El arte de montar a caballo

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En cuanto el hombre subió a caballo su horizonte se hizo más vasto y su primacía sobre sus antiguos enemigos fue decisiva.

En los albores de la edad de los jinetes surgió la larga y turbulenta era del escita, el sármata, el huno y el mongol. El arte de montar a caballo se propagó como la pólvora entre las tribus de las estepas eurasiáticas y, como consecuencia, la vida tribal se modificó. El caballo amplió al momento el campo de acción y la capacidad del cazador, le ofreció ventaja sobre las piezas grandes y rápidas y lo que es más significativo, los miembros de las tribus obtuvieron lo que necesitaban para cuidar los rebaños cada vez más numerosos de ganado vacuno. Paralelamente también consiguieron una nueva herramienta para reunir cada vez mayores rebaños de caballos: montados tenían al alcance de su mano los mejores ejemplares de las manadas salvajes de las estepas, podían capturar potrillos y cruzarlos con sus animales domésticos más grandes y dóciles.

Pieza de madera que formaba parte de una brida

No obstante, estos cambios conllevaron otros encadenados: la necesidad de más y mejores tierras de pasto, que convertían su modo de vida a un nomadismo que cada vez los distanciaba más de los labradores. Se estaba estableciendo una verdadera sociedad de jinetes.

Este jinete constituía un nuevo tipo de hombre: no era tan solo un hombre que montaba a caballo y pastoreaba grandes rebaños de ganado sino que se fundía con su montura y rehacía su modus vivendi en torno a las aptitudes del caballo.

El gran problema documental de estos jinetes de las estepas es que, como no conocían la escritura, no nos han podido dejar ningún rastro concreto a fin de que nuestros arqueólogos pudieran conjeturar y aprender su comportamiento.

A gran distancia histórica de estos, griegos y chinos los denominaron en sus anales como los escitas, pero su verdadero nombre e identidad se confunden con los sármatas, los yueh-chi o los hsiung-nu.

Los escitas

De entre esta confusa maraña de tribus, los escitas son uno de estos pueblos de jinetes o nómadas montados de las estepas, relacionados por sus costumbres con los pueblos del kurgán, que proporcionan valiosos datos en el periplo del arte de montar a caballo.

La leyenda cuenta que los escitas descendían de los tres hijos de Targitao, personaje de nacimiento sobrenatural que habitaba en el territorio del Mar Negro. Los tres hermanos -Lipoxais, Arpoxais y Coláxais- gobernaban el país hasta que cayeron del cielo cuatro piezas de oro: un arado, un yugo, un hacha de guerra y una copa. El hermano menor, Coláxais, fue el único que pudo tomar los objetos ardientes y se convirtió en el soberano del pueblo.
Herodoto añade: «De Lipoxais desciende la tribu de los escitas llamados aucatas; del mediano, Arpoxais, la de los que se llaman catiaros y traspiés; y del más joven, que fue rey, los que se llaman parlatas. Dicen que todos, en conjunto, llevan el nombre de escolotos, apellido de su rey. Pero los griegos les han llamado escitas.» (HERODOTO, Los nueve libros de la Historia).

Peine de oro escita de Soloja con escena de lucha. Siglos V y IV a. de C.

Históricamente se les cree oriundos de la cuenca del Volga y llegaron a la estepa rusa cerca del año 1.000 a. de C. expulsados de sus tierras por los cimerios. Hacia el siglo VI a. de C. ya eran imbatibles a lomos del caballo y dominaron despóticamente en la alta Asia alrededor de un cuarto de siglo.

Los escitas eran una estirpe guerrera procedente de los territorios orientales de las estepas asiáticas, que se instalaron en las costas septentrionales del mar Negro entre los siglos VII y VI a. de C., sometiendo a los cimerios y a otras poblaciones locales. Por lo que se refiere a este periodo, los monumentos más significativos son los sepulcros de túmulo de Kostomskaja y de Kelermes en el Kban y en Mel’gunov en la región de Dniéper.

Tradicionalmente se les ha descrito como hombres barbados de ojos profundos y rostros curtidos. Frecuentemente en conflicto con pueblos coetáneos solucionaban sus lides a lomos de caballos precipitándose como para trabar combate, pero un instante antes del encuentro, giraban en redondo arrojando una lluvia de flechas por encima de las grupas de sus caballos que emprendían retirada.



En el año 612 a. de C., los medos sitiaron Nínive, capital de Asiria y esta vez lucharon al lado de sus antiguos enemigos, los escitas. Nínive cayó y con el tiempo, los medos, que habían expulsado a los escitas al norte del Cáucaso, cambiaron su sentir respecto a sus antiguos aliados y volvieron a expulsar a los escitas de Asia occidental. Estos regresaron a la estepa del sur de Rusia donde se recuperaron hasta que en el 514 a. de C., Darío el Grande, rey de Persia, intentó someterlos.

