Hacia 1250 a.C., Ramsés II (1290-1224), en la famosa batalla de Qadesh contra los hititas, utilizó unos 3.500 carros de combate en una sola batalla en la que, según representaciones pictóricas, incluso había amazonas.
En la gran batalla de Qadesh, que solo duró apenas una jornada, y de la que Ramsés II hizo un acontecimiento capital, es sobre la que se tiene mejor documentación que sobre cualquier otro hecho militar antes del de Maratón (490 a.C.), el caballo y los carros tuvieron un papel decisivo. En los poemas que se escriben sobre el caso en las paredes de los templos de Karnak y Abu Simbel, se observa a Ramsés lanzado a un combate, prácticamente en solitario, cuyo temor superó gracias a la intervención divina de Amón y, totalmente confiado a la luz divina que lo habitaba y ebrio de rabia, no cesaba de disparar flechas a su aterrorizado enemigo hitita y dirigía el carro con las riendas alrededor de sus riñones, de manera que le dejara las manos disponibles para librar el brillante combate. Sus caballos invadidos por la ebriedad de su dueño pasaban sobre los cadáveres y hacían tambalearse los carros hititas.
Abu Simbel. El mayor monumento de Ramsés II. Detalle de las cuatro estatuas sedentes del rey que flanquean la entrada
“…Entonces Su Majestad (Ramsés) apareció en gloria como su padre Montu; endosó el equipo de batalla y se puso su corselete. Estaba como Baal en su momento; el gran atelaje que transportó a Su Majestad era «Victoria-en-Tebas», de la gran cuadra de Usermaatre Setepenre (Ramsés), el amado de Amón…” (CHRISTIANE DESROCHES, Ramsés II. La verdadera historia, pág. 161).
Efectivamente, Ramsés logró dominar la situación y, por primera vez en muchos años y enfrentamientos entre estas dos opulentas civilizaciones, la egipcia consigue imponerse a la hitita, no menos afamada en cuanto a su desarrollo militar ecuestre. En las narraciones egipcias, la descripción del triunfo se plasma con las siguientes palabras:
“… El gran vil vencido de Hatti, estaba en medio de sus carros, con el rostro vuelto hacia atrás, temblando de horror y descompuesto. (…) cuando vio a Su Majestad (Ramsés) ganando sobre la gente de Hatti al igual que sobre todos los países extranjeros que habían venido con él. Su Majestad los derrocó en un momento, Su Majestad era como un halcón divino. Él (el hitita) agradece al dios encarnado diciendo: “Es como Set en su hora, Baal en persona” (CHRISTIANE DESROCHES, Ramsés II. La verdadera historia, pág. 186).
Bajorrelieve donde se representa a Ramsés II en su carro de guerra. Muro del Gran Templo de Amón. Imperio Nuevo. Dinastía XIX, Karnak (Tebas)
Finalmente, en su relato Ramsés no olvida a sus caballos que, gracias a su valor y a su efectivo atalaje obtuvo la victoria. A ellos: Victoria-en-Tebas y Mut-está-satisfecho, les hace una promesa:
“…He vencido a millones de países extranjeros, estando solo (con) mi atalaje: Victoria-en-Tebas y Mut-está-satisfecho, mis grandes caballos. En ellos encontré el apoyo cuando estaba solo, combatiendo a numerosos países extranjeros. Yo mismo, continuaré dándoles de comer su alimento, en mi presencia, cada día, cuando esté en mi palacio. Fue a ellos a los que encontré en medio de la batalla…” (CHRISTIANE DESROCHES, Ramsés II. La verdadera historia, pág. 165).
El anillo que Ramsés II hizo labrar en honor de sus caballos en la batalla de Qadesh, conocido como el anillo de los caballos, está elaborado con oro y coralina y se encuentra en el Museo del Louvre de París
Así para inmortalizar el pacto de sus palabras perpetuó su imagen, cincelando sus mejores orfebres, dos caballos delante de un pesebre en un anillo que el faraón llevaría en su dedo y que, hoy en día, se encuentra en el Museo del Louvre.
Ramsés II en otro bajorrelieve
No obstante, no todas las teorías sobre esta batalla son las mismas. Otros historiadores hablan de Ramsés Meriamón o Ramsés II, como el faraón que supo manipular mejor que nadie los acontecimientos históricos en su propio beneficio. Afirman que algunas de las guerras que protagonizó e inmortalizó con el cincel en la piedra fueron meras escaramuzas o campañas de castigo, generalmente en la frontera meridional de Egipto contra un enemigo muy inferior en medios. Sobre su más sobresaliente victoria de la batalla de Qadesh, librada en el quinto año de su reinado y que fue la más esculpida en los templos, se cree que estuvo a punto de costarle una gran derrota sino también la vida: la ciudad de Qadesh, junto al Orontes no fue conquistada en una aplastante victoria, sino que tales desavenencias terminaron con lo que puede considerarse el primer tratado de paz de la historia del hombre.
Texto y Fotos: Julia García Rafols – Experta en Historia del caballo