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Cuanto más frustramos el instinto social del caballo, más intenta satisfacerlo

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Estas fotos muestran una situación que por la experiencia de mucha gente parece impensable. Primero, hay 7 caballos comiendo un montón de castañas desechadas que no alcanzaron los requisitos del mercado. La castaña es riquísima: cuando doy a mis caballos domésticos castañas mezcladas con pienso, prefieren buscar las castañas antes de comerse el pienso. Efectivamente, entonces, tenemos un montón de pienso en el suelo, sin embargo, entre los pottokas observamos que no hay agresión ni amenazas: comparten la comida en paz.

Es difícil imaginar a los caballos domésticos comiendo tan tranquilos sin discusiones sobre quién domina esta riqueza. Sin darnos cuenta, enseñamos a nuestros caballos que la agresión se premia, cuando ponemos su comida en montones o cubos que pueden defender. Pasar horas sin comida les hace más ansiosos y mal dispuestos. Esta conducta estresada y conflictiva, creada por nuestras malas costumbres, nos lleva a pensar que los caballos son así por naturaleza. Pero los pottokas desconocen la conducta como la situación: encontrar comida en un montón es tan infrecuente que no han aprendido a ser agresivos, aunque lo aprenderán pronto si la situación se repite tres veces al día y no hay nada para picar.

Es inusual encontrar comida rica concentrada, pero los pottokas la comparten sin discusión

La segunda sorpresa es quiénes son: tres sementales, un soltero, una yegua, su hijo y una potra. Tampoco las hembras provocan problemas entre los machos. En la primera foto, desde la izquierda, está Erbi, semental con 6 años, Beltz con 7 y el soltero Antizar con 3 años, todos juntos. Luego está la potra Busti, que a los dos años ha abandonado su banda natal y se ha juntado con el otro semental Txito, de 5 años. Desde la derecha llegan la yegua Tximista y su hijo, que son de la banda de Txito. Aunque sea nuestro semental más joven, Txito no es un niñito -ya el año pasado defendió a sus yeguas contra Gabiri, un semental potente con 12 años-. Aquí vigila a los demás sementales, bloqueando su acceso a la potra de manera sutil. No le hace falta decirles nada más: todos le entienden y respetan su posición, pues está tranquilo.

Txito bloquea a los demás sementales que quieren llegar a la potra recién llegada

Txito y su banda normalmente viven en esta zona, pero ¿qué hacen Beltz y Erbi por aquí? No tengo ni idea, ya que no hay señal de sus yeguas y están a kilómetros de sus zonas de campeo normales en los bosques al otro lado de la garganta. Beltz y su banda viven más abajo que Erbi, pero se encuentran de vez en cuando y se llevan bien, pues eran buenos amigos de solteros. Si tienen discusiones sobre yeguas con celo terminan con gestos de afecto y juego, reconciliándose: “esta yegua está conmigo, no la toques, pero seguimos siendo amigos, ¿no?” Entonces, quizás decidieron recrear sus aventuras como solteros ya que no es la estación de aparear. O quizás Erbi, que es algo olvidadizo de sus yeguas, encontró las de Beltz, que decidió llevarle lejos de ellas: es lo que suelen hacer los sementales cuando los solteros vienen investigando una banda natal. En vez de atacarles, el semental los saluda amistosamente y, distrayéndoles con juegos, los lleva un par de kilómetros o más antes de deshacerse de ellos y volver a sus yeguas.

Txito sigue calmado incluso cuando viene su yegua favorita y su potro

Hasta entender toda esta secuencia, es fácil interpretar mal el avistamiento de un semental que aparentemente ha abandonado a sus yeguas para jugar con jóvenes machos, o que se encuentra solo, pero anomalías como estas son partes de un proceso.

No todos los encuentros entre machos son tan pacíficos, pero la pelea abierta, la que la gente anticipa, es muy muy infrecuente. Más bien dos sementales se huelen, chillan, se ponen de manos, se despliegan con acrobacias extravagantes, se huelen de nuevo con más calma y poco a poco se tranquilizan. Los sementales son artistas en las interacciones sociales y saben gestionarlas para evitar el conflicto, como hace Txito aquí.