Los caballos de los escitas procedían de las manadas salvajes de las estepas y eran animales pequeños pero vigorosos, de cuello y lomo toscos, cruz muy baja y cabeza tosca. Los escitas les recortaban las crines y los montaban sobre rudimentarias sillas que constaban de dos almohadillas.

De sus tumbas han salido grabados de marfil coloreado donde aparecen caballos con guarniciones que parecen de cuero y fieltro de brillantes colores. Ritualmente efectuaban sacrificios, comúnmente de caballos y ganado -rara vez sacrificaban seres humanos-, que hacían en honor de un reducido panteón encabezado por una diosa llamada Tabiti, caracterizada por ser justiciera y poderosa, dueña del fuego y de los animales, en cuya compañía aparece representada. En ocasiones toma forma de serpiente para proteger el carisma de los jefes.

Detalle de un ánfora en el que un escita se dispone a tumbar a un caballo recién capturado

Las mujeres escitas no montaban a caballo, al contrario de las de los sármatas que dominaban la estepa del Este del río Don. Las escitas viajaban en carros o carretas en vez de ir a caballo. Se trataba de una sociedad de predominio masculino a cuyos guerreros y reyes se les honraba en vida y después de la muerte. Cuando fallecía un rey se le colocaba bajo un dosel con sus mejores armas y posesiones. Luego, el cortejo fúnebre estrangulaba a una de sus concubinas, a algunos de sus servidores más directos y a sus mejores caballos, cuyos cuerpos colocaban al lado del difunto. A continuación, amontonaban tierra sobre los cuerpos formando un túmulo que podía alcanzar hasta 20 metros de altura. Al cabo de un año elegían 50 mancebos que habían servido directamente al rey que también estrangulaban y montaban a horcajadas sobre caballos embalsamados y empalados disponiéndolos en forma de círculo alrededor de la tumba real.

Los secretos de las tumbas heladas

Uno de los grandes descubrimientos contemporáneos acerca del estudio de los escitas fue a orillas del Dniéper. Un ánfora del siglo IV a. de C. en cuyos grabados es patente la íntima relación que se establecía entre los escitas y sus monturas de tamaño relativamente pequeño.

Se encontraron tumbas enteras intactas con sus contenidos conservados por una capa de hielo; todo estaba como el día de los funerales. Estos hallazgos de tumbas han aclarado muchos detalles sobre la vida escítica. En maqueta o no, los carros revelan su gran importancia en la vida escita: se han encontrado de transporte de cuatro a seis ruedas macizas y radiadas, e incluso carros para viviendas, a veces de gran tamaño y compartimentados en áreas según las funciones, como si fueran habitaciones. Suelen tener una estructura alta y desmontable, todo ello entoldado y forrado con alfombras. Algunos llevan varas de hasta seis metros donde podían uncir hasta ocho animales por vehículo (bueyes o caballos). Las guarniciones de los caballos están elaboradas con cuero y tela y adornadas con gran variedad de metales: oro, bronce, plomo,… Se observa el uso de bocados, pero no el del estribo, si bien se han encontrado una especie de correas donde podían descansar el pie.

Se encontraron nuevas tumbas congeladas en Altai, pero en algunas de ellas solo las tumbas de los caballos habían escapado al saqueo. Los caballos eran de diversos tipos: desde pequeñas monturas ordinarias hasta caballos de buena talla, en su mayoría castaños y bayos; aún tenían puestas unas sillas simples, sudaderos, bridas y sobrecrines de fieltro y cuero. A menudo se adornaban estos arreos con formas de animales de metal, cuero y fieltro, algunos estaban festoneados con pendientes de cuero o madera, estos últimos cubiertos a veces de oro. A varios caballos les habían puesto extraños adornos parecidos a máscaras de fieltro cubierto de cuero, que se ajustaban a las cabezas como fundas. Las máscaras estaban adornadas con motivos zoomorfos de muy diferentes clases: uno de estos tenía aplicado en la frente un tigre azul ornamentado con pequeños discos de oro y de la parte superior brotaba un par de astas de venado de cuero y casi de tamaño natural cuyas púas estaban rematadas con mechones de pelo de caballo teñidos de rojo.

El hallazgo escita más reciente fue en el sur de Ucrania donde se halló otro túmulo funerario de una altura de 10 metros. En cuanto se allanó el montículo de 2.400 años de antigüedad consiguieron desalojar la arena de la galería que conducía a la tumba y allí encontraron los restos de un carruaje funerario de madera y detrás de una de sus ruedas el primero de los esqueletos, posiblemente el del conductor. Encontraron también los restos de una mujer cubierta de objetos de oro y junto a ella un sarcófago de alabastro, recubierto en su interior con madera, con los restos de una niña de un año y medio.

Texto y Fotos: Julia García Rafols – Experta en Historia del caballo


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