El PTSD o desorden del estrés postraumático
La brutalidad de la doma que vi en Tuva este año (la misma que he visto en Venezuela, Argentina, Arizona y otros países) me hizo reflexionar sobre el miedo y el trauma del caballo. El miedo es una emoción adaptiva y necesaria
Si un animal no teme una experiencia que amenaza su vida y aprende a evitar su repetición, no sobrevivirá. Es lógico. El trauma es otra cosa. No es simplemente un miedo exagerado y duradero, es la invasión del miedo en todos los aspectos de la vida del animal o la persona. No hay evidencia de que los animales lo complican avergonzándose por no conseguir superarlo como hacen los humanos, pero muchos de los síntomas básicos coinciden en los dos:
- El pánico al encontrar cualquier cosa que haga acordarse de la situación traumática
- La incapacidad de controlar este terror
- Las reacciones exageradas a cualquier pequeño susto
- La depresión y la retirada de la vida social
- Los periodos de “ausencia” cuando la mente se disocia del cuerpo dejándolo abandonado
- Las pesadillas, los disturbios del sueño y los perjuicios a la memoria
Mientras estos síntomas son normales durante un mes o dos después de una experiencia traumática, es su persistencia lo que marca el PTSD o desorden del estrés postraumático, el cual pueden sufrir los animales tanto como nosotros. Habitualmente el caballo traumatizado nunca se echa al suelo ni se revuelca. Nuestros intentos de habituarle a los elementos que formaron parte de su desgracia fracasan e incluso empeoran sus reacciones.
Lo que me llama la atención es que, para un caballo, la experiencia repetida de estar ahogado por el lazo, tumbado en el suelo y atacado por el hierro caliente o el cuchillo de castrar, tiene todas las características de provocar trauma. No obstante, parece dejar estos caballos en Tuva, que han vivido salvajes, hasta entonces, con un miedo entendible del hombre y el lazo, pero sin las secuelas del PTSD. Hacen una vida normal en su manada e incluso aprenden a quedarse quietos al sentir el lazo y dejarse montar. En cambio, los caballos realmente traumatizados que he conocido (no muchos, porque por norma acaban en el matadero) no me parecían haber sufrido estos extremos, pues fueron caballos de un valor económico que les protege de este tipo de brutalidad abierta, aunque no de las expectativas demasiado altas o los accidentes.
Entonces, ¿qué condiciona la resiliencia o la susceptibilidad del caballo ante las experiencias potencialmente traumáticas? La verdad es que no lo sabemos. Es fácil atribuirlas a la genética, dado que los caballos de la sangre valorizada tienen una tendencia de estar asustadizos, pero mi experiencia me dice que no es solo esto. Busqué más allá, en la ciencia.
Hoy día hay unas investigaciones amplias sobre este tema, con la meta de evitar o aliviar la tortura del PTSD o por lo menos identificar los que pueden ser susceptibles a ello. Los experimentos desagradables que se hacen con ratas nos ayudan a entenderlo, porque como los circuitos neuronales básicos de las emociones son prácticamente iguales en ratas, caballos y personas, se puede aplicar las conclusiones de uno a otro. Además la rata, como el caballo, es un animal de presa cauteloso, inquisitivo, inteligente y altamente social.
Las ratas experimentales viven como norma en jaulas con cama, comida y agua, ni más ni menos. O sea, una cuadra. Otra alternativa es el “entorno enriquecido”, una jaula grande con compañeros, escaleras, túneles, escondites y otros entretenimientos. Una vida más normal, comparable a la de un caballo que vive suelto en un entorno natural con compañía. Se contrastan las reacciones de las ratas criadas, mantenidas o cambiadas de un entorno al otro. Es decir, se expone a la rata a sus miedos naturales como el que le produce el pelo de gato, se le enseña a tener miedo de un sonido por acoplarlo con un choque eléctrico, se le encierra en una jaula muy pequeña y se le sumerge en agua, o se combinan varios de estos tratamientos. Y al final se les sacrifica para examinar su cerebro y las neuroquímicas que le operan.
