger y Oeynahusen. Estos últimos han sabido resistirse contra las enseñanzas de Baucher y dar a su punto de vista los fundamentos sólidos, que más tarde, hombres como Plinzner, Fillis y otros “innovadores”, no han podido introducir en ese país. Idénticas bases son las que fundamentan la obra de Steinbrecht “La Gimnassia del Caballo” (1885), que se remonta a las concepciones de Seeger y Oeynhausen.
Plinzner, profesor de equitación del Emperador en Berlín a partir de 1874, inclinado como Baucher en dar a sus caballos una flexión falsa en el cuello y arrebatarles toda noción de movimiento hacia adelante. Sus amigos han defendido este método, argumentando que había que domar, para el Emperador Guillermo III, algunos caballos que se dejaran conducir fácilmente con una sola mano.
James Fillis fue, en Francia, un alumno de Baucher, luego, durante doce años, fue profesor de equitación de la Escuela Militar de San Petesburgo. En 1842 apareció por primera vez Fillis en Alemania en un circo. Logró, además de entusiasmar a los espectadores, afirmarse en los medios ecuestres de los adeptos que tenían deseos de ver aplicar sus métodos en el ejército para el adiestramiento del caballo de armas. Sin ninguna duda, Fillis era un artista, pero no en el sentido de la equitación clásica, sino que para él todos los movimientos se sometían a la estricta observación de las leyes de la naturaleza: era un artista en el dominio de la equitación de circo. Como prueba podemos citar: su galope sobre tres patas, su galope hacia atrás, etc. Fillis murió en 1913 en París, olvidado como su maestro Baucher; mientras tanto las enseñanzas de la Escuela de Viena se han mantenido hasta nuestros días. La Escuela de Caballería de Hannover estuvo hasta la Primera Guerra Mundial bajo la influencia de la Escuela de Viena, representada por su antiguo profesor de equitación Gebhart.
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La revolución histórica de la equitación muestra que este arte no está reservado para ningún país determinado. Prospera y florece en todas partes donde se encuentran hombres, lo aman y viven para él, hombres que dan a este arte especial una expresión tan fuerte que interesa tanto al profesional como al simple aficionado.
Texto y Fotos: Copyrigths “Libro La Equitación Clásica” editado por Grupo Lettera, 2006