Hay que olvidarse del caballo y centrarse en el hombre
Los jueces deben calificar en esta nota toda la actuación del jinete. Hay que olvidarse del caballo y centrarse en el hombre: el asiento, la posición o el peso del cuerpo, el equilibrio, la colocación en la silla vaquera…Juan Llamas, sobre un soporte técnico y por los conocimientos adquiridos en su larga experiencia, nos cuenta cómo entender este ejercicio y valorar tantas cosas para una sola nota.
ASIENTO Y COLOCACIÓN DEL JINETE Y CORRECCIÓN EN LAS AYUDAS
Mucho que valorar en una nota
Los jueces deben calificar en esta nota toda la actuación del jinete. Hay que olvidarse del caballo y centrarse en el hombre: su colocación, su asiento y la calidad, precisión y oportunidad de las ayudas que ha empleado. No es fácil resumir con un número, del cero al diez, el conjunto de las impresiones recibidas.
Hablan los antiguos
Nuestra cultura atesora escritos de autores de hace siglos que siguen siendo de absoluta vigencia.
En 1769 Alfonso Ossorio, Conde de Grajal, definía así la postura del jinete:
“Derecho, mirando entre las dos orejas del Cavallo, los codos iguales y un poco abiertos, los muslos tendidos, las rodillas cerradas y las piernas caídas naturales sin ninguna violencia. El pie ni se forzará afuera ni se volverá adentro”.
Derecho, mirando entre las orejas… Así debe ir un hombre a caballo.
A los de antes –los hombres de antes– que fumaban habanos y usaban tirantes, les era imposible bajar la cabeza si llevaban un puro en la boca. Ahora vemos a muchos jinetes cabizbajos, como absortos en profundas cavilaciones o soportando en sus hombros el peso de una pena negra. Dan ganas de darles el pésame.
Grajal no era el único. En 1757 Francisco Pasqual, más prolijo, hacía también observaciones que parecen de hoy:
“Para conseguir la perfecta postura a Cavallo debe caer el cuerpo enmedio de la silla, derecho, sin cargarse atrás ni adelante, con lo que las piernas caerán naturales al plomo, pera que desde aquí estén prontas para ayudar al Cavallo. Los brazos deben caer al plomo del cuerpo hasta los codos, los que deben estar un poco abiertos, con otros tres preceptos precisos: desde la cintura arriba, docilidad en el cuerpo; desde la cintura a las rodillas, firma y cerrado, que parezca que están los muslos clavados; y desde las rodillas abaxo, facilidad en las piernas para usar de ellas sin descomponerse nada; y los pies, como si estuviera en pie en el suelo, sin forzar el tobillo ni la punta del pie adentro ni afuera, ni arriba ni abaxo”.
En cuanto al largo del estribo, Pasqual precisaba:
“La media del estribo es tan fija y tan exacta como ha de ser la del calzado para el pie y la del sombrero para la cabeza. Después de estar a Cavallo, tocándole el hondón o solera del estribo enmedio del empeyne, se tiene la medida justa”.
De La iglesia explicaba las razones del largo del estribo:
“Los que montan corto pican en las cinchas, lo que es inútil; los que amontonan largo hieren en los ijares, que es una parte muy delicada y cosquillosa; y el hombre de a Cavallo aplica la espuela cuatro dedos más atrás de las cinchas, donde está la barriga del animal, que es su verdadero sitio”.
Para la mano del jinete, aconsejaba:
“La mano debe situarse en la línea del medio del cuerpo del hombre, sin inclinarse más a una parte que a otra. El puño ha de tenerse natural, sin volverse adentro ni afuera, y en la misma dirección que el antebrazo.
Los nudos de las dos primeras articulaciones de los dedos han de mirar al cuello del bruto, las uñas hacia el vientre del jinete, y el dedo meñique debe quedar más cerca del cuerpo que los demás.
Las riendas se separan con el dedo meñique, y juntándose luego en la mano, se extiende el pulgar firme sobre su mano para que caiga el cabo al lado derecho del cuello del caballo. La altura de la mano debe ser como unos cuatro dedos sobre la perilla y a igual distancia del cuerpo. La mano izquierda es la sola destinada a dirigir el caballo, de donde le viene el nombre de mano de la brida, y la mano derecha debe quedar enteramente libre para manejar el sable, la pistola y cuanto pueda ocurrir al hombre de guerra”.
Al hombre de guerra y al hombre del campo, porque es la mano que a lleva la garrocha, la porra o la chivata.
