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Vive con Lucy Rees una experiencia única en Tuva, en el extremo sur de Siberia

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Tuvanos y Mongoles tienen un vínculo espiritual profundo con el caballo

El valle ancho, el rio claro y rápido doblándose en curvas. Al lado norte, la estepa ondula suavemente, subiendo a laderas del verde brillante del alerce y una serie de picos; arriba, se ven postes adornados por bufandas marcando los que son sagrados. Al lado sur, una zona de fango da lugar a pastos más secos limitados por la floresta densa que sube hacia los altos de Tandi Ulaa, una barrera imponente de precipicios rocosos. Allí no se va: hay osos

Tandi Ulaa

“Canta, esta tierra. El viento susurra, la floresta suspira, el rio se ríe, el espacio enorme toca cuerdas en el corazón”

Estoy en Tuva, en el extremo sur de Siberia; al otro lado de Tandi Ulaa es Mongolia. Es por aquí que se empezó la conexión entre gente y caballos que tanto nos fascina; estoy en el origen. Y caballos hay, manadas de ellos a la deriva en esta grandeza; vacas, ovejas y cabras también, pues los Tuvanos comen carne y poco más.

Somos huéspedes de una familia de pastores. No son nómadas, más bien trashumantes, moviéndose de un campamento o Aal a otro con su ganado según la estación del año. En nuestro valle hay una serie de estos Aals, separados por unos kilómetros. Cada uno tiene una vivienda sencilla, algunas chabolas y los corrales en que se encierran los animales por la noche contra los lobos y los ladrones. Aparte de esto, el ganado anda donde quiere: no hay cercados.

El corral responde a una pregunta que tenía pendiente. Por lo que he visto en video y fotos de la equitación del centro de Asia, es bruta. Pues, sin cercados, ¿cómo se agarran los caballos? Las prácticas varían según el pueblo. Aquí hay que encerrar a toda la manada y echar un lazo sobre el deseado, que durante los próximos días pastará atado por pocos metros de cuerda. Ya que alrededor del Aal no queda hierba, pierde peso hasta que no se le puede usar más, cuando se le suelta con los demás y se usa otro.

Chayan, nuestro anfitrión, tiene alrededor de 100 caballos; al nacimiento se regala al bebé un caballo, una vaca, una oveja y una cabra, pues se multiplican. Los caballos se dividen en tres manadas grandes, cada una compuesta de un semental, 15 o 20 yeguas, potritos, jóvenes y capados. La mayoría no son puro tuvano, una raza rústica y duradera que aguanta la nieve profunda del invierno sin heno (esto se reserva para el otro ganado de morro desnudo) sino excava para su comida en temperaturas de 40 bajo cero. Pero es pequeño y para aumentar el tamaño se los ha cruzado con Don y Orlov. Muchos son de capas apaloosa: leoparda, “blanket”, nevada o pinta, pero de donde vienen estas capas nadie me lo podía decir.

Aproximadamente la mitad de una manada. Por detrás: el río, el fango, el secano, la floresta y Tandi Ulaa

La gran mayoría de los potros están castrados con un año; un año después, van para la carne o la monta, ya que el caballo es imprescindible para el pastoreo. Se los desbrava a lo bestia: una lucha bruta para echar un lazo al potro, atarle a un palenque, dejarle un día o dos hasta que no tire más, taparle los ojos, forzar una brida y una montura encime y luego montarle – a toda pastilla en la estepa por detrás de otro, pegándole para que no pueda parar y corcovear.

Se dice que los Tuvanos y Mongoles tienen un vínculo espiritual profundo con el caballo, que lo adoran y respetan, y por cierto sus cantos y escritos profesan este respeto y amor.  Un maestro de caballos, hablando a una antropóloga del respeto mutuo imprescindible a la relación humano-caballo, le dijo que el caballo solo respeta al hombre después de estar montado “durante horas con el sudor saltando de su frente”: lo que me hizo pensar que los antropólogos no deben de creer lo que se dice sobre el amor para el caballo, sino aprender a mirar al caballo. Pero en todo lado de este mundillo del caballo, se ve que los que se llaman aficionados mantienen y tratan sus caballos de manera, que no son compatibles con respeto o amor para el animal mismo. En Tuva, por lo menos los caballos viven como deben, libres y a su gusto, en sociedades y entornos que les satisfacen, así tienen las condiciones idóneas para restaurarse después de un periodo duro.

El palenque tiene tres grietas, la más alta es la que se usa en el desbrave

Los caballos que llegan a una cierta resignación por repetir este proceso de agotamiento, los montan los niños, que hacen el pastoreo. Es sorprendente ver como montan a una edad muy tierna, a pelo porque se considera que es más seguro que con montura. Las acciones de los estribos de estas monturas no se sueltan: si se cae estribado, sería fatal. Entonces los niños no están permitidos las monturas hasta que sea cierto que no caerán. Como resultado, son atléticos y juguetones encima de sus caballos igual que pie a tierra, pero no quiere decir que montan bien.

Los caballos de monta tienen las crines rapadas para evitar las garrapatas, pues los niños agarran las riendas para estabilizarse, no hay otra cosa. Entonces los caballos van con la cabeza alta, invertidos. Los músculos dorsales desaparecen y andan con trancos cortos e impactantes. Para aguantar estos aires chocantes los niños se echan atrás en el culo, manos altas, apoyándose sobre las riendas. Pues hay que dar patadas sin parar porque si no, el caballo no avanza. Es un círculo vicioso.