Los resultados son claros. El entorno enriquecido, sobre todo durante su creación y la adolescencia, protege a la rata contra los peores efectos del miedo. Además, impide que la experiencia aterrorizante se convierta en trauma. En un entorno nuevo, se acomoda con más calma, explorando sin quedarse rígido de terror. Identifican más rápido lo que es peligroso o doloroso (el sonido) y también aprenden más rápido cuando deja de ser doloroso, cuando ya no reciben un choque tras oír el sonido. Incluso no le afecta tanto ser sumergida en agua como a la rata del entorno empobrecido. Al examinar su cerebro post mortem, se ve que el hipocampo, el vestíbulo de la memoria declarativa (la asociación de una cosa con otra), es más grande que lo de la rata del entorno empobrecido: también es característico de los veteranos de guerra que sufren del PTSD al tener el hipocampo más pequeño que los que han pasado las mismas experiencias sin efectos tan duraderos. El córtex cerebral de la rata del entorno enriquecido es más grueso, con más conexiones, dándole más capacidad cognitiva, o sea, una actitud más flexible y optimista, más preparada a superar los retos de la vida.
En fin, el entorno enriquecido ayuda al animal a gestionar su miedo, ya que ha tenido mucha experiencia de tener dudas y aprehensiones y resolverlas por sí mismo.
Apreciamos los paralelismos con los caballos. El caballo de doma destetado temprano y mantenido en cuadra desde donde sale solo bajo control, es propenso de tener “mucho nervio”. Se asusta fuera de sus sitios y rutinas conocidos. Cuando ha aprendido a tener miedo – de la embocadura, la espuela y la fusta, por ejemplo – es mucho más difícil convencerle de que estas cosas ahora no son peligrosas, que a un caballo que vive en condiciones más naturales. Como domadores, apreciamos que el caballo criado en libertad se doma con más facilidad que el criado en cuadra, es más listo a la hora de aprender y perdona algún percance sin deshacerse emocionalmente. Con experiencia, vemos también que el caballo confuso y miedoso se beneficia del «Dr. Verde» (el prado, la compañía y el pasto) más que de los ejercicios formales de la pista en los que se le enseña a no tener miedo de plásticos, etc. Paseos informales del ramal, que le hacen experimentar las variadas sensaciones del entorno natural, son una manera agradable de enriquecer su entorno y normalizar sus reacciones a lo desconocido, además de fomentar una relación de confianza entre nosotros. Después de meses de este tratamiento, podemos empezar con su reeducación, porque es solo a este punto cuando sus capacidades cognitivas se han normalizado permitiéndole, por fin, aprender. Los experimentos con las ratas demuestran que, aunque el entorno enriquecido tiene más efecto, si el animal siempre ha vivido en él, es también efectivo a cualquier etapa de la vida, aunque un caballo traumatizado puede necesitar mucho tiempo (un año o dos) para desarrollar las conexiones neurales que le faltan. Así Caramelo, el caballo del que he escrito anteriormente, ha tardado dos años en normalizar sus reacciones con otros caballos, que hasta entonces evitaba. Ahora empieza a disfrutar de amistad con un semental pottoka y parece orgulloso de su nueva capacidad de dirigirse a sí mismo en entornos complicados.
Los cerebros de las ratas también mostraron que el entorno empobrecido cambia los receptores de ciertos neuroquímicos, haciéndolos más sensibles a los efectos placenteros de la cocaína, la morfina y las anfetaminas, de forma que se enganchan a estas sustancias con mucha facilidad. Las estereotipias o vicios de cuadra se originan con el estrés, que aumenta la dopamina, que es el equivalente natural de la cocaína. Este aumento impulsa al animal a la actividad. Escoge una que sería común en una vida natural, como balancear de una mano a la otra como hace cuando pasta, o chupar en el potrillo destetado. La repetición rítmica de la acción le produce endorfina, la morfina endógena. Y su entorno empobrecido facilita su enganche a su propia morfina hasta que la única manera de pararlo es la devolverle a un entorno natural. Aun así, cuesta meses hasta que sus receptores rebajen su sensibilidad exagerada y el vicio pierda su atracción.
En fin, estos experimentos, que ya han contribuido mucho a nuestro entendimiento y trato del PTSD humano, dan respaldo científico a las prácticas que hemos adoptado por experiencia o empatía en la doma natural. Pero nos deja con la pregunta de ¿por qué se crían y mantienen caballos, sobre todo los de alto rendimiento y exigencia, en unas condiciones que les deprimen de sus capacidades naturales para superar estos retos?
Foto de inicio: El producto de una creación sin estímulos: el adulto asustadizo
Texto y Fotos: Lucy Rees. Etóloga. Lucyrees5@gmail.com