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El caballo del vaquero por Luis Ramos-Paúl

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Era un caballo basto al que por motivos higiénicos se le cortaba el marlo o maslo de su cola y cuya medida tradicional era de una cuarta con los dedos separados, seguido de cuatro dedos juntos. En el campo se hacían así las medidas y siempre salían bien, pero no se contaban los centímetros ni los metros, el sistema métrico decimal no existía, las distancias se calculaban con precisión exacta. Para decir lo que separaba dos fincas cercanas o colindantes se decía que había “la volá de un cuervo viejo”. Para expresar cualquier cosa muy grande se decía “es más grande que Barcelona”.

Las horas, tanto del día como de la noche, se precisaban por el sitio que ocupaba el sol o la luna. El hombre de campo siempre estaba mirando hacia arriba, presagiando los horarios, las nubes que anunciaban la lluvia, y sirviéndose de la mano o el ala de su sombrero a manera de visera.

El hombre del campo “sentía” las horas y el tiempo que iba a hacer. A veces se servía de las aves, como el caso del pájaro “MIÑOTA” especie parecida a la Bubilla que siempre que cantaba llovía al día siguiente.

Pero en lo referente al caballo, era un animal de servicio, que se herraba cada cuarenta días, y que se le daba de comer, eso sí, con sumo agrado. Para eso el pienso lo pesaba el ganadero.

Estos caballos se domaban (y nunca mejor empleada la palabra: domar, que viene de dominio), haciendo faenas a campo abierto como las que hemos descrito anteriormente. Desahijar o destetar, apartar ciertas reses de otras, encerrando corridas, acosando, repasando el ganado, viajando por veredas y cañadas, y horas y horas vigilando las lindes, separando vallas de alambre de espinos, cancelas de viento, cancelines y portillos.

Era un tipo de caballo que se domaba, día a día, hora tras hora, sin prisas ni precipitaciones. Porque en el campo, no existen las prisas del entorno urbano, donde todo el mundo va corriendo y encima son muy pocos los que llegan a tiempo.

Cierto es, que el vaquero, a veces, y no todos, usaban la violencia y recurrían a grandes bocados, espuelas y artilugios, como riendas falsas a la nariz con un perrillo dentado que les hería y se las partían. A gamarras, a cables de tierra, correa que parte 160 de la cincha, pasa por los pechos del caballo, a continuación por la barra inferior del bocado y de aquí va a parar a la mano derecha del jinete. El cable de tierra, así llamado, llegó incluso a partir algunas quijadas. Pero vuelvo a insistir, había jinetes finos cuyos caballos los tenían en la mano con la máxima ligereza, y también había jinetes torpes y ordinarios en su hacer, que se servían de la violencia y los artilugios. Creo que actualmente pasa igual. Sigo viendo artilugios crueles: riendas fijas mal usadas, gamarras, muserolas a las manos súper apretadas que no dejan abrir la boca del caballo, y por consiguiente no descontraen su mandíbula, chambones que parten el cuello del caballo por su nuca, riendas alemanas que no dejan libertad al cuello del caballo, tijerillas que partiendo de la cincha y por medio de dos anillas se meten por las riendas de un bocado con cadenilla barbada.

¿Tanta diferencia hay entre un cable de tierra y una martingala? De siempre hubo, y actualmente los hay, jinetes finos que les funciona la cabeza por encima de la de su caballo. Pero también había jinetes bastos y ordinarios cuya cabeza encierra una cerrazón más grande que la de su caballo. Pero la desgracia es que admito la violencia de hombres del campo antiguo sin cultura alguna, pero no los admito hoy con tantos medios como contamos para conocer la doma del caballo: escritos, vídeos, etc.
Al final, es cuestión de sensibilidad, siempre hubo jinetes finos y siempre habrá jinetes, que en cualquier disciplina ecuestre, usan la violencia. Por no “sentir” al caballo que llevan bajo sí, porque son torpes, bastos y ordinarios en su equitación. Porque, en definitiva, no saben poner a su caballo entre la pierna y la mano. ¡Ni lo sabrán jamás! Les falta la sensibilidad. Les falta el sentir ecuestre. Volviendo al caballo de campo, rústico y basto pero tremendamente funcional, que compartía con su jinete jornadas de sol a sol, que guardaba las lunas, que recorría las lindes, que acosaba y apartaba y encerraba y desahijaba.

Aquel caballo que estando ya viejo, se le quitaban las herraduras y se soltaba en el cerrado del verde junto a los becerros más atrasados, y que jugaba con ellos persiguiéndoles y guiñándoles las orejas, como cuando en sus mejores tiempos los acosaba y atravesándoselos por delante de sus pechos, les daba una voltereta y les ponía las cuatro patas boca arriba. Ese caballo viejo, que en los domingos y días de fiesta, se limpiaba y aseaba para que el hijo menor del amo hiciera su primer aprendizaje como jinete. Ese caballo al que se le procuraba que los últimos días de su vida, fueran felices y llenos de tranquilidad. Pero que ni por asomo se vendía a ningún tratante de carne.
Para esos caballos viejos: Violento, Tosca, Pamplinoso, Dido, Guateque, y tantos otros el reconocimiento y mi gratitud por tantas horas felices de mi infancia, que luego más tarde y corriendo el tiempo me hicieron “sentir”, a otros caballos.

Gracias de un jinete que le falta ya poco, para que le quiten las herraduras y lo suelten a un verde.

Texto y Fotos: Luis Ramos Paúl in memoriam

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