¿Me gustaría ser caballo?

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Me gustaría ser un caballo fuerte por debajo, fino y con clase por arriba. Esto quiere decir que a los caballos se les puede mirar de abajo para arriba o de arriba para abajo. Es igual, porque al final el examen de su morfología da igual hacerlo en un sentido o en otro. Tener fuertes miembros, rodillas, corvejones, tendones y por supuesto un buen casco. Un Mercedes con las gomas de un dos CV no sirve para nada. ¡Pero atención! un Todo-terreno muy fuerte por debajo e incómodo y feo por arriba tampoco sirve para nada.

Me gustaría ser caballo fuerte por debajo. Y bonito y con clase por arriba. Los caballos tienen que ser como las señoras, o las señoras como los caballos, que el orden de los factores no debe alterar el producto. Finos y con clase por arriba, fuertes y poderosos por los bajos… Con ojos grandes y luminosos, con la frente, ni ancha ni estrecha, sino despejada, con labios finos y prominentes, con orejas pequeñas pero vivas. Con un cuello de garza, como decía D. Antonio Machado Núñez. Porque el cuello tiene que servir de balanza, al igual que el fiel de una romana, para equilibrar su peso, que no solo hay que repartirlo en sus cuatro miembros, sino que al poner todo este peso en movimiento, el cuello sirve para no perder el equilibrio de toda esa masa. Por el ejercicio de un cuello ágil, el caballo puede trasladar su punto de gravedad según quiera su jinete. En la cruz de sus espaldas, sobre la mitad de su dorso, o encima de los riñones, según lo que su jinete le esté pidiendo: alargar, reunir o trabajar a un aire de campo. El cuello de los caballos tiene que ser como el de las señoras: fino, ágil y elegante. Ahí es donde se ve la “clase”. Hay señoras muy guapas pero que no tienen clase, hay señoras no tan guapas pero con una gran dosis de “clase”.

Me gustaría ser caballo con más clase que fortaleza física, porque en la mayoría de las veces, la “clase” es superior que la fuerza física, para ganar una carrera por media cabeza, para saltar un obstáculo comprometido. Para derribar un becerro que nos echa pies. Para, a la hora de la echada, quebrar la embestida de un toro y clavarle un hierro en todo lo alto hace falta clase.

No me gustaría ser caballo de labranza para tener que tirar de un arado o de un carro cargado de leña, verduras o heno.

No me gustaría ser caballo de tiro, para tener que arrastrar un carruaje en unas pruebas deportivas salpicadas de obstáculos, que dicen los jueces que son “naturales” pero que a mi parecer son totalmente “antinaturales” y con una maratón, tediosa y sofocante. No me gustaría ser caballo de tiro para que me vistieran de charoles, hebillajes de plata y borlajes de caprichosos colores, y tener que arrastrar a un lujoso carruaje lleno de horteras hartos de manzanilla y diciendo que están “viviendo” la Feria.

No me gustaría ser caballo para que me entresacasen las crines, me cortaran la cola, y las pestañas que rodean mis ojos, ni los bigotillos de mi hocico, ni los pelos de mis orejas, ni que me partieran la nariz, ni que me metieran un hierro en la boca y agujerearan mis asientos… y mucho menos, que me cortasen los testículos.

No me gustaría ser caballo para, con los ojos vendados y las orejas atronadas, entrar en el albero del ruedo ibérico y aguantar las tarascadas de un toro bravo.

No me gustaría ser caballo para pasear por una pasarela y que tres “papanatas” me clasificaran con un número. Un caballo no es un número caprichoso, que en muchas ocasiones es falso, y solo obedece a intereses ocultos.

Me gustaría ser caballo fuerte, fino, elegante y con “clase”. Sin tener que estar sujeto a directrices de raza alguna y cruces inventadas por los hombres para sus caprichos e intereses.

Me gustaría ser caballo para que me cuidaran las manos de Marilyn. Para que me alimentara y calmara mi sed después de mi trabajo y de las incomodidades de un día, para que me dé asilo en una buena cuadra, para que me hablara con su voz y me pasara la bruza, el cepillo y la esponja, con el mismo cariño que ella se lo hacía todos los días a Victorioso. Para que me hablara y susurrara con su voz, porque la voz es más eficaz que las riendas y las piernas, para que me acariciara y me enseñara a trabajar con buena voluntad y que si el caballo no comprendiera a su jinete, que este no se apresurara a usar la fusta ni las espuelas. Antes que mirara bien si la cadenilla barbada está en su punto justo. Si las riendas están derechas y no cruzadas. Si la montura en la que te sientas no se cuela en mi cruz y si las herraduras que últimamente me puso el herrador no me hacen daño. Si como mal, mira mis dientes y encías. A lo mejor si soy joven, estoy mudando.

No cortes mi cola porque las moscas me irritan y atormentan. Cuida que mi cama esté siempre limpia y seca todo el día. Y que las noches frías del invierno me pongas una bonita manta a cuadros, festoneada con los colores de mi casa. Me gustaría que me dijeras que tenía por fuerza que aguantar al jinete y que cuando diera la vuelta de honor después de ganar una prueba, Marilyn, tú estuvieses allí para quitarme la silla, las vendas, la cabezada y con cariño me embarcaras en el van y me llevaras a casa a descansar después de un día fatigoso y lleno de nervios. ¡Por Victorioso! ¡Gracias Marilyn!

