Cada vez más aficionados se dan cuenta de que la cuadra no es el mejor sitio para su caballo
El confinamiento y las restricciones nos han impactado duro y todos estamos bien hartos, a pesar de saber que es necesario. La libertad de movimiento es una necesidad que surge del cuerpo; con nuestra tendencia humana de racionalizar la reclamamos como un derecho, porque lo sentimos como una necesidad sin la cual la vida no es válida. El confinamiento también nos reprimió de una vida social, lo que impactó con una fuerza particular a los españoles, quienes tanto disfrutan de charlar, bromear, tocar y jugar con sus amigos, como los caballos. No te pierdas este nuevo post de Lucy Rees.
No hay mal que por bien no venga
Una de las pocas ventajas que podemos sacar de este año pasado, es la oportunidad de pausar y reflexionar sobre lo que es verdaderamente importante para nuestra calidad de vida y la de aquellos que nos rodean. El confinamiento y las restricciones nos han impactado duro y todos estamos bien hartos, a pesar de saber que son necesarios.
El desasosiego físico afecta a la mente: el consumo de ansiolíticos y antidepresivos está por las nubes, mientras otros lo traducen como rebeldía abierta o teorías para la conspiración. La libertad de movimiento es una necesidad que surge del cuerpo; con nuestra tendencia humana de racionalizar la reclamamos como un derecho, porque lo sentimos como una necesidad sin la cual la vida no es válida. En el momento en que se pudo, la gente se lanzó a nuestras sierras, andando como locos, con ojos desorbitados, la piel pálida y los cuerpos blandos de tanta falta de movimiento, impulsados por la energía por fin desencarcelada. En la etología se conoce como la conducta de rebote, la sobreindulgencia en una conducta necesaria hasta entonces frustrada. “Ahora entiendo mejor a los caballos en la cuadra” me dijo una amiga madrileña durante el confinamiento, “ya que me encuentro haciendo el baile del oso mientras trago aire.”
¿Cómo es para ellos el confinamiento? Esta empatía, ¿es fruto de su imaginación humana o es real? Muchos caballos pasan sus vidas encerrados como si fuera la manera idónea de mantenerles. Sus expresiones de ansiedad o depresión ignoradas, sus explosiones mal interpretadas. Hemos visto que tienen las mismas emociones básicas que nosotros: el deseo de salir y aprender de las experiencias nuevas, investigar escenas diferentes, jugar y conversar con sus seres queridos. Por desgracia, no tienen nuestro lóbulo prefrontal, lo que nos permite la posibilidad de racionalizar, calmarnos para meditar, o buscar novedades en internet. Para ellos, hay solo la frustración de no moverse, sin tener siquiera el movimiento mental.
En la naturaleza, los caballos están en movimiento casi continuo. Descansan una hora de vez en cuando para hacer la digestión y luego se mueven de nuevo, día y noche. Todo su buen funcionamiento fisiológico depende del movimiento: la actividad de los intestinos, la que disminuye de manera drástica cuando están encerrados (véase Williams et al.); la circulación y la salud del casco, que están interrelacionadas; la comodidad dada por músculos estirados y sueltos bañados en el flujo de esta sangre y el equilibrio hormonal y neuroquímico que el estrés perjudica.
No es coherente esperar que un caballo dé lo mejor de sí mismo cuando sus necesidades básicas no están satisfechas. Y por fin hemos experimentado cómo se siente, aunque nosotros, habitantes de cuevas desde que el hielo nos descendió, seamos capaces o incluso escogimos el pasar temporadas prolongadas sin movernos mucho.
Marte Kiley-Worthington, etóloga equina y experta en el bienestar de los animales en las zoológicas, habla del “antropomorfismo condicional” en nuestras relaciones con el caballo, que quiere decir que sus emociones básicas y la manera en que funcionan son las mismas que las nuestras. El miedo es el miedo, sea humano o equino; la curiosidad, la ansiedad de separación y la rabia tienen las mismas bases neurológicas y hormonales en los dos, aunque lo que los excita pueda no ser lo mismo. Parece que los caballos tampoco pasan horas reviviendo estas emociones o analizando las razones por tenerles. Otra diferencia (y aquí la parte “condicional”) es que los caballos no confeccionan las emociones secundarias como nosotros: el deber, la vergüenza, la culpabilidad, la ambición y varias otras, las que son mayormente culturales. Pero las emociones básicas son iguales. Entonces el sentimiento de mi amiga madrileña, de compartir con los caballos estabulados las incomodidades fisiológicas y mentales inducidas por la restricción de movimiento, no es nada fantástico.
