Época de faenas en nuestras dehesas

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Las yeguadas y las ganaderías bravas, durante todo el año, necesitan unos cuidados y atenciones diarias que hacen posible su normal desarrollo. Pero llegado el otoño y el invierno se intensifican estas labores y, diríamos más, llega la hora de realizar los trabajos (faenas, solemos llamarlas así en el campo andaluz) más importantes para el buen funcionamiento de esta actividad ganadera. En todas ellas hay un protagonista común e imprescindible, ya que sin ellos sería casi imposible la realización de la mayoría de estas faenas de campo: nuestros caballos vaqueros.

Cuando las hojas de los árboles comienzan a amarillear, nuestro campo comienza a teñirse de tonos ocres, las temperaturas comienzan a descender y el cielo descarga sus esperadas primeras gotas de agua, comienza en las dehesas una actividad frenética. El llamado “mal tiempo” de los meteorólogos, se transforma en nuestro campo ganadero en “tiempo excepcional”. El inicio de la parada vegetativa de algunas especies se compensa con el renacer de otras y comienza así el año ganadero, distinto al que rige al ser humano.

Es tiempo de la paridera, en la cual yeguas y vacas traen al mundo los sueños y anhelos de los ganaderos. Un espectáculo para disfrute de nuestros sentidos, potros y becerros correteando en la paz de las dehesas; pero para yegüerizos, vaqueros y mayorales una obligación y preocupación más para su extensa agenda diaria, ya que tienen que “señalar” los becerros, para lo cual los “lacean” a caballo para proceder a su inmovilización y marcado. Es una faena de indescriptible belleza pero peligrosa, ya que las madres celosas y enquerenciadas con sus retoños, braman desafiantes alrededor de sus hijos.

Tiempo de destete
También es tiempo para realizar el destete de la camada anterior, esto es, desahijar los becerros de sus madres tras el periodo de lactancia, cuando se ve que pueden sobrevivir por sí mismos. Generalmente se hacen en dos tandas, según la fecha de nacimiento de los becerros. Las madres quedan en un cercado y las crías en otro. Tanto a caballo como a pie es muy importante el manejo cuidadoso de las puertas. El día de la separación es el más triste y emocionante de la vida en una dehesa. Becerros y vacas se pasan la noche bramando llamándose entre sí, presagiando que a partir de ahora vivirán separados: Los machos jamás volverán a ver a sus madres.

El momento del destete se aprovecha para marcarlos a fuego con el hierro de la ganadería (a esta faena se le denomina herraje o herradero), señalar los becerros en la oreja y ponerles el crotán. Es como si con estas faenas les sacásemos el DNI a los becerros. Será su señal de identidad durante toda la vida. En algunas ganaderías todavía hacen esta faena a la antigua usanza. Acosan a caballo a los becerros, derribándolos, cerca de la candela donde están calentándose los hierros al rojo candente, que se aplicarán sobre la piel del becerro, quemándole el pelo y quedando de esta manera, imborrables para siempre. Al animal se le colocan tres hierros calientes: su número de identificación en el lomo, el hierro de la propiedad en el muslo y el año de su nacimiento en la paletilla, siendo obligatoria la presencia de un agente de la propiedad en el momento del herraje para verificar que se coloca el hierro del año correspondiente y de un veterinario que levantarán acta de la faena.

Es tiempo también de echarles los sementales a las vacas, para lo cual se habrán formado lotes de treinta o cuarenta vacas ayudados por nuestros caballos vaqueros. A cada lote se le asigna un semental que cubrirá las vacas asignadas, que tras nueve meses de gestación parirán en total libertad.

Para eralas y erales llega el momento fundamental de su existencia, ya que son sometidos al proceso de tienta, por la cual el ganadero analizará su comportamiento y determinará su futuro. Están en la encrucijada de su vida, pues de esta faena depende que sean lidiados, se les otorgue la categoría de vaca o semental, o por el contrario se les envíe al matadero. La tienta, como podéis deducir, es la faena imprescindible y fundamental del campo bravo, puesto que de ella depende el buen resultado, funcionamiento y productos de la ganadería.