Hay dos cosas que apalian algo el abuso de la boca. Primero, el filete está atado a la muserola. Aunque esta está alta, animando al caballo a levantar la cabeza, limite cuanta presión se puede poner al filete. El segundo es que no se usa la rienda directa, se monta con las riendas en una mano, usando la rienda alta en el cuello y el cuerpo para girar. No da mucha exactitud a las maniobras, pero hay mucho espacio.

Los niños van a recoger una manada

En principio, desde los 10 años o más los niños se responsabilizan por controlar adonde vagan las manadas – tienen 3 meses de vacaciones en el verano – pero en la práctica están más aptos de pasar el día en el río o colapsar dormidos como cachorros: una vida llena de cachondeo y libertad, un paraíso juvenil. A las 6 o tal de la tarde, salen a galope a ver dónde han llegado los animales. Las vacas vuelven solas, a menudo las cabras y ovejas también, pero los caballos nunca. Hay que traerlos hacia el Aal, pero ya que no hay hierba alrededor, se van de nuevo, aunque pocas veces se pierden por completo. Repiten la recogida hasta las 11, la última luz, soltándoles a las 4.30 de madrugada.

La monta mejora con montura. Parecida a la de la tropa británica, tiene dos tablas sujetando dos arcos de hierro adelante y atrás, con el asiento colgado entre ellos. No toca el dorso del caballo, que está bien acolchonado con mantas; sería ideal si se lavasen las mantas, pero como no se hace a menudo, la sal acumulada abre heridas como hacen las cinchas. No obstante, la montura pone el jinete en muy buena posición y en principio un jinete que piensa un poco llega a montar de manera más cómoda para él y su caballo, pero ya que a menudo está montando los caballos demasiado difíciles para los niños, su vida no mejora mucho.

Armazón de la montura, mostrando donde se cuelga la acción del estribo. La montura. Nota la capa apaloosa.

Monté un Tuvano con fama de ser terco. Ya que tenía hambre, en el momento que aflojé las riendas empezó a comer, pero al bloquearle con firmeza e inventar un sonido “prrrrp” para significar “ok, párate y puedes comer”, nos entendimos muy rápido. Después, le enseñé a desplazarse al lado cuando usé mis piernas y luego a girar con las piernas. Todo esto a paso ya que el trote fue tan incómodo y tenía que pegarle con una cuerda para conseguirlo. Pero durante la segunda monta, descubro que con la rienda suelta podía estirar su cuello, alargar su tranco y andar cómodo; desde este punto trotó con un mero toque de la pierna y con ganas. En la tercera monta, aprendió como bajar una cuesta a paso: sus maneras normales fueron la de lanzarse incontrolablemente abajo con la cabeza arriba o la de hacer zigzags interminables. Estaba tan feliz al encontrar que podía mantener su equilibrio que iba buscando bajadas en vez de evitarlas, jugando con el filete por el placer. Y vaya cómo nos desfrutamos de las galopadas en esta tierra tan amplia, sin piedras ni agujeros de conejos.

La cabezada. El filete está atado a la muserola, así limitando el daño a la boca

Así en el espacio de tres montas tenía un caballo completamente distinto, ligero en la mano, capaz de girar sobre los traseros o salir al galope desde el paso, con la sensación que él también estaba desfrutándose. Este trabajo me ha costado meses con otros caballos, ya que cuando conocen solo una manera de llevarse por debajo de nosotros, forman hábitos difíciles a cambiar. Jugando con otros caballos allí, encontré la misma rapidez de cambio. Atados a su palenque, los caballos estaban rígidos con terror al ver una persona acercarse, pero una vez que había conseguido hacerlo a su ritmo, me reconocían y se comportaron con calma conmigo. Puse uno muy nervioso en un corral e hizo mi trabajo suelto, con los mismos resultados súper-rápido; me lazaron un potro sin tocar y pelearon con él hasta ahogarle y aterrorizarle, pero mi primer contacto con él fue para matar las moscas festejándose en una pequeña herida, y al sentir esta ayuda decidió de confiarse por completo e hizo todo el trabajo, incluso riendas largas afuera del corral, con una rapidez extraordinaria.

En estos espacios enormes, tuve la oportunidad de observar cómo toda la manada se sincronizaba en la misma dirección mientras pastaban y cómo los amigos cercanos se sincronizaban con más exactitud

Todo esto me hizo reflexionar. ¿Son caballos súper-inteligentes? O ¿es que sus condiciones de vida tan naturales, liberan la mente del estrés y desánimo que tantos de nuestros caballos sufren sin que nos demos cuenta, dejando su inteligencia a funcionar como debe de ser? Siempre he encontrado que los caballos “salvajes” son más listos a domar que los criados en espacios y compañía limitados, pero estos fueron los más listos que he conocido. Entonces creo que quizás otro factor influyente, es que viven en manadas muy grandes, con semental, yeguas, jóvenes de ambos sexos y también capados; tienen que establecer relaciones diferentes con cada uno, incluso reconociendo que una yegua cambia al dar luz y un semental es diferente cuando una yegua está con celo. Es decir, son expertos a gestionar sus reacciones sociales según cada individuo y yo tenía la suerte de aprovechar de su flexibilidad social.

Imagen de inicio: Dylan, a la izquierda (con mi Tuvano), consigue mejor asiento con una montura que Sayan, que se echa atrás equilibrándose por las riendas. Es la forma típica de montar.

Texto y Fotos: Lucy Rees. Etóloga | lucyrees5@gmail.com

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