En la vida natural, un caballo escoge a sus compañeros de manada y sincroniza sus movimientos y actitudes con los suyos. Así la banda se une y se mantiene unida durante la huida de los depredadores, una conducta de supervivencia durante su evolución
La sincronía de movimiento es tan fundamental que lo hacen también con nosotros cuando escogen nuestra compañía por la confianza, facilitando todo nuestro manejo e incluso la monta
Las señales
En la doma, solemos enseñar al caballo a responder de manera determinada a nuestras señales determinadas, reforzando su respuesta de manera positiva (premio) o negativa (quitar la presión que aplicamos como señal). El caballo es muy exacto en su reconocimiento de las señales: no piensa en la meta de la faena como nosotros, y sobre todo cuando la meta es incomprensible para él. Si está bien enseñado, reconoce una señal y sabe que le saldrá bien responder con una acción determinada. Pero todos tenemos mano distinta, nuestras señales no son iguales incluso cuando pensamos que sí. A veces, a un caballo le cuesta reconocer que nuestra señal significa lo mismo que la que ha aprendido, pues tenemos que tener respeto y sensibilidad en su aprendizaje para ajustar nuestra señal hasta que es la que reconoce. En mi experiencia, las mulas son, incluso, más exigentes, se enfadan cuando nuestra señal no corresponde en cada detalle con la que conocen.
Investigamos juntos
El caballo
El caballo que me dieron fue un semental Árabe, egipcio, del Ejército, de 4 años, una mariposa bellísima de filigrana de acero, con ojos enormes e inocentes. Le había visto el día anterior en la pista de exhibición, cuando la situación imponente –las luces, la muchedumbre, las pantallas enormes con caballos galopando en el aire, los altavoces,… un verdadero tsunami de alarmantes impresiones– le llenó con energía desbordada por nervio. El Árabe es un corcel de mucho andar: intentar que gaste su energía corriendo hasta calmarse sería inútil mientras frenarle sería imponerme de manera desagradable. Quería mostrarle que era su apoyo en esta locura, no una fuente de más presión.
Entonces, me introduje en su cuadra (cosa que raramente hago porque ¡me han acusado de drogarles!). Vino a olerme la cara con delicadeza, me examinó profundamente con sus hollares hasta que quedó satisfecho. Le acaricié mucho y le pedí levantar una mano, buscando su confianza a la vez que le demostraba que no abusaría de ella. No quiso, es decir, se resistía bastante: lo que me extrañó, dado que no tenía ningún miedo y estaba herrado de manos. Al pedir la otra, me di cuenta de que no reconoció mi manera de pedírselo, la de pasar mi mano por la parte trasera de la pierna hasta el menudillo y empujar suavemente hacia delante. Le habían enseñado a través de otra señal, la de palpar el tendón entre pulgar y dedo, y usando esta técnica obtuve éxito de inmediato. Pues sabía que su manejo había sido muy claro, sistemático y positivo.
Ahora que se siente conmigo, me sigue en sincronía y sin obligación
La exhibición
Cuando me lo trajeron a la pista, que era enorme, le sobraba ansiedad, pero vino a olerme de nuevo. Mi primera meta, en cualquier interacción con el caballo, es que esté conmigo por su propia voluntad: por eso, si puedo, empiezo con el caballo suelto. Por las circunstancias fue imposible, tenía que tenerle del ramal. Entonces, aunque llevé la cuerda en mi mano, me esforcé por encontrar su cooperación voluntaria, nunca obligándole con presión. Su acercamiento me pareció una primera aproximación.
Pero el nervio le ganó, no pudo quedarse quieto y tenía que moverse, pues dimos una vuelta por la pista de lado a lado. Sincronicé mis trancos con los suyos (lo que me costó, porque tenía mucha energía), porque he visto que la sincronía de movimiento es tan fundamental para el caballo que funciona en dos direcciones: es decir, si un caballo ignora mis invitaciones a unirse con mi manada (como este), por copiar sus movimientos me meto en la suya. Más o menos tarde se da cuenta, empieza a sentir que estamos juntos en armonía y se sincroniza conmigo.
Para ayudarle a acordarse de mí, puse mi mano en su cuello, la cruz o el dorso, con el ramal suelto mientras anduvimos. Después de un par de vueltas por la pista, sentí una cierta armonía entre nosotros y me paré. Pero en vez de parar conmigo, me adelantó varios metros y empezó a trotar. No quise tirar del ramal, pues, de repente, estaba dándole cuerda, cosa que quería evitar. No me acuerdo de cómo solucioné esta situación la primera vez. Pero, como ocurría cada vez que le pedía una parada, me di cuenta de que de nuevo fue una cuestión de señales: le habían dado cuerda a menudo y cuando me vio encarándole con varios metros de cuerda entre los dos, pensó que era la señal para trotar en círculos. No quise corregirle para no confundirle, ya que su respuesta fue la correcta según su aprendizaje, así que era yo quien tenía que cambiar mi señal. Entonces, en vez de girar encarándole siempre, permanecí quieta como una estatua mirando en la misma dirección, pasando la cuerda por encima de mi cabeza cuando él pasaba por detrás de mí, a la vez, iba recogiendo la cuerda cuando esta se aflojaba. Al encontrarse muy cerca de mí, se paró y pude acariciarle. Al practicar esta maniobra varias veces, empezó a reconocer esta señal y se paraba al verme parar, aunque nunca durante mucho rato.
Confiado, me deja introducir estímulos nuevos sin asustarse
Pronto la situación me daba un regalo: al pasar por un anuncio, una lámina de plástico colgada de la valla, se quedó mirando y quiso investigar. Pues lo investigamos juntos: imité sus acciones con tanta exactitud que los espectadores en la galería se rieron. Levantó la cabeza para verlos; también yo, actuando igual que él; y sentí, de repente, la corriente de empatía que evidenciaba que estábamos de verdad juntos, unidos. Investigamos el siguiente plástico; miramos a los espectadores; y cuando empecé a caminar adelante, me siguió, aunque todavía orientado hacia los espectadores, pues tenía que desplazarse lateralmente cruzando las manos y los pies. Pareció que estaba mirando hacia delante y no a mí, pero el caballo tiene sus ojos a los lados de su cabeza y ve perfectamente de frente y al lado a la vez. Pensar que el caballo atiende solamente a lo que hay delante es un error común.
Encontrar este vínculo de movernos juntos le calmó y se paró mejor, aunque durante un máximo de tres segundos ¡Ay, ese nervio! Cuando las paradas se alargaron hasta los cinco segundos, pensé que era el momento de introducir algo nuevo, ya que repetir las sencilleces de andar y parar acabaría siendo monótono y lo haría sin pensar, pudiendo liberar su mente y volver a apreciar el tsunami. Fue el momento justo para enseñarle cosas nuevas, que aceptó con interés, porque ya estábamos unidos.
Texto: Lucy Rees – Etóloga galesa / Fotos: Paula Barco
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