Buscando el “son”, por derecho
A las hembras se les suele probar en la placita de tientas, donde tras entrar varias veces al caballo del picador, bajo la mirada atenta del ganadero, pasan a ser lidiadas con la muleta por un diestro. Para ello se coloca a la erala a contra querencia, para que le cueste acudir y, después de cada puyazo, se le colocará lejos de la cabalgadura, para que se arranque una y otra vez. Lo deberá hacer sin escarbar y sin manifestar ningún síntoma de mansedumbre, teniendo fijeza en la embestida, teniendo “son”, por derecho, arrancándose cada vez de más lejos de manera pronta y no tarda, estrellándose en el peto y sin buscarle las vueltas al caballo, entregándose y sin defenderse. En la muleta, toreada por los dos pitones, se medirá su embestida, nobleza, fijeza, recorrido, acometida, repetividad… De su comportamiento en la faena dependerá su destino y para ello el ganadero la dará por “vista” y analizando las correspondientes notas, que ha ido tomando en su libro de tientas, decidirá si la vaca se queda en el campo como “vaca de vientre”, o se desecha y se sacrifica en el matadero.

A los machos, en muchas ganaderías bravas, se les tienta a campo abierto a la antigua usanza. Es la faena con más tradición dentro del campo bravo. Para ello se escogen los utreros que por su morfología excepcional y su buena reata, según los libros de la ganadería, sean capaces de perpetuar sus buenas aptitudes para la lidia. Los garrochistas invitados, por riguroso orden de antigüedad, correrán los utreros para ponerlos en suerte ante el picador. También habrán de estar atentos para hacerle el quite y sacarlos de la jurisdicción del picador, tantas veces como ordene el ganadero, que tendrá que determinar su validez como futuro semental de la ganadería con la observación de su comportamiento ante el castigo infringido por el picador y la forma de comportarse ante los caballos de los garrochistas.

El picador se colocará a contraquerencia, de tal forma que deje libre el camino natural de la res, tal como se hace en el ruedo, para que sea libre de irse o quedarse y pelear. En las tres o cuatro veces que entra al caballo, el ganadero observará si el animal es fijo, si duda en arrancarse, si escapa, mide la distancia a la que embiste, si embiste de costado o de frente; observa también su galope, si trota o viene andando, si se estrella contra el peto o se frena, si humilla o lleva la cara alta, si empuja con fijeza o calamochea. Nunca se emplean el capote o la muleta, ya que de hacerlo el utrero “aprendería” y quedaría inutilizado como toro de lidia. Sólo los aprobados por el ganadero como semental podrán ser probados con la muleta.

Un error en la selección puede destruir o desprestigiar una ganadería que necesitó varias generaciones para formarse; de ahí la importancia que se le da a esta faena y el cuidado y atención con que se realiza. El ganadero pone toda su afición, conocimientos, experiencia e intuición en la selección y hasta se encomienda a la suerte para no herrar en la selección.

Es también usual en esta época del año apartar los encierros, o sea, lotes de seis toros que serán vendidos para cada corrida. El ganadero enlota los encierros teniendo en cuenta su similitud en tipo y trapío y la plaza donde se va a lidiar, ya que en las de primera categoría, como es sabido por todos, exigen más peso y una más cuidada presentación. Las distintas corridas se van ubicando en cercados separados y ahí comienza un cuido esmerado que consiga tener a punto la corrida para ser lidiada. Como es fácil de entender, sería imposible realizar estas faenas sin el concurso de nuestros caballos vaqueros, herramienta imprescindible para mayorales y vaqueros.

En la idílica paz de nuestras dehesas, con esa apariencia de placidez y sosiego que transmiten a quienes las contemplan, la actividad es muy intensa, como podéis comprobar. Día a día, sin tregua alguna, con metódico dinamismo, se va desgranando una liturgia singular que hace posible lograr ese milagro inexplicable de la bravura.

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