Me gustaría ser caballo para caer en las manos clásicas de BAUCHER, FILLIS, DE LA GUÉRINIÈRE o de PODHAJSKY. Me gustaría reencarnarme en una ESPLÉNDIDA para ser dirigida por las finas manos de D. Álvaro. O también ser un MILTON y que Whitaker me hiciera saltar, como si estuviera en libertad sobre un prado verde.

Me gustaría ser caballo para ganar una carrera en La Zarzuela por Carudel.

Me gustaría ser CAGANCHO para caer en las manos de Pablo Hermoso de Mendoza porque me daría seguridad ante la cara de un toro.

Me gustaría ser un bonito caballo alazán careto y cuatralbo del hierro de Rodríguez-Torres, para correr detrás de dos veloces galgos, que persiguen a una liebre, por los llanos de “La Turquilla”.

Me gustaría ser BOLA, en manos de D. Joaquín Murube corriendo tras un eral “regordío” en la campiña de “Juan Gómez”.

Me gustaría ser GARBOSO para que Mercedes González me guiara por el picadero de la Escuela en riendas largas.

Me gustaría ser caballo para hacer piaffé, solamente con el peso de las riendas de Nuno Oliveira.

Me gustaría ser caballo para hacer las cabriolas de JARDINERO, o el trabajo entre pilares de VALEROSO con Manuel Vidrié.

Me gustaría ser un MARQUÉS, con el hierro del 7, para correr a un toro de salida.

Me gustaría ser un VENDAVAL para que Manuel Méndez me recogiera en mis cuartos traseros y posarme, nunca dicha la mejor palabra, en una POSADA.

Y, por último, si yo siendo caballo me preguntasen: ¡Oiga, mire! si usted fuera LLEREL o JALEO o SONETO o MARUXO o VICTORIOSO o la yegua negra de la princesa Vanda Ligne, que se llamaba GLADIOLA, y muchos otros que harían interminables esta página, ¿le gustaría caer en las manos de Luis Ramos-Paúl? Yo respondería con toda la honestidad de mi sentir ecuestre: «Mire usted, me gustaría que las manos de Luis me guiasen y sus piernas abrigasen mis costados«. Pero le voy a decir una cosa: «No me gustaría soportar su peso sobre mi dorso, lo que pasa es que con nuestra “clase” ¡que no fuerza! y con la educación que él nos supo infringir, aceptamos no solo su peso, sino su disciplina, su hacer diario, su amor hacia nosotros, cómo nos presentaba de limpios y bien cuidados, de guapos, en una palabra».

Y, sobre todo, porque sabemos que cuando desaparecimos de su mundo ecuestre, Luis se quedó en una soledad amarga, tremenda, difícilmente de demostrar, tragándose las lágrimas, pero con todos nosotros dentro de su corazón.

KIKO es mi caballo. Es grande, ni fuerte, ni bonito. Tiene una carta de origen aristócrata, del Conde de Aguilar.

Kiko no se llama así, sino “CAVAL”. A Kiko le duele el dorso, a mí también, y en eso coincidimos y estamos de acuerdo.

Dicen que Kiko cojea de la mano izquierda, pero no es verdad. Kiko es “cojo de rienda”. Cosa, que hay veterinarios que no saben qué es, ni de qué se trata, porque los veterinarios solamente saben “ver” radiografías anónimas, carísimas y de fácil diagnóstico pero de difícil solución. Los veterinarios no montan a caballo y no tienen ni idea de qué es la “cojera de rienda”. Esto solamente está reservado a algunos jinetes. Ser cojo de rienda es cuando un caballo que siempre está de una rienda con más contacto que en la otra, en la cual diríamos se muestra en falso, puesto que la otra lleva más contacto. Pues en la rienda en que se muestra en falso, con menor contacto, cuando trota en dirección de esa rienda, el caballo hace un falsete y no diagonaliza igualmente. Pero en la medida que vas corrigiendo, poniéndolo derecho, y en que te va cogiendo más contacto en el lado del falsete, el caballo va pisando mejor y va desapareciendo esa anormalidad en su diagonalización.

Esto no se le puede explicar a un veterinario, porque no lo va a entender nunca, y además, por educación. La que ellos no tienen cuando te meten el cuento de “Caperucita Roja”, que no saben solucionar pero que te cobran aparatosamente.

Kiko no hace nada brillante. Ni falta que le hace, porque ni él ni yo vamos a actuar en público. Ha llegado el momento de sentir sus cambios de pie, de sentir su trabajo en dos pistas, de sentir su piaffé con el solo peso de las riendas, como me enseñó Nuno.

Kiko tiene ya una edad, yo también, y cuando clara el día, los dos nos unimos, hablamos y lo pasamos estupendamente.

Kiko no hace nada brillante, ni yo tampoco, y ni falta que nos hace. Pero yo siento a Kiko, a su falsete de rienda, lo que es totalmente imposible que sienta un veterinario, que no siente, sino que solo “ve” por radiografías. Yo siento su desigualdad de riendas, lo corrijo, y es entonces cuando Kiko me siente a mí.

Todo es cuestión de sentir ecuestre.

Texto y Fotos: Luis Ramos Paúl in memoriam

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