Dos etapas diferentes en las que se van viendo las diferencias y estilos en la medida que el mercado de ganados se va distanciando de lo que actualmente es, una Feria Festiva sin asomo alguno de comercio ganadero.
La imagen de la Feria del s. XIX, concretamente en los años 1856 y 1865, era la de un vasto prado con algunas casetas diseminadas sin adornos y piaras de yeguas y mulos, algunas cabezas de vacunos: vacas y yuntas de bueyes de labor, piaras de ovejas, cabras y ganado porcino. Pocos trajes cortos y sí atavíos de serranos de catite, chupa de paño y pantalones de machos. En aquel entonces había mucho más ganado en la sierra que en la campiña o marisma. Por supuesto no se vislumbra un Real sino conjuntos de jinetes que deambulan de piara en piara buscando algunas compras. A veces se ve un coche de caballos a tronco, carros, vagonetas y volquetes. Aperos de la ganadería cargados en burros con sus angarillas y atajaros. Potritos jugando en libertad. Yeguas con campanillas y tusadas. Todo muy de campo sin lujo alguno.
Sevilla en la feria del ganado. Se pueden observar las casetas que ya comenzaban a sobresalir.
Más tarde y ya a finales del XX el Prado se urbaniza un poco y aparece una calle central que podía ser el comienzo del Real de la Feria en la que ya las casetas se muestran alineadas y adornadas con gallardetes. Pasean gente variopinta: toreros, bailaores, flamencos, chulos y funambulistas.
Esta es la imagen del mercado ganadero que nos ofrecen los pintores costumbristas de finales del XIX, y que conforme entra esta Feria en el S. XX va cambiando en usos y modismos. La Feria de Sevilla ha evolucionado y cambiado en muchos aspectos, conforme se fue alejando el mercado de ganado y se convertía en una Feria Festiva.
Las cuatro puertas
En muchas ciudades y pueblos del mundo, existe un cruce de cuatro aspas que suelen llamar Cuatro Caminos o también Cuatro Vientos.
Sevilla que es ciudad amurallada no dispone de este cruce pero sí tiene cuatro puertas por donde incidía todo el tráfico de ciudadanos al campo o viceversa.
La Puerta de la Macarena, La Puerta Carmona, La Puerta Real y La Puerta Jerez.
Por cada una el trajín de coches y caballistas era diferente. Cada puerta aportó a la Feria de Sevilla distintos estilos y con características diferentes.
Por la Puerta de la Macarena, entraban y salían hortelanos con sus mulos cargados de aperos y coches funcionales siempre tirados por mulas aparejadas a la calesera, aparte los carros y volquetes. Este gran huerto, hacía que la entrada por esta Puerta a Sevilla discurriera más por un jardín que por un huerto.
Por la Puerta de Carmona y por la Puerta Real, era mucho más frecuente ver a mejores enganches portando a ricos hacendados que partían para la Vega de Carmona o para los olivares del Aljarafe.
La Puerta Jerez, también tiene sus características, daba salida a los ganaderos, principalmente de reses bravas, que sorteando los obstáculos de la vereda de la Isla, caminan hacia la Isla Menor. Por dicha vereda también se podía ver un encierro rodeado por garrochistas.
Por estas cuatro puertas le entra a Sevilla el flujo de carruajes y caballistas para la Feria de Abril, y a todos se les distinguía.
El comercio y la industria se unen en una ciudad en progreso
En lo que se refiere a enganches necesariamente tenemos que distinguir dos épocas: anterior a Montpensier, y posterior. Fue un verdadero cambio sobre todo en los enganches.
Anterior a Montpensier solo se enganchaba a la calesera y sobre todo mulas. Los coches y dijimos que eran funcionales de campo y sin lujo alguno. Jardineras, Manolas, Faetones ecijanos y alguna Calesa. Las guarniciones a la calesera con sus tirantes de cáñamo, sus colleras y entremantas de rayadiyo, ramalillos y cascabeles en el quitaipón, los collares, las lomeras y las caídas y un borlaje en que se entremezclaban colores.
Posterior a Montpensier el panorama cambia totalmente tanto en la Feria como en Sevilla misma. D. Antonio de Orleáns establece su corte en Sevilla, y dicen que la afrancesa, pero la realidad es que la llenó de lujo y fastuosidad. Y el espíritu del sevillano, que como dice Manuel Halcón es como el vino de Jerez: seco, frío pero muy fino, este espíritu sevillano absorbió toda la riqueza artística que le ofreció D. Antonio.
El Duque de Montpensier trajo a Sevilla pintores, músicos, teatro y ópera, literatos y poetas, arquitectos y jardineros, al mismo tiempo empezaron a llegar fastuosos carruajes: Carretelas, Breaks, Faetones, Victorias, Claridges, Landos y muchos más. Carruajes de lujo europeos. Fabricados por carroceros franceses e ingleses.
Aparecen las guarniciones continentales negras con profusión de charoles, hebillajes plateados o sobre dorados en frontaleras pasa riendas caídas, cejaderos de cadenas, riendas planas y tirantes de cuero. Finura en las puntadas y algunas muy ligeras, porque el caballo mientras menos se tape, más se ve.
La elegancia en los cocheros con librea abotonada de chatotes dorados, plastones de piqué blanco, pantalones de gamuza amarilla, guantes blancos, sombrero de copa alta. Botas negras con campanas de color avellana.
Corrección, brillo y lujo no solo en la Feria sino también en la vida cotidiana de la ciudad, como el paseo de la Palmera por las tardes y donde se observaba ciertas reglas de circulación: hacia el sur, al trote. A la vuelta al paso, un cochero profesional no podía darle una pasada a un amateur, y mucho menos crujir la tralla a su lado.
El mejor museo viviente de enganches del mundo, es en la actualidad la Feria de Sevilla.
Texto y Fotos: Luís Ramos-Paúl in memoriam