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Sentir la Doma Vaquera por Luis Ramos-Paúl

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Para conocer la Doma Vaquera vamos a distinguir tres entornos que son fundamentales para su profundo entendimiento: el entorno social, el entorno familiar y el entorno rural.

El entorno social

Durante el medievo, la península Ibérica en aquel entonces estaba repartida entre tres estamentos: el Feudalismo, la Aristocracia y la Iglesia. El toro bravo no estaba reunido en núcleos específicos, ni estaba sometido a selección alguna.

Era un animal salvaje que campaba por las grandes llanuras, montes, bosques y estepas de la Península. Era un animal salvaje como el corzo, la cabra hispánica, el ciervo, el jabato y otros animales que aún no habían sido domesticados y seleccionados por el hombre. Que no conocían la mano intervencionista del hombre. Su sobrevivencia se debía a una selección natural, que no obedecía más que a las leyes de la Naturaleza. Por lo tanto, creo que en este periodo, no se le debía llamar toro bravo, sino más bien Toro Ibérico salvaje. Los señores feudales y la aristocracia, en días de celebraciones especiales como bodas, bautizos y demás eventos acreditados y respaldados por la Iglesia, daban permiso al pueblo para invadir sus montes y cazar dos o tres toros salvajes para que durante los días que durasen los festejos, el pueblo tuviese carne para celebrarlo.

Hombres a caballo se encargaban de recoger a los toros salvajes, reunirlos y conducirlos en manada hasta el pueblo, introduciéndolos por sus calles hasta llegar a la Plaza Mayor, donde otros jinetes se encargaban de lancearlos, agarrocharlos y darles muerte. Ya tenemos aquí el principio de los encierros que todavía hoy se hacen por tierras de Extremadura, Castilla, Navarra y Andalucía. Ya podemos vislumbrar el principio del Rejoneo, porque todo se hacía a caballo, ya que el toreo pie a tierra no existía, si acaso hacía falta rematar al toro en su muerte, aparecía un hombre pie a tierra al que se le denominaba: chulo o matatoros.

La aristocracia que en aquella época estaba muy integrada en el ejercicio de guerrear y reunida en las Reales Maestranzas, se sirvió del toro ibérico como ejercicio y adiestramiento de sus caballos y de ellos mismos, en el arte guerrero. Al igual que los sajones se ejercitaban en torneos, los ibéricos jugaban con el toro. Célebres eran los festejos que se celebraban en Jerez de la Frontera, donde se regaba el Arenal y se cerraban sus calles a él adyacentes, para lancear y agarrochar los toros, que el día anterior se habían traído del campo. En estos festejos destacaron los Dávila, los Ponce de León, los Núñez de Villavicencio, los Perea, y tantos otros caballeros jerezanos.

En el intermedio de estos actos, que duraban todo el día, aquellos nobles que no se atrevían a enfrentarse al toro, hacían juegos ecuestres y escaramuzas amenizadas con música y vestidos de seda y sombreros adornados con plumas.

La Iglesia, como siempre, entre los señores y el pueblo. Y esto se ve claramente en Castilla, donde en todo lo alto de un cerro se situaba el castillo, a la mitad de la loma estaba la iglesia o el convento y abajo, el pueblo. Pero el agua, estaba en el pueblo, abajo, y había que subirla para llenar los aljibes. Era la estructuración social del medievo.

El entorno familiar

Tanto entonces como ahora, ya se fuese ganadero u hombre de servicio y faena de la ganadería, tiene una importancia muy grande el entorno familiar. Han sido y son una tradición y un oficio transmitidos de padres a hijos y de abuelos a padres.

Hay que tener en cuenta que en España se ha leído poco y se ha escrito menos. Actualmente se lee un poco más, pero hay que reconocer que El Quijote, que es un libro de caballería, no se leyó en su época y ahora se lee algo más. ¡Tampoco nacen muchos Cervantes en todas las épocas!

El oficio de la Doma Vaquera se ha venido transmitiendo oralmente de generación en generación. Porque el español escribiría poco y leería menos, pero siempre ha charlado por los codos. Frecuente era y es la imagen de un vaquero que en las noches frías del invierno y al calor de los rescoldos de una chimenea medio apagada, relatara a su progenie las hazañas del tal o cual jinete o la pelea que un toro de la casa hizo en Bilbao. O cómo ejecutaba la suerte el caballo fulano del garrochista mengano. Y cómo se entresacaban las crines, y la medida justa para cortar la cola de una jaca, o cómo se rellenan los cañones de una silla para que no dañen su cruz. Y cómo se le recortan los bigotillos del hocico, y se le tusa su tupé, o se le pelan las orejas dejándole en la punta la mosca. También en las horas centrales del día siguen transmitiendo su saber en el oficio, cuando en la fragua, hacen bocados vaqueros en cuyas piernas dibujan en el hierro líneas arabescas salidas de no se sabe dónde, que le dan categoría y prestancia al hierro. Y que saben que la medida del portamozo tiene que ser la mitad de la pierna para que el bocado vaya en equilibrio. Y las diferentes embocaduras, de asa caldera, cuello pichón, embocadura recta que es la más apropiada para tal o cual caballo. Que saben hacer los alacranes con la curva propicia para que descansen sobre los farolillos y no pellizquen los labios del caballo. Que transmiten a sus hijos cómo se deshija antes del herradero, cómo se enciende la candela de boñigas para calentar los hierros. Cómo se encierra una corrida de toros, cómo se repasan las vacas y grabar en su mente que tal ternero es de la vaca fulana. Cómo se guardan las lunas. ¡Oficios del vaquero!, que no están escritos en ningún sitio que se transmiten oralmente de generación en generación.