La garrocha
A partir del Reglamento del 78, y durante casi diez años, se permitió utilizar la garrocha en los concursos, a voluntad del jinete. Llenaba la pista de aromas del campo, y además era una dificultad añadida porque la mano derecha no podía ajustar las riendas en ningún momento. Eran muy pocos los jinetes que se atrevían a salir a la pista con garrocha. Yo recuerdo con nostalgia a Ignacio de la Puerta con “Guitarrero” en un concurso de Jerez, y a Miguel Higueros en otro de Trujillo.
La mano derecha
A partir de la prohibición de la garrocha, la mano derecha quedó con la única función de ajustar las riendas, cosa que algunos jinetes hacen con exceso. Salvo esos momentos, la colocan según la tradición. En el paso se apoya con naturalidad en el muslo derecho. Más de uno coloca el pulgar en la parte externa del muslo, mirando hacia atrás, con lo que el codo se adelanta y el brazo se separa demasiado del cuerpo.
En el galope el brazo se dobla y la mano se cierra y se acerca al pecho, lo que facilita sin duda el equilibrio del jinete. Ha y que hacerlo con naturalidad, sin rigidez, lo que no ocurre siempre. Ha y quien se la pega al pecho como en un acto de contrición y hasta quien la aprieta con tal fuerza que el puño parece custodiar un objeto de gran valor.
Tengo que añadir que el Reglamento no hace ninguna referencia a la manera de colocar esta mano y este brazo, por lo que cualquier jinete puede hacer con ellos su santa voluntad.
El asiento
Me gusta la definición de la Federación Francesa de Deportes Ecuestres: “Sentado adelante en la silla, los riñones metidos, con las espaldas ligeramente detrás de la vertical”.
Se llega a un buen asiento después de mucho tiempo. Y es tan importante que en la Escuela Española de Equitación de Viena tienen a sus nuevos jinetes montando a la cuerda sin estribos durante seis meses. Pero hay personas que gozan de buen asiento desde el primer día. Es una consecuencia de su conformación física, algo natural que “llevan dentro”, como el que tiene puntería o goza de una buena voz. Ese “caer bien a caballo” coincide con tener un buen asiento. En posición estática, a caballo parado, el jinete está en equilibrio con su caballo, lo que significa que está en el centro de todas las posturas que puede adoptar para acompañar al equilibrio del caballo cuando éste se mueva, por lo que cualquier cambio de su posición le será más fácil. Pero mover el cuerpo en coordinación con el caballo es harina de otro costal.
La posición o el peso del cuerpo
El asiento es siempre fijo. El jinete debe estar soldado a su caballo, bien encajado. Como decían los antiguos, “sobre sus testículos”. Sin moverse de su sitio, sin modificar su asiento, el jinete puede mover la parte superior de su cuerpo para modificar o acompañar el equilibrio del caballo. Estoy hablando de su posición sobre el mismo, a que –con las ayudas de riendas y piernas– le hace montar y no “ir subío”.
Si el busto del jinete está derecho, los dos tercios de su peso están sobre el tercio anterior del caballo, en un equilibrio normal. Si se inclina hacia atrás, ese tercio anterior soporta sólo la mitad del peso del jinete. Con sus riñones tensionados “empuja” al caballo aumentando su impulsión. Cuando echa el busto atrás netamente el caballo aligera su tercio anterior, remetiendo sus posteriores. Esta actitud favorece el passage y el piaffé, y si es muy mar cada, los parones. P ara los movimientos laterales, el peso del cuerpo favorece el desplazamiento del caballo hacia el lado donde se ejerza la presión.
Del mismo modo que no es fácil aplicar las ayudas de piernas en el momento exacto, también es difícil disponer del peso del cuerpo en su justa medida. Los cambios de posición mal calculados se con vierten en obstáculos que hacen fracasar los objetivos del jinete en vez de favorecerlos. Sobreponer los centros de gravedad de caballo y jinete es muy difícil, es… arte ecuestre.
El equilibrio
En equitación tener equilibrio es mucho más que no caerse. Las distintas posiciones del jinete tienen como fin descargar de peso la región del caballo que va a realizar el mayor esfuerzo y conseguir que su equilibrio coincida o ayude al animal. Permiten reducir la intensidad de las ayudas de mano y piernas y en algún caso, hasta que sobren. Aún muchos recordamos a Gregorio Moreno Pidal rejoneando toros en puntas sin cabezada ni riendas.
