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El caballo de guerra, un gran botín para los vencedores

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Al-Mansur protagoniza correrías por tierras cristianas a lomos de sus purasangres; Abderramán manda construir en su Alcázar cuadras especiales para sus 2.000 caballos de reserva; el Cid conquista Valencia con Babieca y, en el mismo año, Ricardo Corazón de León y Saladino se enfrentarán en los Santos Lugares a lomos de alazanes del desierto; Timunchú Gengis Kan monta un zaíno con motas oscuras y hocico claro de las montañas de Tachín Schara Nuro (montañas de los caballos amarillos); Jaime I de Aragón, el conquistador, aprende a montar sobre una yegua de origen normando regalo de su madre María de Montpellier; Fernando III de Castilla entra triunfante en Córdoba a lomos de un ruano blanco y negro que causa profunda impresión,…

Pero el uso del caballo en las distintas etapas de estos tiempos viene influido por los distintos descubrimientos que se llevan a cabo para hacer más fácil su doma y su monta, así como por las diferentes maneras que se implantan para combatir y el diferente armamento que se va utilizando.

Observando las estatuas ecuestres de los grandes condotieros del siglo XV, o las miniaturas, frecuentemente de poca calidad, que representan la Guerra de los Cien años o tapices y pinturas, vemos que la escena militar está dominada por el guerrero a caballo armado pesadamente, que usaba la espada y la lanza y, durante el siglo XIV, bacinete o armadura de hierro.

Los franceses calificaban a este caballero como “hombre de armas”. En Alemania se usaban expresiones como “lanze, spiers, gleve, helm”. En Inglaterra se citan los “men at arms, haminesad arma u homices armati”. La categoría de estos hombres no correspondía con ningún tipo estandarizado.

La estructura del armamento defensivo evolucionó entre 1320-1500. Durante la primera mitad del siglo XIV, las protecciones metálicas guarnecían solo una pequeña parte del cuerpo del combatiente (sobre todo sus miembros), la armadura de malla era la protección fundamental del cuerpo.

Jinete chino. El oficial y su montura están protegidos con una armadura de placas de metal articuladas. Museo Cernuschi. París

En el siglo XV era la “armadura blanca” la que cubría ya cabeza y tronco; así, las piezas de malla sola se usaban para accesorios pequeños debajo de la cintura o en la garganta. Además, existían diferencias en calidad o estilo de armaduras, ya entre regiones, ya entre el nivel social. En 1360 se podía distinguir un hombre de armas italiano, de uno inglés, borgoñón, alemán, bretón o húngaro. También, cualquier hombre de armas noble, conde, barón o señor de pendón, poseía un equipo más cuidado que un simple caballero, además de un caballo más rápido y fino y una comitiva más numerosa.

Entre 1327-1331 el reglamento de “mesnada” de la ciudad de Pisa dice que cada adalid originario de otro país podía contar con tres auxiliares a caballo (equitatores); los caballeros con dos y los infantes con uno. En este periodo se manifestó una tendencia al aumento de servidores y a llevar armaduras más pesadas, debido, al parecer, a los cambios tácticos en las batallas.

En los años 80 del siglo XIV oímos hablar por primera vez de los “sirvientes principales” al lado de caballeros y escuderos. También fue aumentando el número de caballos por hombre; ya en 1472 el ejército milanés contaba con 24.617 caballos, siete por cada hombre de armas.

Las autoridades que reclutaban los hombres de armas se fijaban muchísimo en la calidad de las armas pero, sobre todo, en la calidad de las monturas. El código pisano de 1327 solo aceptaba para sus soldados, caballos que valieran 25 florines cada uno, como mínimo, corceles de 15 florines y rocines de 20.

Según el reglamento militar dictado en 1473 por Carlos el Temerario: “el hombre de armas debía contar con: celada bávara o barbuquejo, gorguera pequeña, estoque largo, rígido y ligero, cuchillo afilado a la izquierda de la silla y maza en la derecha, caballo con testero y barda, capaz de correr y romper la lanza enemiga; el “coulitier” –ayudante- debía tener: corsé metálico de tipo alemán, celada, gorguerilla, con protección de piernas y brazos, jabalina en ristre, espada y larga daga de doble filo; su caballo debía valer al menos, 30 escudos”. No habla del equipo del paje pero cita que su montura debe costar un mínimo de 20 escudos.

En diversas regiones encontramos indicios de una caballería ligera, como los “hobelars” ingleses -mediados del siglo XIV.