El aislamiento del semental doméstico

Entonces ¿por qué es tan normal mantener a los machos enteros domésticos, sean sementales o no, aislados? ¿por qué no vemos más sementales saludándose con cortesía? Hay dos razones. Una es que a los caballos domésticos, machos o no, suelen faltarles educación social, así como los intercambios de señales sutiles mutuamente entendidas, que hacen posible los encuentros sin conflicto. En la vida natural son las yeguas quienes imponen las prohibiciones a los jóvenes machos; es el semental quien les ofrece un ejemplo positivo de cómo comportarse con dignidad en la sociedad. Todos estos machos, salvo Erbi que perdió el suyo muy temprano en la vida, aprendieron así de sus padres. Todos han aprendido que a las yeguas no les gustan los sementales conflictivos y pueden irse a la búsqueda de uno más educado si quieren.

Introduciendo a Ibérico el sabio (castaño) a un semental con menos experiencia social

La banda de solteros

En la vida natural es normal que los jóvenes machos vivan juntos antes de conseguir yeguas; en las yeguadas grandes también es normal que los potros machos después del destete vivan en grupos. Pero una banda compuesta de adolescentes ya educados, que han decidido independizarse de su banda natal a los dos años, es muy distinta de un grupo hecho después del estrés del destete ya sabiendo que la agresión gana la comida. Las investigaciones comprueban que en estos grupos los potros crecen gamberros, con niveles de agresión muy altos. A menudo, el resultado es que se los encierre aislados, donde, por supuesto, no hay educación social alguna, solo frustración. Necesitan la presencia de unos adultos maestros hasta los dos años y luego, contactos frecuentes con adultos, para desarrollar la educación social.

Siempre enseño a mis sementales cómo pastar a cuerda larga, para hacer introducciones con seguridad. Aquí Ulises (izquierda, lusitano 9 años) rechaza el acercamiento inadecuado del joven PRE Marchoso

La sabiduría social

Entonces, la compañía en la que un potro crece determina sus capacidades sociales posteriores, incluso en sus interacciones con nosotros. El potro criado en un grupo de gamberros, cuando le encerramos para domarle, sigue gamberro y parece exigir una mano firme en su manejo, sobre todo en compañía. Un potro aislado desde el destete es aún peor. Pero mantenerle aislado e impedir cualquier contacto social no le ayuda a aprender mejores modelos sociales ni a calmarse. Cuanto más frustramos su instinto social, más intenta satisfacerlo. Algunos se lanzan hacia otros con tanto deseo que se les controla solo con la serreta o el Chifney. En este punto, anticipando dolor y frustración, el caballo lo hace con las orejas aplastadas, lo que convence a mucha gente de que quiere matar a los otros. Pocos han visto cómo los sementales salvajes resuelven sus encuentros, pues temen que las conductas explosivas típicas del primer momento de contacto aumenten hasta la pelea.

La verdad es que casi siempre disminuyen hasta gestos de afecto y juego -hay maneras de conseguir eliminar el “casi” de esta frase-. Hay que crear potros en la compañía que necesitan –las yeguas preñadas o infértiles son buenas maestras- y a continuación dejarles contactarse cuanto sea posible, con barras entremedio si nos asustan sus extravagancias. Por supuesto, un animal dedicado a la vida no conflictiva tiene los medios para aprender cómo llevarse si le dejamos la oportunidad de hacerlo en sitios seguros. En fin, si la primera razón para mantener al entero aislado es su ignorancia de educación social, la segunda es nuestra ignorancia profunda de su comportamiento natural y cómo este se desarrolla.

Un encuentro típico entre dos machos salvajes. El negro estaba llevando las yeguas del ruano, que aparece de repente. Sus primeras reacciones parecen (y suenan) muy dramáticas pero las segundas impresionan menos y al final se huelen y se separan con calma. La secuencia entera tarda 7 minutos

El semental sabio

El macho creado con sabiduría social tiene una seguridad cuando se mueve en compañía que le anima a desplegarse de manera expresiva. La fuente de esta expresividad en un caballo, que por norma no quiere destacarse por miedo de atraer el ojo del depredador, es la confianza de que puede gestionar cualquier situación, sea social o física. No es posible que un animal al cual nunca se ha permitido actuar por sí mismo, explorando, experimentando y viviendo las consecuencias de sus propias acciones, tenga esta confianza o la expresividad que ella engendra. Nuestra obsesión por controlar, por pensar que sabemos mejor que un animal lo que necesita en su vida, de subestimar sus capacidades para aprender, resulta en que nuestros machos suelen estar tan deprimidos que nunca se expresan, sea en sus comunicaciones sociales o sus movimientos. En ambos asuntos, necesitamos más confianza en la capacidad del caballo a aprender por sí mismo.

Texto y Fotos: Lucy Rees – Especialista en Etología

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