Un mal asiento puede compensarse con los movimientos del busto del jinete, pero es preciso también tacto ecuestre para que las ayudas actúen en el momento exacto y con la intensidad justa. Eran cualidades de Paco Goyoaga, que estuvo muchos años en la cima mundial de la equitación de Salto a pesar de sus riñones fuera y de las puntas de sus pies apuntando al suelo.
La colocación en la silla vaquera
La silla de Doma Clásica, con su caballería cuesta abajo, “empuja” al jinete hacia delante mejor ando su asiento, a la vez que la delgadez de sus bastes permite una mejor comunicación entre sus piernas y los flancos del caballo.
La Doma Vaquera, donde se realizan ejercicios tan difíciles o más que en Doma Clásica, tiene una silla tradicional que suele pesar entre diez y veinte kilos casi hasta tres veces más que una de Clásica. Realmente no está diseñada para lo que se pide hoy día en una pista. Su construcción se conserva igual que tiempos atrás, hecha para bregar en el campo con el ganado bravo de sol a sol, donde se trabaja casi siempre al paso. Su gran superficie reparte el peso del jinete y evita rozaduras, y sobre su zalea descansan con comodidad las posaderas. Esta silla separa demasiado al jinete del caballo, le impide sentirlo y limita las ayudas de piernas. Para colmo la caballería de la silla es horizontal y no facilita la posición adelantada del jinete, pudiendo hacer creer en más de una ocasión que su asiento es malo.
Hoy día ya hay algunos guarnicioneros que, como hacía Barrunta en Almodóvar del Río, han aligerado de peso la silla vaquera, además de adelgazar los bastes para mejorar el contacto.
Las ayudas incorrectas
Hay manos inquietas que no paran de moverse y que más que ayudar perjudican, consiguiendo trancos irregulares. Hay manos demasiado fijas que necesitan deslizar las riendas cada vez que el caballo estira el cuello, dando trabajo a la mano derecha que no para de acortarlas. Y hay manos que incurvan al caballo tan exageradamente que frenan su impulsión.
El defecto más frecuente es la mano dura, con tracciones que no deberían existir, pues a estas alturas de la doma debe bastar con el contacto o cuando más con la tensión de riendas.
La mano dura del jinete suele coincidir con un bocado excesivo, con un respetable “ventano” acompañado de una cadenilla o de un perrillo muy apretados, del que el caballo se alivia poniéndose detrás de la mano.
En cuanto a las piernas, llevar el caballo siempre “abrigado” solo consigue que los flancos pierdan sensibilidad y que el caballo no salga adelante al menor contacto, como sería deseable. También hay piernas que baten sin parar, casi siempre con golpes mal sincronizados, que son una fuente de perturbación. Hay otra causa de descoordinación en las ayudas de piernas cuando algún jinete ¡toda vía! da culadas en el galope como un principiante, sin acertar en el momento de su aplicación porque con esa manera de galopar es imposible sentir al caballo.
En cambio, ¡qué bonito es ver a un jinete emplearse con corrección y con naturalidad, con ayudas que apenas se adivinan y dejando la impresión de que todo cuanto hace es fácil! En esos momentos, la Doma Vaquera se eleva sobre la vulgaridad, se llena de luz y de gloria, acelera nuestro pulso y nos en vuelve en sensaciones que se clavarán en nuestra memoria.
El corazón
Escribo sobre el asiento, sobre la colocación, sobre las ayudas…Pero un jinete es algo más que tacto ecuestre, algo más que arte. Es también alma y corazón, es sentir a su caballo como un camarada de sueños y caminos.
Fue en el Campeonato de España de 2001, en Málaga. Alfonso Martín había ganado la prueba clasificatoria. En la prueba final, como está reglamentado, salió el último. Tocaba con la punta de sus dedos su tercer Campeonato de España y entrar en la corta lista de los grandes. Joaquín Olivera lo había ganado siete veces, Luis Ramos Paúl cuatro y Francisco Díaz Rodríguez y Rafael Román tres. Pero la suerte es traicionera, capaz de cambiar en un segundo todos los pronósticos, y le hizo a Alfonso Martín una mala jugada. En plena actuación su yegua fue eliminada por cojera. Alfonso echó pie a tierra, y él y “Retama” tomaron el camino de la salida entre los aplausos ensordecedores de un público que entendía la trascendencia del momento. Ella parecía pedirle perdón y él, mientras caminaba a su lado, la acariciaba como diciéndole: “No te preocupes, “Retama”, bonita. Yo te pondré buena y volveremos a ganar”.