Caballero portando yelmo, cota de mallas, espada y escudo triangular. Figura de ajedrez. Siglo XI. Biblioteca de París

Durante el siglo XV ya se menciona más este tipo de caballería en Francia y Borgoña: Brigandiniers, arqueros a caballo, caballos ligeros, medias lanzas o lanzas de la pequeña ordenanza; pero donde la caballería ligera alcanzó un papel táctico determinado fue en la zona meridional y oriental europea: jinetes españoles, caballeros húngaros, lombardos, gascones y estradiotes venecianos. De estos últimos Comynes nos dice: “son gentes de armas parecidas a los jinetes, vestidos como turcos, tanto a pie como a caballo. Son gente dura y duermen con sus monturas al aire libre durante todo el año; todos sus caballos son buenos, se trata de caballos turcos”.

Los tiradores montados son la estampa habitual de los ejércitos de finales de la Edad Media.

En Inglaterra los arqueros a caballo aparecieron a principios del reinado de Eduardo III; en 1339 contaba entre sus tropas con unos 1500. A partir de aquí empezaron a disminuir los hombres de armas y la mayoría de arqueros disponía de caballo. Los tiradores a caballo parecen haber sido más raros en España, Italia y gran parte del mundo germano. Según las normas de 1369 cada arquero debía disponer de una pancera o una coraza, un sombrero metálico o un “cappellino”, guantes de hierro, arco, flechas, espada y cuchillo. Jean Chattier, cronista oficial de la monarquía Valois en la batalla de Normandía (1449-1450) dice: “Los arqueros a caballo, armados casi todos con brigantinas, arneses con piernas y celadas”. A todo esto se debe añadir la presencia de carros y los carros de combate a la moda “husita” y de la artillería, sobre todo a partir de mediados del siglo XV, que precisaban cientos de caballos.

A veces en Italia, España, Escocia o Normandía, la escasez de caballos obligaba a recurrir a los mulos, asnos o bueyes para transportar los equipos. En estas condiciones se comprende el problema de la remonta.

El Cid con Babieca

El “gestor de caballos”, ya atestiguado en el siglo XIII, se practicó en Francia e Inglaterra hasta finales del siglo XIV, unido a la previa inspección de los mariscales y sus delegados para evitar fraudes en el pago de los caballos. Debido al precio alcanzado, los hombres de guerra se esforzaban en cuidar sus monturas.

La conquista de caballos de guerra era un botín tan interesante como el de las armaduras o las joyas. Lógicamente el precio de los caballos de guerra (destreros, corceles, hacaneas, rocines) variaba según la oferta y la demanda. Olivier de la Marche en 1445 observaba: “En esta época los caballos de calidad se vendieron a muy elevado precio en Francia y se hablaba de vender un caballo de nombre por 500 o 1.000 o 1.200 reales, y causa de esta carestía fue que se hablaba de hacer ordenanza de las gentes de armas de Francia y de dividirlos por jefes y compañías y de elegirlos por nombre y sobrenombre. Y parecía muy bien a todos los gentilhombres que, si montaban un buen caballo sería mejor conocido y requerido”.

A finales de la Edad Media hubo en Francia un comercio muy importante de importación de caballos, a lo mejor con el fin de mejorar la raza, pero, sobre todo, con el fin de disponer de monturas más robustas y rápidas. De Alemania se importaron animales poderosos, robustos y capaces de sostener al hombre de armas con la armadura más pesada. De Inglaterra venían las hacaneas, pero los mejores y más preciados caballos venían de España o Italia.

La importación de caballos ibéricos está atestiguada desde, al menos, el siglo XIII y llama la atención por la relativa escasez de estos animales. A finales del siglo XV, Isabel la Católica quiso poner remedio a este déficit, viendo que sus gentiles hombres cabalgaban sobre mulos y que cuando se precisaba armar y montar caballos, su adiestramiento era desastroso; ordenó que nadie que no fuera clérigo cabalgase sobre mulo, debía de hacerlo a caballo; los caballos debían tener un mínimo de 15 palmos para servir en la guerra. Su marido también fue obligado a este cumplimiento; además ordenó que solo los de la frontera con los franceses cabalgasen a nuestro modo, mientras que los vecinos de los moros debían de hacerlo a la “jineta”.

El asno desempeñó un papel importante en la agricultura. Es en este siglo cuando se sustituye el antiguo atalaje de la caballería. Se cambia el yugo y el collar que al tirar oprimen la tráquea y los grandes vasos circulatorios del animal por la collera. Esto unido al uso de la herradura, hace posible sacar un mayor rendimiento a los caminos medievales. Asimismo, se difunde el uso de nuevos atalajes, acicates y estribos triangulares, por parte del jinete.

Foto de inicio: Batalla de los cristianos contra Saladino. En la Crónica de los emperadores de 1462

Texto y Fotos: Julia García Rafols – Experta en Historia del caballo

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