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Tuva, conexión y amistad entre caballos (y II)

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Paciencia y trabajo

La amistad no se impone ni se compra. Escogemos nuestros amigos porque queremos estar con ellos. Es lo mismo para el caballo. Y nuestra colaboradora Lucy Rees concluye su estudio en esta segunda parte de su visita a Tuva

El potro está trabado de mano a pie durante meses y con las piernas lastimadas e hinchadas. Le guían al corral, le llevo agua y algo de hierba, haciendo, con ella, un camino hacia mí y me echo en el suelo a leer. Lo hice así durante tres sesiones en un día y una a la mañana siguiente. Pero “Toru” (me costó dos semanas descubrir que era como Sayan pronuncia Thoroughbred) come siempre lejos de mí y así no adelantamos.

A la hora de la siesta equina está tumbado al lado de las barras del corral. Gateando me acerco: un metro, descanso, un metro, descanso, hasta que, estirada, puedo tocar su casco. Toru me mira muy atento, miedoso pero sabiendo que no puedo atacarle desde el otro lado de las barras. Poco a poco mi mano llega a la traba bien apretada; me cuesta una barbaridad soltarla y enseguida la mirada de Toru cambia: «fue para eso, gracias amiga». Desatado, se pone de pie sin prisas, estira su pierna 100 veces, se revuelca y anda comprobando cómo funcionan sus piernas ahora. Cuando entro con la hierba, viene con cautela a examinarme.

La manera equina de perder el miedo de algo es investigarlo, con todos los sentidos, listo para saltar atrás si hace falta. Con las piernas trabadas, no podría escapar, por eso no vino. No me muevo, no intento tocarle, hasta que empieza a tocarme a mí. Entonces coloco mi mano donde tiene que tocarla para llegar a la hierba. Cuando lo hace con confianza, empiezo a acariciarle.

Sayan rearma la montura de su abuelo, perdida en la floresta durante 20 años.

 

El amansamiento hecho así, por la iniciativa del caballo y a su ritmo, no tiene nada que ver con tocarle cuando no quiere hasta que vea que “no pasa nada”. Aguantar no es escoger. Es verdad que la comida le motiva a acercarse, pero no es la que le anima a querer la compañía humana: es la oportunidad de examinarnos, olernos, sentirnos con los bigotes y los labios, hasta conocernos de manera equina, lo que anula su miedo y gana su amistad. Eso no se impone; hay que esperar a que el caballo lo ofrece.

La primera doma siempre va rápido cuando el caballo ha decidido por sí mismo confiar en nosotros, pero Toru asimiló cada paso con una facilidad que me asombró, sobre todo dado sus experiencias anteriores tan terribles. Se enamoró de mí con una ternura infantil, apoyando su cabeza en mi hombro a menudo y aceptando mi peso encima como si fuera su turno de recibir mi amor. La sabiduría que le había dado su vida libre y rica, aprendiendo cómo gestionar el miedo, se mostró el día que le puse una montura y fuimos de paseo en la floresta. Una rama tocó la montura, se asustó por el sonido y salió corriendo unos trancos. Le dejé sin frenarle, pero al pasar otro árbol, le mostré una rama y toqué la montura con ella hasta que no reaccionó. Normal. Pero al soltarle, ¡vaya! fue él por sí mismo a pasar por debajo de árbol tras árbol experimentando los ruidos diferentes hasta aburrirse, porque estaba acostumbrado a solucionar los problemas por sí mismo.

Sayan tenía ganas de ver a Toru correr su primera carrera en tres semanas, pero conseguí convencerle de que no tenía la fuerza o la forma, y que era mejor esperar un año. Pero estaba ansioso por verle galopar, y al tercer día, fuimos a un buen sitio y en una subida suave y larga, con un caballo galopando adelante, lo dejó encontrar su galope.

Cabezada tradicional.

 

¡Qué sensación! Flota sin esfuerzo aparente. El verdadero estilo PSI, cómodo, liso y enorme. Estirando el cuello y el tranco. Después de medio kilómetro, cambia de tercera a cuarta y llegamos al otro caballo que está galopando a tope. Bajamos con el otro sudando y respirando fuerte, pero Toru no suda, casi no respira, no ha gastado nada de su energía. ¿Cómo será cuando esté en forma y descubra su turbo?

De repente Sayan mira mi trabajo con otros ojos. El tiempo que invertí en el amansamiento, los paseos relajados que hemos dado como un par de adolescentes enamorados, mi insistencia en montar 10 minutos y caminar 10 para descansar su dorso. Hasta entonces todo le había parecido bonito. Era seguro para mí, que tengo el doble su edad y un cuarto de su fuerza, pero innecesario. Si queremos que los caballos galopen, les hacemos huir con terror desde el primer minuto de montarles.

Ahora dice perplejo:

“Es otra cosa. Galopa más despacio pero va más rápido. Y no se cansa”. «Tiene una sonrisa como el sol».

A ver cómo consigo entrenar un caballo de carreras a 10.000km de distancia con la ayuda del Google traductor.

 

Foto inicial: Toru quiso compartir el yurt de Lucy.

Texto y Fotos: Lucy Rees. Etóloga | lucyrees5@gmail.com

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