Por lo menos nuestro confinamiento no afectó a nuestra manera de comer, aunque por cierto hay algunos que cambiaron algo su dieta, encontrando que les faltaba el apetito para las comidas más pesadas. Para otros, la ansiedad les impulsó a buscar comida más a menudo, con efecto drástico sobre su peso. Para los caballos, esta manera de pastar y picar de manera casi continua es la normal y la obligación de seguir nuestra pauta de 3 comidas al día es lo que les daña: la incidencia de úlceras en los caballos de doma estabulados es del 80%. Por encima del dolor que las úlceras presuponen, la gran mayoría de los caballos de cuadra, aunque estén bien nutridos, están obligados a cambiar no solo la distribución de su ingestión sino también las pequeñas pautas de conducta que la ingestión involucra.
Así fue para una amiga que se rompió la mandíbula y algunos dientes y pasó seis semanas chupando pequeños sorbos de líquidos por una paja. Su frustración por no sentarse ante un plato, cortar su comida, saborearla por las partes distintas de la lengua mientras la masticaba, terminando por sentir el estómago repleto, la llevó a analizar estos placeres en detalle, maravillándonos a los que estábamos a su alrededor, por no ser conscientes y no haber experimentado nunca estas restricciones. Para el caballo, vagar escogiendo cuáles hierbas y en cuál orden, agarrarlas con los dientes, romperlas por un pequeño tirón de la nuca, moverlas con la lengua y masticar durante 16 horas el día, los lleva a tantas manías que nos irritan: jugar con el labio superior, morder las cuerdas o las riendas, agarrar nuestra ropa con las dientes, sacudir la cabeza o rechazar flexionar la nuca tiesa o, peor, hacer baile del oso durante horas, como si fuera que cada una de estas acciones conlleva la necesidad de hacerlo y si no se la satisface por comer, se encuentra otra manera de descargarla.
El confinamiento también nos reprimió de una vida social, lo que impactó con una fuerza particular en los españoles, quienes tanto disfrutan de charlar, bromear, tocar y jugar con sus amigos, como los caballos. Al final, a los dos la depresión nos invade, aunque nosotros por lo menos tenemos el teléfono para sobrellevar nuestra soledad. No sé si me equivoco, pero me parece que estas conversaciones telefónicas o llevadas a dos metros tras una mascarilla, son tan insatisfactorias que casi nos quitan las ganas de tenerlas. La tienda del pueblo parece más un funeral que un gallinero en estos días. Hay más tristeza e irritación que alegría. Perdimos la sensibilidad hacia los otros en esta penumbra social y esta también marca al caballo, que no tiene una vida social adecuada. Esta falta de buenos modelos sociales le condena a más aislamiento.
Creo que cada vez más aficionados del caballo se dan cuenta que la cuadra no es el sitio para un caballo, pero todavía muchos tienen la impresión que estabular al caballo y rodearle por restricciones marca un actitud profesional y elitista. Al contrario, son los mejores profesionales y competidores los más conscientes del bienestar de sus caballos en todos los aspecto de su vida: no solo en el cuidado físico sino también mental y emocional. Por eso son los mejores. Cada vez se ven más caballos de alto nivel pastando en sus paddocks durante el día, o calentándose libres antes de su trabajo, o haciendo más ejercicio en el campo, donde pueden quitarse de la frustración continua de vivir de manera inadecuada por su fisiología y psicología.
En la última década el concepto científico del bienestar ha cambiado de manera radical para incluir la salud mental y el estado de ánimo. Hay cada vez más estudios sobre el bienestar psicológico de los animales en nuestro cuido, mostrando que para ellos, como para nosotros, las condiciones en que vivimos afectan de manera profunda el estado anímico que gobierna todos nuestras reacciones y conductas, motivando así nuestras ganas de vivir. La diferencia es que, por norma, tenemos la posibilidad de cambiar estas condiciones mientras que ellos no. Para nosotros la incapacidad de cambiarlas suele tener como resultado la depresión; para ellos, lo mismo.
Pero en este artículo no quiero centrarme en las pruebas irrefutables de estas investigaciones sino en nuestra habilidad humana de empatizar, de sentir lo que el otro siente e imaginar cuáles son los cambios que puedan relevar la opresión del confinamiento. Ya sabemos algunos: algo de libertad, por lo menos en un corral; construir los “tracks”; usar los slow feeders; dejar a los caballos más en contacto con otros; usar más de su motivación natural y menos obligación en su trabajo; en fin, ponernos en sus pieles con la sabiduría de que sus cuerpos no son nuestros, para que la falta del mantenimiento adecuado les produzca la misma sensación de malestar.
Es tiempo de reflexionar, sentir, reordenar nuestras prioridades, planificar cambios y disfrutar de los resultados, como disfrutaremos nosotros mismos cuando por fin salgamos de estas restricciones.
Texto y fotos: Lucy Rees, Especialista en Etología.