Hace poco me preguntaba un político: ¿Y todo esto no se puede enseñar en un taller de oficios? Yo le respondí: Mire usted, claro que sí, pero no es igual… Si me quiere usted entender me entiende, y si no me entiende yo paso.

El entorno rural

El entorno rural es el tercer punto para llegar a entender y conocer la Doma Vaquera. Es cierto que como hemos dicho anteriormente el Toro Ibérico salvaje se extendía por todo el mapa de la península de una manera indiscriminada y sin la intervención del hombre. Pero a medida que el tiempo corre y en la medida que se va reglamentando la Tauromaquia, la Doma Vaquera también evoluciona.

La primera Tauromaquia que se conoce es la de Goya, y la segunda, la de Picasso. Donde el chulo o matatoros se va imponiendo a la figura ecuestre, el toreo pie a tierra va ganando terreno al toreo a caballo. Por eso los picadores siguen vistiendo de oro como los toreros, y los banderilleros se visten de plata.

El toro bravo pasa de ser un animal silvestre y empieza a reagruparse en núcleos donde su cuido y selección pasan a manos del hombre. ¿Dónde se empieza a seleccionar y cuidar al toro bravo?, y por supuesto, ¿dónde se empieza a ejercer el oficio que requiere una agrupación de reses destinadas a ser lidiadas y morir a estoque? ¿dónde se empiezan a separar hembras de machos, a tentar o probar su bravura, escoger los sementales apropiados con los que cubrir las hembras? En una palabra ¿dónde empieza la selección que lleva aparejada el cuido, uso y selección que indudablemente lleva a cabo la Doma Vaquera? He señalado anteriormente que el Toro Ibérico se encontraba esparcido por toda la geografía de la Península, pero a la hora de la selección, yo me atrevería a trazar una línea ascendente que partiendo de Andalucía, y concretamente en los valles del Guadalete y Guadalquivir con sus marismas incluidas, subiera por Extremadura y Portugal, y entrara en Castilla en la zona de Salamanca. Otro capítulo aparte sería el núcleo de Navarra, con sus toros pequeños, fibrosos y ágiles, pero donde no eran cuidados por vaqueros a caballo, ya que lo abrupto del terreno hacía que fuesen pastoreados a pie, armados de “chivatas” y “porros” que los dirigían por las cañadas y peñascos.

Concretamente en Andalucía se forman dos castas, la Vazqueña y la Vistahermosa que son las que actualmente conforman el núcleo ganadero más importante de España, Portugal e Hispanoamérica. No hemos de olvidar que el toro bravo que llevado de España a América, por los jesuitas para defender sus propiedades en aquellas tierras de agresores y bandidos, pero sin ninguna intención de promocionar el arte de torear. ¡Otra vez la Iglesia que se sirve del Toro Ibérico para defender sus propiedades! Pero centrándonos en Andalucía, punto de origen del toro bravo seleccionado, hemos de situarnos en Utrera, Los Palacios y Dos Hermanas y concretamente en sus marismas del Guadalquivir.

En 1697 nace en Utrera D. Pedro Luis de Ulloa y Celis, I Conde de Vistahermosa, que se casó con María Teresa Halcón de Cala, hermana del Marqués de San Gil. Aficionado a los toros bravos como muchos utreranos de aquella época, adquirió en 1770 una punta de vacas bravas a D. Tomás de Rivas de Dos Hermanas, que ya gozaba de cierto prestigio en el mundillo taurino. Trasladó sus vacas a Utrera y empezó a seleccionar su bravura a campo abierto, con garrochistas que paraban la vaca tras darle una voltereta y las preparaban para ver cuántas veces venían al caballo. En aquel entonces no se tentaba en plazas, ya que solo importaba el celo y brío con los que la vaca acudía al cite tentador. Garrochistas que derribaban donde precisaba el ganadero. Tentadores que infringían el castigo debido al ímpetu de la embestida. ¿Veis aquí la Doma Vaquera?
Pero el I Conde de Vistahermosa solo vivió los goces de su ganadería seis años, puesto que murió en 1776. Heredó la ganadería su hijo mayor D. Benito de Ulloa y Halcón de Cala, II Conde de Vistahermosa, llevando a un gran prestigio a nivel nacional a su ganadería. A su muerte en 1800 pasa la ganadería a su hermano Pedro Luis, III Conde de Vistahermosa. Pero los tiempos no le favorecieron. Afrontó la supresión de las corridas de toros decretadas por José Napoleón Bonaparte, más conocido entre los españoles por Pepe Botella, aficionado al vaso y a la botella escanciadora. Sufrió la invasión francesa y la guerra, las requisas de su ganado para alimentar a los soldados franceses, el robo de granos para sostener la caballería francesa. Pero sin desánimo alguno logró rehacer la ganadería, al término de la contienda, obteniendo grandes éxitos como ganadero hasta 1821 que murió en su casa de Utrera.

Se cuenta que poco antes de morir, y sin poder salir ya de su casa, su deseo más vehemente era ver a sus vacas. Un grupo de vaqueros encabezados por el conocedor, apartaron unas cuantas vacas, unas vacías y otras paridas, y arropadas por la parada de cabestros con sus cencerros atravesaron las calles de Utrera y las encerraron en el patio de labor de la casa del Conde, que asomado a su balcón pudo disfrutar por última vez del gozo de ver a sus vacas. Pocos días después fallecía el III Conde de Vistahermosa.

Se le quitaron los cencerros a los cabestros en señal de luto como es costumbre. Poco tiempo después la ganadería se vendió por lotes, que se esparcieron para bien del toro bravo, por toda la península Ibérica. La casta Vistahermosa es la madre del toro bravo.

Texto y Fotos: Luis Ramos Paúl in memoriam

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